Retuvieron a JongIn hasta el alba, cuando lo llevaron de vuelta al campamento, pero no sin antes volver a atarle las manos. Durante el trayecto, luchó a ratos con el cansancio que le empañaba la visión y no lo abandonaba.
Una vez en el campamento, lo tiraron al suelo y cayó de rodillas con las manos todavía atadas a la espalda. Sangyeon se acercó con la espada desenvainada, pero Yunsoo lo detuvo con los ojos desorbitados por el miedo y el respeto que le infundían las capas blancas del Salón de los Reyes. Yunsoo se adelantó. JongIn se puso en pie y notó que su amigo le estaba dando la vuelta para cortar con el cuchillo las cuerdas que le ceñían los brazos.
—¿Y el príncipe?
—Con el regente —respondió, y por un momento no fue capaz de decir nada más.
Era un soldado. Conocía la brutalidad del campo de batalla, había visto lo que hacían los hombres a los que eran más débiles que ellos, pero nunca había pensado...
La cabeza de Nicaise sacada de una bolsa de arpillera manchada de sangre, el cuerpo frío de Inwoo, despatarrado en el suelo junto a una carta, y...
Estaba clarísimo. Era consciente de que Yunsoo le estaba hablando.
—Sé que sentías algo por él. Si vas a vomitar, hazlo ya, que nos vamos. Ya deben de estar viniendo a por nosotros.
En medio del aturdimiento, oyó la voz de Sangyeon.
—¿Has dejado que se vaya? ¿Te has salvado y lo has dejado con su tío?
JongIn alzó la vista y vio que todos habían salido de las carretas para ir a mirar. Unos cuantos rostros lo rodeaban. Sangyeon se había plantado delante de él. Tenía a Yunsoo detrás, con una mano en su hombro tras sujetarlo para cortarle las cuerdas. Vio a Sunwoo a unos pasos más allá, y a Soojin y a JunMyeon.
—Serás cobarde... —espetó Sangyeon—. Lo has abandonado para...
Yunsoo lo interrumpió bruscamente al cogerlo para estamparlo contra la carreta.
—No le hables así a nuestro rey.
—No pasa nada —contestó JongIn con una voz densa—. No pasa nada. Es leal. Tú habrías reaccionado igual si KyungSoo hubiese regresado solo.
Se dio cuenta de que estaba entre los dos, de que se había interpuesto con su cuerpo. Yunsoo estaba a dos pasos de distancia; JongIn lo había empujado.
Ya liberado de su agarre, Sangyeon resolló un poco.
—Él no habría vuelto solo. Si crees eso, es que no lo conoces.
Notó que Yunsoo lo asía del hombro, pero no le habló a él, sino a Sangyeon.
—Ya vale, no ves que...
—¿Qué le va a pasar? —exigió saber Sangyeon.
—Lo van a matar —dijo JongIn—. Se celebrará un juicio. Lo tildarán de traidor. Mancillarán su nombre y, cuando acaben, lo matarán.
Era la verdad, pura y simple. Lo harían allí, en público. En Ios, se clavaban cabezas en afiladas picas de madera allí por donde pasaba el traidor.
—No podemos quedarnos aquí, JongIn. Tenemos que... —dijo Yunsoo.
—No —lo interrumpió JongIn.
Se llevó la mano a la frente. Las ideas le daban vueltas en la cabeza; eran inútiles. Se acordó de cuando KyungSoo le había dicho que no podía pensar.
¿Qué habría hecho él? Sabía lo que habría hecho. El estúpido y loco de KyungSoo se habría sacrificado. Habría usado la última ventaja con la que contaba: su propia vida. Pero la vida de JongIn carecía de valor para el regente.