Capítulo 13

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Atado con firmeza a uno de los peludos caballos, JongIn soportó un oscuro e interminable viaje de sensaciones y sonidos: el golpeteo incesante de los cascos de los caballos, el aliento de la respiración equina, hasta el crujido de los arreos. Notaba por cómo se esforzaba su caballo que el camino era, en su mayor parte, de subida —se alejaban de Akielos, de Ravenel— y que se dirigían hacia las montañas repletas de senderos estrechos, a cuyos lados se proyectaba la nada vertiginosa.

Al intuir la identidad de sus captores, luchó desesperadamente por encontrar una oportunidad de escapar. Tiró de las cuerdas que le ataban hasta que sintió que le cortaban la piel, pero estaba muy bien sujeto. Y no se detenían. Su caballo se hundió debajo de él y luego se impulsó con la patas traseras para subir una pendiente. JongIn se vio obligado a centrar su atención en quedarse montado a horcajadas en vez de a rodar del lomo del animal. No había manera de escapar, y moverse o tirarse del lomo del caballo supondría una caída con muchos peñascos por delante antes de parar o —lo que era más probable, teniendo en cuanta las sujeciones— ser arrastrado un buen rato por afiladas rocas. Y eso no ayudaría a KyungSoo.

Después de lo que parecieron horas, sintió que el caballo finalmente reducía el paso y, luego, se detenía. Un segundo después, sacaron a JongIn con fuerza de su montura y cayó de mala manera. Le quitaron la mordaza de la boca y le retiraron la venda de los ojos. Se colocó de rodillas con las manos todavía atadas a la espalda.

Su primera impresión del campamento le hizo dudar. Lejos, a la derecha, las llamas de una gran hoguera central ondeaban altas en la leve brisa de la noche y arrojaban destellos dorados y rojos a las caras que la rodeaban. Pero cerca de donde se encontraba arrodillado, los hombres desmontaron de los caballos, y fuera del círculo de calor de la hoguera, todo estaba oscuro y hacía el frío típico de la montaña.

Ver el campamento confirmó sus peores temores.

Para JongIn, los clanes eran jinetes sin asentamiento que moraban por los montes. Eran gobernados por mujeres y vivían de la carne que cazaban, del pescado de los arroyos y de raíces dulces. Por lo demás, saqueaban aldeas.

Estos hombres no eran así. Formaban un ejército completamente masculino que había estado viajando desde hacía algún tiempo y que sabía usar sus armas.

Estos eran los hombres que habían destruido Tarasis, los hombres a los que él y KyungSoo buscaban. Sin embargo, ellos los habían encontrado primero.

Tenían que escapar. Ya. Si KyungSoo moría allí, su historia tendría una credibilidad que quizá no conseguiría jamás. Y JongIn era sumamente consciente de todos los motivos por los que los habrían vuelto a llevar primero al campamento, pero no había ningún deporte en torno al fuego que no terminase con la muerte de ambos.

Por instinto, buscó los cabellos pelinegros brillosos. Los encontró a su izquierda: el mismo hombre que había ordenado que lo atasen arrastraba a KyungSoo hacia delante. Y al igual que JongIn, se golpeó el hombro con el suelo.

JongIn observó al vereciano incorporarse y sentarse y, después, con el equilibrio levemente alterado, pues tenía las manos atadas a la espalda, ponerse de rodillas. Mientras lo hacía, sus ojos lo miraron de soslayo y JongIn vio el reflejo de todo en lo que creía en esa dura mirada.

—Esta vez no te levantes —se limitó a decir KyungSoo.

Entonces, el príncipe se puso en pie y gritó algo al líder de los hombres.

Era una maniobra desesperada e irreflexiva, pero no había tiempo. Akielos estaba llevando tropas a la frontera. El mensajero del regente se dirigía al sur, hacia Ravenel. Y ahora ellos estaban a dos días a caballo de esos acontecimientos, a merced de aquellos hombres, mientras la organización de la frontera escapaba cada vez más a su control.

Príncipe | KaiSooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora