En los pasillos reinaba el caos.
JongIn agarró una espada y se abrió paso a toda prisa. Había hombres luchando en grupo. Se gritaban órdenes. Unos soldados estaban derribando a golpes una puerta de madera maciza. Agarraron a un hombre de los brazos con violencia y lo obligaron a arrodillarse. JongIn dio un ligero respingo al reconocer a uno de los hombres que lo habían sujetado: traición por ponerle las manos encima al rey.
Tenía que encontrar a SeHun. Los soldados de KyungSoo debían tomar las puertas exteriores con rapidez, pero los hombres de SeHun le cubrían las espaldas mientras se retiraba, y si lograba salir de palacio y volvía unirse a sus fuerzas, eso supondría una guerra total.
Los hombres de KyungSoo no serían capaces de detenerlo. Eran soldados verecianos en un palacio akielense. SeHun sabía que era mejor no intentar marcharse por la entrada principal. Escaparía por los túneles ocultos. Y llevaba ventaja.
Así que corrió. Incluso en el fragor de la batalla, pocos trataron de detenerlo. Uno de los soldados de SeHun lo reconoció y dio la voz de alarma, pero no atacó a JongIn. Otro que se interponía en su camino retrocedió. Una parte de la mente de JongIn lo consideró una consecuencia de la actuación de KyungSoo en el campo de batalla de Hellay. Ni siquiera los hombres que luchaban por salvar el pellejo podían superar toda una vida de obediencia y ataques directos contra su príncipe. Tenía vía libre.
Pero por mucho que corriera no llegaría a tiempo. SeHun escaparía y, en pocas horas, los hombres de JongIn peinarían la ciudad y por la noche se servirían de antorchas para registrar las casas. SeHun, escondido por sus simpatizantes, se escabulliría para encontrarse con su ejército y, entonces, estallaría una guerra civil en su país.
Necesitaba un atajo, un camino con el que interceptar a su hermano, y cayó en la cuenta de que conocía uno, una ruta que Kastor nunca tomaría, que no se le ocurriría seguir, porque los príncipes no iban por esos pasadizos.
Torció a la izquierda. En lugar de encaminarse hacia las puertas principales, se dirigió a la sala de observación, donde se exhibían a los esclavos para sus regios amos. Giró y se adentró en los estrechos pasillos por los que lo habían llevado una noche tiempo atrás. La lucha que se libraba tras él ahora eran gritos lejanos y sonidos metálicos que se apagaban con su avance.
Y, desde ahí, bajó a los baños de los esclavos.
Entró en una amplia sala de mármol con baños abiertos, una colección de frascos de cristal que contenían aceites, el estrecho riachuelo en la otra punta y las cadenas que colgaban del techo y que tanto le sonaban. Su cuerpo reaccionó, sintió una opresión en el pecho y se le disparó el pulso. Por un momento volvía a estar colgado de las cadenas y Sooyoung se acercaba a él.
Parpadeó para borrar la imagen, pero todo le resultaba familiar: los anchos arcos, el borboteo del agua que reflejaba la luz en el suelo de mármol, las cadenas que no solo colgaban del techo sino que decoraban cada compartimento a intervalos y las densas nubes de vapor.
Se obligó a avanzar. Pasó por un arco, luego por otro y ya estaba donde debía: una estancia de mármol blanco con unos escalones tallados en la pared del fondo.
Y, entonces, tuvo que detenerse. Se hizo un silencio. Lo único que podía hacer era esperar a que SeHun emergiera en lo alto de la escalera.
JongIn permaneció con la espada entre las manos y trató de no sentirse pequeño, como un hermano menor.
SeHun entró solo, sin ni siquiera una guardia de honor. Cuando vio a JongIn, rio por lo bajo, como si hubiese esperado encontrárselo allí.
JongIn observó los rasgos de su hermano: la nariz recta, los pómulos altos y prominentes y los ojos oscuros y brillantes con los que ahora lo miraba. SeHun se parecía más a su padre que él ahora que se había dejado crecer la barba.