Capítulo 11

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Ravenel no estaba construida para recibir a desconocidos. Mientras pasaban por los portones, JongIn percibió su fuerza y su poder. Si el desconocido era un príncipe holgazán que estaba visitando la frontera solo porque su tío lo había provocado y obligado a hacerlo, era todavía menos bienvenido. Los cortesanos que se habían congregado en el estrado del gran patio de Ravenel tenían la misma apariencia áspera que las terribles almenas de la fortaleza. Si el desconocido era akielense, el recibimiento era hostil: cuando JongIn siguió a KyungSoo por los escalones del estrado, la oleada de rabia y resentimiento por su presencia era tan evidente que podía tocarse con las manos.

En toda su vida, nunca había imaginado que pondría los pies en el interior de Ravenel, que la gran verja de la entrada se elevaría y que las puertas de madera maciza serían desatrancadas y abiertas para permitirle acceder al interior de las murallas. Su padre, HyunKi, le había infundido respeto por las grandes fortalezas verecianas. Había terminado su campaña en Marlas; tomar Ravenel y seguir hacia el norte habría supuesto un asedio prolongado, una desmesurada distribución de recursos. Pero era demasiado sabio para embarcarse en una campaña larga y cara que podría costarle el apoyo de los kyroi y desestabilizar su reino.

Fortaine y Ravenel permanecieron intactas; eran las potencias militares que dominaban la zona.

Poderosas y ostentosas, exigían que sus homólogas akielenses estuviesen pertrechadas y fueran numerosas. Como consecuencia, el resultado en la frontera fue un montón de munición y guerreros tensos que no estaban verdaderamente en guerra, pero que nunca habían estado realmente en paz. Demasiados soldados y pocos combates: la violencia que se acumulaba en ese lugar no disminuía con las breves incursiones y escaramuzas que ambos bandos rechazaban. Ni tampoco con las luchas y desafíos formales, organizados y oficiales, que contaban con normas, refrigerios y espectadores, y que permitían a los combatientes matarse con una sonrisa dibujada en el rostro.

Un gobernante prudente querría que un diplomático con experiencia se ocupase de aquel punto muerto tan peligroso, no KyungSoo, que era como una avispa en una fiesta al aire libre e irritaba a todo el mundo.

—Alteza. Llevamos dos semanas esperándoos, pero nos alegra saber que disfrutasteis de las posadas de Nesson —dijo lord BaekHyun—. Tal vez podamos encontraros un entretenimiento igual de divertido.

Lord BaekHyun de Ravenel tenía hombros de soldado y una cicatriz que iba del rabillo del ojo a la boca. Miraba directamente a KyungSoo cuando hablaba. A su lado, su hijo mayor, Beomgyu, un chico pálido y gordito de unos nueve años, observaba a KyungSoo con la misma expresión.

Detrás de ellos, el resto del grupo de bienvenida de la corte permanecía inmóvil. JongIn sentía las miradas puestas en él, pesadas y desagradables. Esos eran hombres y mujeres de la frontera, que habían luchado contra Akielos durante toda su vida. Y todos ellos estaban nerviosos a causa de la noticia que habían oído por la mañana: un ataque akielense había destruido la aldea de Breteau. La guerra estaba en el aire.

—No he venido aquí a divertirme, sino a escuchar los informes sobre los atacantes que cruzaron mis fronteras esta mañana —contestó KyungSoo—. Reunid a vuestros capitanes y consejeros en el gran salón.

Era normal que los huéspedes recién llegados descansasen y se quitasen la ropa de montar, pero lord BaekHyun hizo un gesto de aprobación y los cortesanos reunidos se encaminaron al interior. JongIn se disponía a salir con los soldados, pero le sorprendió la orden seca de KyungSoo.

—No. Sígueme.

JongIn miró otra vez las murallas fortificadas. No era el momento de que KyungSoo liberase sus instintos tendenciosos. En la entrada del gran salón, un criado con vestimenta de mayordomo se interpuso en su camino y, con una breve reverencia, dijo:

Príncipe | KaiSooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora