Las sombras se alargaban con la puesta de sol mientras cabalgaban y el horizonte lo teñía de rojo. Chastillon era una torre imponente, una masa circular y oscura que se erguía contra el cielo. Era enorme y antigua, como los castillos de más al sur; Ravenel y Fortaine, construidos para resistir un asedio agresivo. JongIn contempló el paisaje con preocupación. Le resultaba imposible mirar el camino sin ver el castillo de Marlas a lo lejos, flanqueado por vastos campos rojos.
—Es zona de caza —dijo Haknyeon al confundir la naturaleza de su mirada—. A ver si te atreves a huir aquí.
No dijo nada. No estaba allí para correr. Estar libre de las cadenas y cabalgar con un ejército de soldados verecianos por voluntad propia era una sensación extraña.
Un día a caballo, incluso al ritmo lento de los carros por una agradable campiña a finales de primavera, era suficiente para juzgar la calidad de una compañía. HyunJun hizo muy poca cosa aparte de permanecer sentado; era un bulto impersonal encima de la grupa que meneaba su musculoso caballo. Quienquiera que hubiese capitaneado a estos hombres previamente los había entrenado para poseer una formación impecable durante el largo camino. Su disciplina era un poco sorprendente. JongIn se preguntó si podrían mantener la formación en un combate.
Si pudiesen, habría algo de esperanza. Aunque, en realidad, el motivo de su buen humor tenía más que ver con el aire libre, la luz del sol y la sensación de libertad que experimentó al recibir un caballo y una espada. Ni siquiera el peso del collar y de las esposas de oro que llevaba en el cuello y en las muñecas podría apagarlo.
Los criados salieron a su encuentro con la misma organización que si hubiese llegado un destacamento importante. Los hombres del regente, que supuestamente estaban apostados en Chastillon aguardando la llegada del príncipe, no se veían por ninguna parte.
Había cincuenta caballos que llevar a los establos, cincuenta armaduras y arreos que desatar y cincuenta alojamientos que preparar en el cuartel; y eso eran solo los soldados, sin contar a los sirvientes y los carros. Pero, en el enorme patio, el destacamento del príncipe parecía pequeño e insignificante. Chastillon era lo bastante grande como para albergar a cincuenta hombres como si este fuera un número insignificante.
Nadie estaba levantando tiendas: los hombres dormirían en el cuartel. KyungSoo, en la fortaleza.
KyungSoo se bajó de la silla, se quitó los guantes de montar, se los metió en el cinturón y dirigió su atención al castillo. HyunJun gritó algunas órdenes; JongIn estaba ocupado con su armadura y atendiendo y cuidando a su caballo.
Al otro lado del patio, dos perros alanos bajaron de un salto las escaleras para abalanzarse con gran alborozo sobre KyungSoo, que frotó a uno de ellos detrás de la oreja, lo que hizo que el otro se pusiera celoso.
HyunJun interrumpió la atención de JongIn.
—Te llama el médico —dijo, y le señaló con la barbilla un toldo en el otro extremo del patio, bajo el cual se veía a un hombre de pelo canoso que le resultaba familiar. JongIn soltó el peto que agarraba y se marchó.
—Siéntate —le ordenó el médico.
JongIn se sentó con mucho cuidado en el único asiento disponible: un taburete de tres patas. El médico desabrochó una bolsa de cuero curtido.
—Veamos esa espalda.
—Está bien.
—¿Después de un día en la silla? ¿Con la armadura? —preguntó el médico.
—Sí.
—Quítate la camisa —le exigió el galeno.
La mirada del médico era implacable. Al cabo de un buen rato, JongIn se llevó las manos a la espalda, obedeció y dejó sus anchos hombros a la vista.