JongIn se sentó con la espalda en la pared sobre la ropa de cama que había reunido junto al hogar. Los sonidos del fuego eran ocasionales; hacía tiempo que se había consumido y se había reducido a las últimas brasas brillantes. El cuarto estaba calurosamente adormilado y silencioso. JongIn estaba despierto.
El príncipe dormía en la cama.
JongIn vislumbraba su figura, incluso en la oscuridad de la habitación. La luz de la luna que entraba por las rendijas de las ventanas del balcón revelaba el cabello claro de KyungSoo sobre la almohada. Dormía como si la presencia de JongIn en el cuarto no importase, como si no supusiera una amenaza mayor que un mueble.
No era confianza. Era un juicio tranquilo de las intenciones de JongIn combinado con una arrogancia insolente en su propia evaluación: había más razones para que JongIn mantuviese a KyungSoo con vida que para hacerle daño. Por ahora. Fue como cuando KyungSoo le entregó un cuchillo. Como cuando lo invitó a los baños de palacio y, con calma, se desnudó. Todo estaba calculado. KyungSoo no confiaba en nadie.
JongIn no lo entendía. No entendía por qué había hablado así y no entendía el efecto de sus palabras en él. El pasado pesaba sobre él. Por la noche, en el silencio del cuarto, no había distracciones, nada que hacer aparte de pensar, sentir y recordar.
Su hermano SeHun, el hijo ilegítimo de la amante del rey, Yongsun, fue criado durante los primeros nueve años de su vida para heredar el trono. Después de incontables abortos, la gente empezó a creer que la reina Taeyeon no conseguiría tener ningún hijo. Pero entonces vino el embarazo que le arrebató la vida a la reina, quien, en sus horas finales, dio a luz a un heredero legítimo.
Creció admirando a SeHun, esforzándose por superarlo porque le admiraba y porque era consciente del orgullo que sentía su padre en los momentos que conseguía superar a su hermano.
Yunsoo lo había sacado del cuarto donde estaba su padre enfermo y le había dicho en voz baja: «SeHun siempre ha asegurado que merece el trono. Que tú se lo arrebataste. No asume la culpa por la derrota en ninguna arena; en su lugar, lo atribuye todo al hecho de que nunca tuvo su "oportunidad". Lo único que necesitaba era a alguien que le susurrase al oído que debía tomar el trono».
Se negó a creerlo. No escucharía palabras dichas contra su hermano. Su padre, que estaba al borde de la muerte, llamó a SeHun y le habló del amor que sentía por él y por Yongsun. Las emociones de SeHun al lado del lecho de muerte de su padre parecían tan verdaderas como la promesa de servir al heredero, JongIn.
Dojoon le había dicho: «Vi la tristeza de SeHun. Era verdadera». En su momento, él también lo creyó.
Recordó la primera vez que soltó el cabello rubio de Sooyoung y la sensación al caer sobre sus dedos. El recuerdo se enmarañó con un latido de excitación que a continuación mudó en un sobresalto cuando confundió su largo cabello rubio con uno más corto. Se acordó de lo que había ocurrido esa misma noche en el piso de abajo, cuando KyungSoo casi se había sentado en su regazo.
La imagen desapareció al escuchar un golpe en la puerta del piso de abajo, amortiguado por las paredes y la distancia.
El peligro lo hizo levantarse; la urgencia del momento empujó a un lado sus pensamientos anteriores. Se puso la camisa y la chaqueta y se sentó en el borde de la cama. Llevó la mano al hombro de KyungSoo con delicadeza.
Tenía la piel cálida, pues estaba cubierto con la colcha. Despertó de inmediato bajo la mano de JongIn, aunque no mostró ninguna expresión de pánico o sorpresa.
—Tenemos que irnos —dijo JongIn.
Una multitud de sonidos nuevos llegaban del piso de abajo; el mesonero, despierto, quitaba el cerrojo de la puerta de la posada.