Se encontraba en el solar de las mujeres, con su luz, sus espaciosas estancias y su diván, ahora desocupado y tallado en un diseño sencillo. Desde la ventana se veía el camino que conducía a la primera torre.
Sooyoung los habría visto llegar desde allí, coronar la lejana colina y acercarse cada vez más; habría observado su avance hacia el fuerte. Habría visto partir a los suyos, llevarse consigo comida, carretas y soldados, huir hasta que en el camino no hubo nadie, hasta que se hizo el silencio, hasta que apareció el segundo ejército, lo bastante lejos como para estar en silencio pero cada vez más cerca.
Yunsoo se colocó a su lado.
—Hemos encerrado a Sooyoung en una celda del ala este. ¿Algo más?
—¿Qué tal desnudarla y enviarla a Vere como esclava? —sugirió JongIn sin apartarse del alféizar.
Su amigo respondió:
—No quieres hacer eso.
—No —convino—. Quiero hacerle algo peor.
Lo dijo con la vista fija en el horizonte. Sabía que no permitiría que fueran irrespetuosos con ella. La recordó en los baños de los esclavos, pisando las frías baldosas de mármol para llegar hasta él. Veía su huella en los ataques que habían tenido lugar en la aldea, en la estratagema para inculpar a Johnny.
—Nadie tiene permitido hablar con ella o entrar en su celda. Ofrecedle todas las comodidades. Pero que no se acerque a ningún hombre. —Ya no era ningún tonto. Conocía sus dotes—. Pon a tus mejores soldados en su puerta, a los más leales, y que no les gusten las mujeres.
—Asignaré a Heo Chan y SeJun —contestó Yunsoo con un asentimiento, y se marchó a cumplir lo que le habían ordenado.
Al estar familiarizado con la guerra, JongIn sabía lo que tocaba ahora. No obstante, sintió una triste satisfacción cuando sonó el primer aviso en las torres de vigilancia; el sistema de alarma al completo cobró vida: sonaron los cuernos de las torres interiores, sus hombres se pusieron a gritar órdenes, tomaron posiciones en las almenas y salieron en tropel para guarnecer las puertas. Puntuales.
Shotaro había huido. JongIn tenía en su poder el fuerte y a la influyente prisionera política que era Sooyoung. Y él y sus ejércitos se dirigían al sur.
Los heraldos del regente habían llegado a Karthas.
Sabía qué veían los verecianos cuando lo miraban: un bárbaro en su salvaje esplendor.
No hizo nada para atenuar esa impresión. Se sentó vestido con la armadura en el trono. Llevaba los musculosos muslos y brazos al aire. Observó al heraldo del regente entrar en el salón.
KyungSoo estaba sentado a su lado en un trono idéntico. JongIn dejó que el heraldo del regente los viera, dos reyes flanqueados por soldados akielenses ataviados con armaduras de guerra hechas para matar. Dejó que procesara la sala de piedra desnuda de un fuerte provincial, repleta de soldados armados con lanzas, en la que el Matapríncipes se sentaba junto al príncipe vereciano en el estrado, ataviado con el mismo cuero bruto que sus soldados.
Permitió que viese también a KyungSoo, la imagen de realeza unida que ofrecían. KyungSoo era el único vereciano en una sala atestada de akielenses. A JongIn le gustaba. Le gustaba tenerlo a su lado y que el heraldo del regente viera que el príncipe tenía a Akielos de su parte, a JongIn de Akielos, en la arena de guerra que había escogido.
El heraldo del regente iba acompañado de una partida de seis hombres: cuatro guardias ceremoniales y dos dignatarios verecianos. Caminar por un salón de akielenses armados los ponía nerviosos, aunque se acercaron a los tronos con actitud insolente y no hincaron la rodilla. El emisario del regente se detuvo en seco al llegar a los escalones del estrado. Miró a JongIn con arrogancia.