JongIn no se durmió enseguida, a pesar de que sus instalaciones eran más cómodas que cualquiera de las de los soldados del campamento. Su catre de esclavo era suave y estaba cubierto de almohadas, y la seda le acariciaba la piel.
Cuando KyungSoo volvió, estaba despierto y se incorporó, sin saber si sus servicios serían necesarios. El príncipe lo ignoró. Por la noche, cuando sus conversaciones terminaban, no solía prestarle más atención que a un mueble. Esa noche, KyungSoo se sentó y escribió una carta a la luz de la vela sobre la mesa. Cuando acabó, la dobló y la lacró con cera roja y un anillo de sello que no llevaba en el dedo, sino que mantenía en un doblez de la ropa.
Después de eso, permaneció sentado durante un rato. En su rostro se vislumbraba la misma impresión introspectiva que había mostrado esa misma noche. Finalmente, se levantó, apagó la vela con la punta de los dedos y, a la tenue luz de los braseros, se preparó para irse a la cama.
La mañana empezó bien.
JongIn se levantó y fue a ocuparse de sus quehaceres. Se apagaron las hogueras, se desmontaron las tiendas, se cargaron los carros y los hombres comenzaron a prepararse para montar. La carta que KyungSoo había escrito la noche anterior galopó hacia el este con un caballo y un jinete.
Mientras preparaba su silla, JongIn pensó que los insultos que se intercambiaban no eran malintencionados y nadie fue arrojado al suelo, que era lo mejor que se podía esperar de aquel grupo.
Percibió la presencia de KyungSoo en la periferia de su campo de visión, con su cabello claro y su traje de montar de cuero. No era el único que prestaba atención al príncipe. Más de una cabeza se volvió en su dirección y algunos hombres se dispusieron a reunirse. KyungSoo tenía a Dong Hoon y Inwoo delante. JongIn sintió una ligera ansiedad, dejó la silla con la que estaba trabajando y fue hasta allí.
Inwoo, cuyo rostro era un libro abierto, estaba dedicando una mirada abierta de veneración y mortificación al príncipe vereciano. A todas luces, estaba sufriendo por el hecho de que lo llevaran ante el príncipe por una indiscreción. Dong Hoon era más difícil de interpretar.
—Alteza, pido disculpas. Fue mi culpa. No volverá a ocurrir. —Fue lo primero que JongIn oyó cuando se acercó. Inwoo. Por supuesto.
—¿Qué te provocó? —preguntó KyungSoo en tono familiar.
Solo entonces pareció que Inwoo percibía que se encontraba en una situación peligrosa.
—Da igual. Lo que importa es que yo estaba equivocado.
—¿Que da igual? —preguntó KyungSoo, que sabía, que tenía que saberlo, cuando su mirada se posó delicadamente sobre Dong Hoon.
Este estaba en silencio. Por debajo, había resentimiento y rabia, que se doblaban sobre sí mismos, unidos en una derrota malhumorada cuando bajó los ojos. Mientras observaba cómo KyungSoo hacía que Dong Hoon bajase la vista, JongIn percibió de repente que el príncipe llegaría hasta el final en público y lanzó una mirada furtiva a su alrededor. Ya había demasiados hombres observando.
Tenía que confiar en que KyungSoo sabía lo que hacía.
—¿Dónde está el capitán? —preguntó KyungSoo.
No lo encontraron de inmediato. Haknyeon fue mandado en su busca. Tardó tanto en dar con HyunJun que JongIn, al acordarse de los establos, sintió cierta compasión por Haknyeon, a pesar de sus diferencias.
El príncipe esperaba tranquilo.
Pasó otro rato. Las cosas se empezaban a torcer. Una risita silenciosa general surgió entre los hombres que se encontraban allí y comenzó a extenderse por el campamento. El príncipe deseaba mantener una conversación en público con el capitán. El capitán estaba haciendo esperar al príncipe a su antojo. Daba lo mismo quién iba a ser humillado, sería divertido. Ya lo era.