—Tu amo parece una buena persona —señaló Jisung.
—¿Buena persona? —cuestionó JongIn.
Fue difícil pronunciar aquellas palabras, que le arañaron la garganta a medida que forzaba su salida. Miró con incredulidad a Jisung. Nicaise se había alejado de la mano de KyungSoo y había dejado a Jisung atrás, con su correa olvidada en el suelo junto al lugar donde permanecía arrodillado. Una suave brisa agitó sus rizos rubios y, sobre ellos, el follaje se movió como un toldo de seda negra.
—Se preocupa por tu placer —explicó Jisung.
Le llevó algunos instantes procesar el verdadero significado de esas palabras y, cuando lo hizo, respondió únicamente con una risotada imponente. Las instrucciones precisas de KyungSoo y su inevitable resultado no tenían una buena intención, más bien todo lo contrario. No había forma de explicar la fría y compleja mente de KyungSoo al esclavo, y JongIn no lo intentó.
—¿Qué pasa? —preguntó Jisung.
—Nada. Cuéntame tú. Me moría por tener noticias tuyas y de los demás. ¿Qué tal os va tan lejos de casa? ¿Os tratan bien vuestros amos? Me pica la curiosidad... ¿Entendéis su idioma?
Jisung negó con la cabeza a la última pregunta.
—Pues... me defiendo con el patrense y los dialectos del norte. Hay palabras que se parecen.
Entonces, el joven pronunció algunas de ellas con vacilación.
Jisung hablaba vereciano bastante bien; eso no fue lo que hizo que JongIn frunciese el ceño. Las palabras que Jisung había conseguido descifrar de lo que se le había dicho eran: «Silencio». «Arrodíllate». «No te muevas».
—¿He dicho algo mal? —preguntó Jisung, malinterpretando su expresión.
—No, lo has dicho bien —contestó JongIn, aunque su consternación persistía.
No le gustó la elección de palabras. No le gustó la idea de que Jisung y los demás se vieran doblemente impotentes por la incapacidad de hablar o entender lo que se decía a su alrededor.
—Tú... no tienes los modales de un esclavo de palacio —dijo Jisung, titubeante.
Eso era quedarse corto. Nadie en Akielos confundiría a JongIn con un esclavo de placer; no tenía ni los modales ni el físico. JongIn miró a Jisung, pensativo, y se preguntó cuánto debía decir.
—No era esclavo en Akielos. SeHun me envió aquí como castigo —confesó al cabo de un rato. No tenía sentido mentir al respecto.
—Castigo —repitió Jisung.
El esclavo bajó la mirada y su actitud cambió por completo.
—Pero ¿te entrenaron en palacio? ¿Cuánto tiempo estuviste allí? —interrogó JongIn. No se explicaba por qué nunca había visto a aquel esclavo.
Jisung intentó sonreír, ya más animado tras reponerse de lo que lo había desalentado.
—Sí, pero... nunca vi el palacio principal. Todavía estaba entrenando para mejorar mis habilidades cuando el guardián me seleccionó para venir aquí. Y mi entrenamiento en Akielos fue muy estricto. Se les ocurrió que...
—¿Qué? —lo espoleó JongIn.
Jisung se ruborizó y dijo con una voz muy delicada:
—Me estaban entrenando para el príncipe, por si le gustaba.
—¿En serio? —preguntó JongIn con cierto interés.
—Por mi color de pelo. No se puede ver con esta luz, pero a la luz del sol, es prácticamente rubio.