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Había una vez un reino próspero, conocido por sus vastos campos verdes, ríos cristalinos que se unían para desembocar en un precioso mar azul y una población feliz y trabajadora. El rey Aldric gobernaba con justicia y sabiduría, y bajo su liderazgo, el reino de Eldoria floreció. Los habitantes vivían en armonía, celebrando festivales y cosechas abundantes, y el reino era conocido por su hospitalidad y generosidad.

Sin embargo, la paz no duraría. En las sombras, el consejero real, Mordred, observaba con preocupación cómo el rey Aldric comenzaba a tomar decisiones que favorecían a unos pocos nobles poderosos, mientras el pueblo sufría. Mordred, conocido por su integridad y lealtad al pueblo, intentó advertir al rey, pero sus palabras fueron ignoradas.

Con el tiempo, Mordred descubrió que el rey Aldric planeaba despojar a varios nobles de sus tierras para consolidar su poder. Mordred, con astucia y valentía, convenció a varios nobles de que se unieran a él para proteger sus derechos y los del pueblo. Mordred susurraba verdades en los oídos de los nobles, sembrando semillas de justicia y esperanza. La resistencia se gestó en silencio, y una noche, Mordred y sus seguidores atacaron el castillo para detener al tirano.

El rey Aldric fue depuesto, y el reino cayó en el caos. Los leales al rey se enfrentaron a los defensores de la justicia, y el reino se sumió en una guerra civil que duró décadas. Las batallas fueron feroces, y las pérdidas, incalculables. Las tierras fértiles se convirtieron en campos de batalla, y los ríos se tiñeron de rojo. Las aldeas fueron arrasadas, y las familias se dividieron, con hermanos luchando en bandos opuestos.

Finalmente, exhaustos y sin esperanza de victoria, los líderes de ambos bandos decidieron dividir el reino en dos. Así nacieron Eldoria del Norte, gobernada por los descendientes de Aldric, y Eldoria del Sur, bajo el mando de los seguidores de Mordred. La división trajo un respiro temporal, pero no la paz. Las fronteras se convirtieron en zonas de conflicto constante, y cada reino culpaba al otro por la guerra interminable.

Los habitantes del Norte crecieron odiando a los del Sur, y viceversa. Las historias de traición y venganza se contaban de generación en generación, alimentando el rencor. Los niños jugaban a ser guerreros, soñando con vengar las injusticias de sus antepasados.

Alan.

Generalmente, no me gustaba mucho asistir a los bailes ni a los eventos sociales, mucho menos si implicaban salir del reino. Pero esta era una ocasión especial. Mi querido amigo Pete sería ascendido a rey. Y aunque no tuviera muchas ganas de ir, él había enviado la invitación haciendo especial hincapié en que tanto Babe como yo debíamos asistir. Especialmente yo. Mi madre, la reina, ya no se presentaba tanto en estos eventos por problemas de salud, así que pensé que la urgencia de la invitación era porque iba en su representación.

El palacio había sido decorado con los colores del reino: dorado y verde, simbolizando la riqueza y la prosperidad. Las paredes estaban adornadas con tapices que narraban la historia de su dinastía, y las lámparas de cristal colgaban del techo, reflejando la luz en mil destellos.

Después de la ceremonia, comenzó el banquete. Las mesas estaban llenas de manjares exquisitos: frutas frescas, carnes asadas, panes recién horneados y dulces de todo tipo. La música se volvió más alegre y la gente comenzó a bailar y a celebrar. Babe, como siempre, se convirtió en el rey de la fiesta, el más popular y el más perseguido para bailar. En mi caso, se me acercaron algunas personas, pero después de un rato de conversaciones vanas y sonrisas superficiales, no pude soportarlo más.

Me embargaba una mezcla de emociones. Por un lado, sentía una profunda gratitud y orgullo por mi amigo Pete, quien había sido coronado rey. Su ascenso era un testimonio de su valentía y liderazgo, y me alegraba poder estar allí para apoyarlo.

Corazones en guerra (AlanxJeff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora