Apretando con fuerza el brazo de Taehyun, JongIn arrastró al capitán herido desde donde se encontraban las tropas de Ravenel hasta el interior de una de las tiendas patrenses, situadas en el límite del campo de batalla, donde esperaron a KyungSoo.
Si JongIn actuó con más violencia de la necesaria fue porque no aprobaba ese plan. Al escucharlo, sintió un peso encima, una fuerte presión. Soltó a Taehyun en la tienda y lo observó ponerse de pie sin ayuda. El capitán enemigo tenía una herida en el costado que aún sangraba.
KyungSoo se quitó el yelmo al entrar en la tienda y ambos vieron lo mismo: un brillante príncipe con la armadura cubierta de sangre, el cabello empapado en sudor y una mirada despiadada. La herida que Taehyun tenía en el costado era obra de la espada de KyungSoo; la sangre de la armadura era suya.
—Arrodíllate —ordenó.
Taehyun cayó de rodillas y la armadura golpeó el suelo.
—Alteza —dijo.
—¿Te diriges a mí como tu príncipe? —preguntó.
Nada había cambiado; no era diferente de lo que siempre había sido. Los comentarios inocentes eran los más peligrosos y Taehyun pareció percibirlo. Permaneció de rodillas, con la capa caída a su alrededor; un músculo se movió en su mandíbula, pero no alzó la mirada.
—Era leal a lord BaekHyun. Estuve a su servicio durante diez años. Y Sunwoo tenía la autoridad que le otorgaba su puesto y vuestro tío.
—Sunwoo no tiene autoridad para evitar mi sucesión. Ni dispone de medios para hacerlo, al parecer.
KyungSoo recorrió a Taehyun con la mirada; pasó los ojos por su cabeza baja, su herida y su armadura vereciana con la hombrera ornamentada.
—Vamos a seguir hacia Ravenel. Estás vivo porque quiero tu lealtad; cuando entiendas la verdad sobre mi tío, la esperaré.
Taehyun miró a JongIn. La última vez que se habían enfrentado, él intentaba impedir que entrara en el salón de BaekHyun. «Un akielense no tiene cabida en una compañía de hombres».
Sintió que se tensaba. No quería formar parte de lo que estaba a punto de acontecer. Le devolvió una mirada hostil.
—Me acuerdo. No te cae bien. Y, por supuesto, te ha superado en el campo. Imagino que eso te gusta todavía menos —dijo KyungSoo.
—Nunca vais a entrar en Ravenel —contestó Taehyun sin rodeos—. Sunwoo atravesó vuestra formación con su ejército. Está de camino en este momento para alertarles de vuestra llegada.
—Yo creo que no. En mi opinión, se dirige a Fortaine para lamerse las heridas en privado, para que ni yo ni mi tío lo forcemos a tomar una decisión incómoda.
—Mentís. ¿Por qué se retiraría allí cuando tiene una oportunidad de derrotaros aquí?
—Porque tengo a su hijo —respondió KyungSoo.
Los ojos de Taehyun volaron hasta su rostro.
—Sí. Inwoo. Bien atado y escupiendo mucho veneno.
—Entiendo. Entonces me necesitáis para entrar. Esa es la verdadera razón por la que estoy vivo. ¿Esperáis que traicione a las personas a las que he servido durante diez años?
—¿Para entrar en Ravenel? Mi querido Taehyun, por desgracia estás bastante equivocado.
Los fríos ojos de KyungSoo recorrieron otra vez al hombre.
—No te necesito a ti —le dijo—. Solo tus ropas.
Así entrarían en Ravenel: disfrazados con vestimentas extranjeras.