A la mañana siguiente tuvieron que sentarse juntos. JongIn ocupó su lugar al lado de KyungSoo en los elevados estrados que dominaban la verde pradera que conformaba la arena, con el único deseo de armarse y cabalgar para llevar la lucha a Karthas. No deberían estar celebrando un torneo, sino camino al sur.
Los tronos se encontraban bajo un toldo de seda, dispuesto para proteger la delicada piel de KyungSoo del sol. Era una medida innecesaria, pues KyungSoo tenía casi todo el cuerpo cubierto. El sol brillaba con primor sobre el campo, las gradas escalonadas y las laderas cubiertas de vegetación: era el escenario perfecto para disputar una competición de excelencia.
JongIn llevaba los brazos y los muslos al aire. Iba vestido con un quitón corto sujeto al hombro. A su lado, KyungSoo mantenía una expresión inalterable y fija; parecía el cuño de una moneda. Después se sentaba la nobleza vereciana: lady Seulgi, que le susurraba algo al oído a su nueva mascota; Sunwoo y su esposa Loyse y el capitán Taehyun. A continuación, estaba la Guardia del Príncipe: Sangyeon, Dong Hoon y los demás. Llevaban la librea azul y estaban de pie, en formación. Los estandartes de estrellas ondeaban por encima de su cabeza.
A la derecha de JongIn se sentaba Yunsoo y, a su lado, había un asiento vacío que evidentemente pertenecía a Johnny.
El general no era el único ausente. La falta de los soldados de Johnny se hacía evidente en las pendientes cubiertas de hierba y en las gradas escalonadas, lo que lo dejaba con la mitad de sus hombres. Ya sin la rabia del día anterior, JongIn se dio cuenta de que, en la aldea, KyungSoo había puesto en peligro su vida para evitar precisamente esto; se había colocado delante de una espada para intentar que Johnny no desertase.
Una parte de JongIn reconoció, con cierta culpa, que probablemente KyungSoo no merecía ser arrastrado por la arena de entrenamiento por ello.
—No vendrá —dijo Yunsoo.
—Dale tiempo —contestó JongIn. Pero Yunsoo tenía razón. No se lo veía por ningún lado.
Sin mirar al otro lado de JongIn, Yunsoo añadió:
—Vuestro tío ha aniquilado a la mitad de nuestro ejército con doscientos hombres.
—Y un cinturón —añadió KyungSoo.
JongIn observó las gradas medio llenas y las laderas de hierba, donde verecianos y akielenses por igual se agolpaban para ver mejor; dedicó una larga mirada a las tiendas cerca de las gradas reales, donde los esclavos preparaban viandas, y otras más lejanas, en las que los ayudantes organizaban a los primeros atletas que iban a competir.
—Así, al menos, alguien más tendrá oportunidad de ganar en el lanzamiento de jabalina —comentó JongIn.
Se puso en pie. Como si de una ola se tratara, todos los que lo flanqueaban lo imitaron, así como aquellos que se apiñaban en las gradas escalonadas y en el prado. Levantó la mano, tal y como habría hecho su padre. Puede que fueran un grupo heterogéneo de luchadores norteños que se reunía en torno a una arena provincial e improvisada, pero eran sus hombres. Y aquellos eran sus primeros juegos como rey.
—Hoy rendimos homenaje a los caídos. Verecianos y akielenses luchamos juntos. Enfrentaos con honor. Que comiencen los juegos.
El tiro al blanco provocó unas controversias que hicieron las delicias de todos. Para sorpresa de los akielenses, Dong Hoon ganó en la prueba de tiro con arco. Y para su satisfacción, Seungwoo ganó en la de lanzamiento de jabalina. Los verecianos silbaron al ver las piernas desnudas de los akielenses y sudaron, cubiertos por sus mangas largas. En las gradas, los esclavos subían y bajaban rítmicamente los abanicos y llevaban copas de vino que todos bebían, excepto KyungSoo.