33 -JOHN MURDOCK

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Winterlander se hizo visible entre picos nevados mostrando poco a poco un puerto natural de brazos de roca tan altos y fuertes que podían proteger cualquier barco de las olas y del viento. Sin embargo, Lion no veía cómo iban a acomodar un crucero moderno lleno de turistas, sin ampliar el puerto con diques artificiales.

En cuanto el rompehielos se acomodó entre la flotilla de barcos de Winterlander, los marineros bajaron a tierra a recoger unas cajas ya dispuestas para ellos. Los turistas bajaron después disparando fotos y sonrisas. Tal alegre invasión, pilló por sorpresa al capitán del puerto, que les gritó que esperaran allí. Lion tardó un poco más porque quería despedirse del capitán y pagarle el chubasquero, sin embargo, el capitán se limitó a estrecharle la mano y desearle buena suerte.

Lion se mantuvo a distancia de los turistas. Tenía una idea sobre adonde tenía que ir, pero decidió esperar un poco.

A pesar de que el sol de abril había disipado la nieve de sus calles, Winterlander parecía tan congelado como la foto del folleto que le dieron al comprar el billete. Nadie del pueblo mostraba la natural curiosidad por la llegada del barco, ni por saber qué pinta tenían los turistas.

Lion casi agradecía que no hubiera mucho alboroto, porque la lectura del diario lo había sumergido en el pasado de Eddy, quizá porque ambos habían perdido a sus esposas en un accidente, y ahora estaba en el lugar dónde ocurrió todo. Se sentó en una de las gruesas sogas, junto a las cajas de conservas y otros productos bien protegidos por embalajes de madera. Llenó los pulmones del aire impregnado de mar y viajó a los días en que Eddy y Dorothy recorrieron aquel lugar. Imaginó a los barcos salir al amanecer: primero remando, y luego izando las velas a la primera señal de viento, si iban a pescar. Más tarde saldrían los buques de cabotaje para hacer negocio en cada puerto de la zona o llevarían provisiones hasta las remotas islas donde vivían los nuevos fareros.

Lion miró hacia las casas, los Steel habían dejado su huella, pero no veía ninguna razón para criticarlos: Winterlander parecía sacado de un cuento clásico, con sus tejados y fachadas de vivos colores típicos del norte. Viendo lo lejos que estaban las montañas, costaba creer que alguna vez una nevada hubiera podido cubrirlo todo, montañas, casas y puerto, pero eso fue lo que hizo La Pequeña Edad de Hielo en aquella región.

Por el rabillo del ojo, Lion vio cómo tres hombres salían de un local cercano a la plaza, y tras un intercambio de palabras, dos entraron en un edificio, y el otro empezó a caminar hacia él. Su gesto y sus pasos rápidos indicaban que no estaba contento.

— Yo soy Murdock. Te habrán hablado de mí. Sígueme.

— Lion Lamarc. Tengo que ir a la mansión.

—¿A qué tanta prisa?... Mi mujer te ha preparado algo decente para comer. Debes estar harto de pescado.

—¿Sabías que venía?

—No vamos a tutearnos. No somos amigos. Sé quién te envía y tampoco soy amigo suyo —Lion dudó.

—Camina. No hay lugar donde puedas alojarte en este pueblo salvo en mi casa y no conviene que te quedes parado en la calle. 

Murdock avanzó a buen paso y Lion lo siguió en silencio hasta más allá de la plaza a un local que Lion reconoció por la descripción del diario de Eddy, como «el bar de Murdock». Atravesaron un gran salón vacío, y John le señaló una mesa ya preparada con mantel y cubiertos.

—Ahora tengo que ocuparme de esos 'turistas'. Mi mujer te traerá comida. Luego hablaremos.

Enseguida, la mujer de Murdock trajo un par de platos, pan y un vino de marca. Lion la saludó, pero ella no levantó la vista, ni le devolvió palabra.

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