Capítulo 14

53 11 1
                                    

—¡Alteza! —Los saludó Sangyeon a lomos de su caballo. Estaba acompañado por otros dos jinetes con antorchas que iluminaban la oscuridad—. Enviamos batidores en vuestra busca.

—Diles que vuelvan —ordenó KyungSoo.

Sangyeon tiró de las riendas y asintió con la cabeza.

Cincuenta kilómetros de montaña con prisioneros. Habían tardado doce horas, un viaje lento y pesado con los prisioneros balanceándose y resistiéndose en las sillas. De vez en cuando, las mujeres los sometían a base de porrazos que los dejaban atontados. JongIn recordaba la sensación.

Había sido un día largo con un comienzo frugal. Se había despertado rígido, con el cuerpo quejándose cada vez que cambiaba de postura. A su lado, había una pila de pieles visiblemente vacías. Ni rastro de KyungSoo. Todas las señales de que alguien había estado ahí hacía poco estaban a un palmo de su cuerpo, y sugerían una noche en la que hubo cercanía pero nada más: al parecer algún tipo de supervivencia le impidió rodar hacia la parte interior durante la noche, pasar el brazo por encima del torso de KyungSoo y acercarse a él para que la diminuta tienda pareciera más grande.

En consecuencia, estaba en posesión de todos sus miembros, y hasta le habían devuelto la ropa. Gracias, KyungSoo. Bajar pendientes empinadas a caballo no era algo que le apeteciese hacer en taparrabos.

El trayecto posterior fue casi inquietamente tranquilo. A media tarde se encontraron cuestas por las que resultaba más fácil caminar y, por una vez, no hubo ni emboscadas ni interrupciones. Subieron y bajaron en silencio por unas laderas que se extendían hacia el sur y el oeste. Lo único que ponía fin a la paz era lo raro que era su grupo: KyungSoo, al frente de una horda de mujeres vaskianas montadas en ponis peludos, escoltando a sus diez prisioneros, atados con cuerdas y amarrados a sus caballos.

Estaba anocheciendo, los caballos estaban exhaustos, algunos cabizbajos, y los prisioneros habían dejado de forcejear hacía mucho. Sangyeon se colocó en formación a su lado.

—Breteau está despejada —dijo el capitán—. Los hombres de lord BaekHyun han regresado a Ravenel esta mañana. Nosotros preferimos quedarnos a esperar. No teníamos noticias de ningún sitio, ni de la frontera, ni de los fuertes, ni... de vos. Los hombres estaban empezando a ponerse nerviosos. Se alegrarán de veros.

—Quiero que estén listos para partir al amanecer —contestó.

Sangyeon asintió con la cabeza, luego miró sin poder evitarlo al grupo y a sus prisioneros.

—Sí, son los hombres que causaron los ataques en la frontera —dijo KyungSoo, respondiendo a la pregunta que no había sido formulada.

—No parecen akielenses —afirmó Sangyeon.

—Lo sé.

Sangyeon asintió, con el ceño fruncido, y al coronar la última loma vieron las sombras y los puntos de luz del campamento por la noche.

Los adornos vinieron después, al volver a contarlo, pues los hombres contaron la historia una y otra vez, y adquirió un carácter propio a medida que circulaba por el campamento.

El príncipe se había marchado con un único soldado. Había expulsado a los canallas a las profundidades de las montañas, pues eran responsables de muchas muertes. Los había sacado de sus madrigueras y se había enfrentado a ellos: treinta contra uno como mínimo. Los había machacado y los traía atados y sometidos. Ese era su príncipe, un enemigo astuto y cruel al que jamás debías hacer enfadar, a menos que quisieras que te sirviesen tu gaznate en una bandeja. Una vez llegó a matar a su caballo solo para ganar a Dojoon de Patras en una cacería.

A los ojos de los hombres, ese hecho se reflejaba como el tremendo disparate que era: su príncipe se esfumaba dos días, luego reaparecía por la noche con un saco de prisioneros colgado del hombro y los arrojaba a los pies de su tropa diciendo: «¿No los queríais? Pues aquí los tenéis».

Príncipe | KaiSooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora