—Bienvenido a mi hogar ancestral —dijo KyungSoo secamente.
JongIn lo miró de reojo, luego dejó que su mirada vagase por las paredes desgastadas de Acquitart.
«No va acompañada de tropas y tiene poca importancia estratégica». Aquellas habían sido las palabras que KyungSoo había empleado para describir Acquitart a la corte el día que el regente confiscó todas sus propiedades menos esa.
Acquitart era pequeña y vieja, y la aldea ligada a ella era un conjunto de casas de piedra empobrecidas unidas al pie de la fortaleza interior. No había terrenos aptos para la agricultura, y la caza solo proporcionaba algunas gamuzas subidas a las rocas, que iban saltando para arriba a la mínima que se acercaban hombres a lugares donde un caballo no podía seguirlas.
Aun así, cuando se aproximaron, el lugar no estaba descuidado. Los alojamientos estaban bien conservados, así como el patio interior, y había suministros de alimentos, armas y material para sustituir los carros que se habían estropeado. Dondequiera que mirase, JongIn veía indicios de planificación. Aquellas provisiones no habían venido de Acquitart y sus alrededores; habían sido trasladadas hasta allí desde otro lugar, para preparar la llegada de los hombres de KyungSoo.
El conserje se llamaba Jaeho, un hombre de edad avanzada que asumió el control sobre los criados y los carros y se puso a dar órdenes a todo el mundo. Su rostro arrugado rejuveneció de placer cuando vio a KyungSoo. Luego se volvió a arrugar sobre sí mismo cuando vio a JongIn.
—Dijisteis una vez que vuestro tío no podía quitaros Acquitart —comentó JongIn a KyungSoo—. ¿Por qué?
—Es un gobierno independiente. Lo que es absurdo. En el mapa es un punto. Pero yo soy el príncipe de Acquitart, además del príncipe de Vere, y las leyes de Acquitart no exigen que tenga que tener veintiún años para heredarla. Es mía. No hay nada que mi tío pueda hacer para tomarla —explicó KyungSoo. Luego añadió—: Supongo que podría invadirla. Sus hombres podrían luchar contra Jaeho en la escalera.
—Jaeho parece tener sentimientos contradictorios con respecto al hecho de que nos quedemos aquí.
—No nos vamos a quedar aquí. No esta noche. Nos vemos en los establos al anochecer, cuando hayas terminado todos tus quehaceres habituales. Con discreción —contestó KyungSoo en akielense.
Había anochecido cuando JongIn terminó con sus obligaciones. Los hombres que normalmente cuidaban de los suministros, los carros y los caballos tenían la noche libre, y los soldados también tuvieron permiso para divertirse. Se abrieron barriles de vino, y esa noche el cuartel era un lugar alegre. No había guardias apostados cerca de los establos, ni en dirección este.
Estaba doblando una esquina de la fortaleza cuando escuchó voces. La indicación de KyungSoo de que fuera discreto impidió que se anunciase.
—Estaría más cómodo durmiendo en el cuartel —dijo Sangyeon.
Vio a Sangyeon guiado de la mano por un Inwoo decidido. Le provocaba la misma ligera vergüenza alojarse en los aposentos de un aristócrata que a Inwoo intentar decir palabrotas.
—Eso es porque nunca has dormido en los aposentos de una fortaleza real —contestó Inwoo—. Te garantizo que es mucho más cómodo que un petate en una tienda o un colchón lleno de bultos de una posada. Además... —Bajó la voz y se acercó a Sangyeon, pero las palabras todavía eran audibles—. Me apetece mucho que me folles en una cama.
—Entonces ven aquí —respondió.
Y le besó. Un beso largo y lento mientras sostenía la cabeza de Inwoo con la mano. El aristócrata se mostraba seductor, dócil y entregado al beso, envolviendo el cuello de Sangyeon con los brazos; al parecer no ejercitaba su naturaleza hostil entre las sábanas. Daba la impresión de que Sangyeon sacaba lo mejor de él.