De vez en cuando, KyungSoo se movía contra él sin despertarse.
JongIn estaba tumbado a su lado. Sentía su calor, su cabello dorado y sedoso en el cuello, el ligero peso de KyungSoo en las zonas donde sus cuerpos se tocaban.
Fuera, se llevaba a cabo el cambio de turno en las murallas, y los criados estaban despiertos, cuidando de los fuegos y moviendo ollas. Fuera, el día y la actividad estaban empezando: centinelas, hosteleros y hombres se levantaban y se armaban para luchar. Oyó el grito distante de un saludo en algún patio; más cerca, escuchó el sonido de una puerta al cerrarse de golpe.
«Solo un ratito más», pensó, y podría haber sido un deseo mundano de dormitar en la cama si no fuese por el dolor en su pecho. Sentía el paso del tiempo como una presión creciente; era consciente de cada momento porque era uno menos que le quedaba.
Durmiendo al lado de JongIn, se reveló un nuevo aspecto físico de KyungSoo: la cintura firme, el torso musculoso de un espadachín, el ángulo expuesto de su nuez. Parecía lo que era: un joven. Cuando llevaba sus ropas puestas, la gracia peligrosa de KyungSoo le dotaba de un aspecto casi andrógino, aunque tal vez sería más preciso decir que era raro asociarlo con un cuerpo físico: siempre lidiabas con una mente. Incluso cuando luchaba en una batalla, cuando montaba en su caballo para realizar algún hecho imposible, el cuerpo estaba bajo el control de la mente.
Ahora, JongIn conocía su cuerpo. Conocía la sorpresa que una atención amable podía obtener de él, su confianza prejuiciosa y peligrosa... sus dudas delicadas y tiernas. Sabía cómo hacía el amor, una combinación de conocimiento explícito y reticencias casi tímidas.
Al removerse de forma soñolienta, se acercó un poco más e hizo un sonido leve e involuntario de placer que JongIn recordaría el resto de su vida.
Entonces comenzó a parpadear, aún adormilado, y JongIn observó cómo tomaba consciencia del ambiente y de despertar en sus brazos.
No sabía cómo sería, pero cuando vio quién estaba a su lado, sonrió; una expresión un poco tímida, pero completamente auténtica. JongIn, que no se lo esperaba, sintió el doloroso latido de su corazón. Nunca pensó que KyungSoo pudiese mirar a alguien de ese modo.
—Ya es de día —dijo KyungSoo—. ¿Nos hemos dormido?
—Sí —respondió.
Se miraron el uno al otro. JongIn se mantuvo inmóvil mientras el otro extendía la mano y le tocaba el pecho. A pesar del sol naciente, comenzaron a besarse; besos lentos y extraordinarios, con un maravilloso movimiento de manos y las piernas entrelazadas. Ignoró las emociones que lo embargaban y cerró los ojos.
—Tu disposición se parece mucho a la de anoche.
JongIn se vio diciendo:
—Habláis igual en la cama. —Las palabras salieron como se sentía: completamente encantado.
—¿Se te ocurre un modo mejor de decirlo?
—Os deseo —respondió JongIn.
—Me tuviste —dijo—. Dos veces. Todavía puedo sentir...
KyungSoo se movió un poco. JongIn enterró el rostro en su cuello y gruñó; también soltó una risa, y el pecho le dolía por la felicidad que lo llenaba.
—Parad con eso. No seréis capaz de andar —dijo.
—Agradecería tener la posibilidad de andar —contestó KyungSoo—. En lugar de eso, tengo que montar a caballo.
—¿Estáis...? Yo intenté... Yo nunca...
—Me gusta la sensación —respondió—. Me gustó lo que sentí. Eres un amante generoso y atento, y siento... —Calló y soltó una risotada temblorosa al oírse—. Es como si toda la tribu vaskiana estuviera dentro del cuerpo de una persona. Imagino que es siempre así, ¿no?