Capítulo 1

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—JongIn.

JongIn se encontraba al pie de los escalones del estrado mientras su nombre resonaba en tonos de asombro e incredulidad por el patio. Yunsoo se arrodilló ante él, su ejército se postró a sus pies. Fue como volver a casa, hasta que su nombre, que se extendía por las hileras de los soldados akielenses allí reunidos, llegó a los plebeyos verecianos que se agolpaban en los confines de la zona y la sensación cambió.

Sintió una conmoción diferente, doble; era una oleada de ira y alarma que se extendía por el lugar. JongIn oyó el primer clamor de protesta, un brote de violencia, una nueva expresión en boca de la multitud.

—El Matapríncipes.

Entonces, se oyó el silbido de una piedra al ser arrojada. Yunsoo se levantó y desenvainó su espada. JongIn le hizo un gesto con la mano para que parase. El kyros se detuvo al instante y quince centímetros de acero akielense quedaron a la vista.

La confusión se hizo palpable en el rostro de Yunsoo cuando la gente congregada en el patio comenzó a dispersarse.

—¿JongIn?

—Di a tus hombres que esperen —ordenó JongIn en el preciso instante en que el sonido agudo de una espada más cercana hizo que se volviera rápidamente.

Un soldado vereciano con un yelmo gris había desenfundado su espada y miraba a JongIn como si tuviese delante a su peor pesadilla. Era Hyuk. JongIn reconoció su pálido rostro bajo el yelmo. El soldado empuñaba la espada ante él del mismo modo que Sangyeon había agarrado el cuchillo: con manos temblorosas.

—¿JongIn? —preguntó Hyuk.

—¡Esperad! —volvió a ordenar JongIn a voz en cuello para que se le oyese por encima de la muchedumbre, por encima del nuevo y ronco grito en akielense: «¡Traición!».

Empuñar una espada contra un miembro de la familia real akielense significaba la muerte.

Aún mantenía alejado a Yunsoo con la mano, pero notó que se le tensaron los tendones del esfuerzo que le suponía permanecer quieto.

Entonces se oyeron gritos de histeria. El estrecho perímetro se rompió cuando el creciente gentío, aterrado, se apresuraba a huir. Querían salir a la desbandada y apartarse del ejército akielense. O pulular a su alrededor. Vio a Haesol barrer el patio; sus ojos reflejaban miedo y tensión. Los soldados eran testigos de lo que una turba de campesinos no veía: que la fuerza akielense en el interior de las murallas —en el interior de las murallas— era quince veces mayor que la pobre guarnición vereciana.

Un soldado vereciano aterrorizado desenvainó otra espada junto a Hyuk. La ira y la incredulidad traslucían en los rostros de algunos guardias verecianos; en otros había miedo, se miraban con desesperación, preguntándose qué hacer.

Entre la primera fisura que se había abierto en el perímetro y el creciente frenesí de la multitud, los guardias verecianos ya no estaban completamente bajo su control. JongIn se percató de lo mucho que había subestimado el efecto que causaría la revelación de su identidad en los hombres y las mujeres del fuerte.

«JongIn, el Matapríncipes».

Acostumbrado a tomar decisiones en el campo de batalla, recorrió el patio con la mirada y se decantó por lo que haría un comandante: minimizar las pérdidas, limitar el derramamiento de sangre y el caos y proteger Ravenel. Los guardias verecianos no seguirían sus órdenes y el pueblo vereciano... Si alguien podía aplacar el rencor y la furia de los verecianos, no era él.

Solo había un modo de detener lo que estaba a punto de suceder: debía contenerlos; asegurar y proteger el lugar de una vez por todas.

—Tomad el fuerte —le ordenó JongIn a Yunsoo.

Príncipe | KaiSooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora