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Jeff

Hice algunas preguntas que parecían simples, pero con un gran trasfondo, y descubrí lo que quería. Alan podía comer de todo, pero odiaba las zanahorias. ¿Seguiría comiendo conmigo si eso era lo que más se encontraba en la mesa? Yo podía... podía comer sin él. Creo...

Así que fingí ignorancia cuando el cocinero real me miró perplejo al pedirle todos los platos cuyo ingrediente principal era la zanahoria. Por un momento pensé que no lo haría, o que le haría platos separados a Alan, pero no fue así. A la mañana siguiente, al ver la mesa, todo estaba tal cual lo había pedido.

El comedor estaba iluminado por la suave luz del amanecer que se filtraba a través de las ventanas, creando un ambiente cálido y acogedor. Las paredes estaban decoradas con cuadros antiguos y el aroma a café recién hecho llenaba el aire. Me giré a ver a Alan y pude ver cómo fruncía el ceño y tragaba saliva. Luego curvaba sus labios en una sonrisa forzada y procedía a servirme. Seguí cada uno de sus movimientos. Pude ver cómo inhalaba profundo antes de probarlo, como era su costumbre, y su rostro se distorsionaba un poco. Tan sutil que, si no le estuviera prestando suficiente atención, quizás no lo hubiera notado. Y así siguió con cada platillo.

Lo miré absorto. No lo entendía. Él no tenía que obligarse a hacer esto. Debería molestarse y no volver a comer conmigo, colocando cualquier excusa. Pero cuando al almuerzo y la cena ocurrió lo mismo, e igual al siguiente día, me sentí frustrado. Y me sentí... me sentí culpable.

O lo hice hasta el tercer día, cuando vi un plato que yo no había pedido. Se trataba de algo que podía comer, pero que odiaba: ensalada cruda de carne de búfalo. Lo miré frunciendo el ceño. Charlie y Kael habían intentado hacerme comerlo porque me ayudaría con la anemia, pero yo odiaba su sabor. Lo odiaba. Y era obvio que Alan ahora lo sabía. Se estaba vengando.

—No... no me des de eso. No me gusta —le dije en un hilo de voz, tratando de colocar mi rostro más dulce.

—Pero es realmente saludable, Nu. Debe ser que no te gusta porque no has probado el de aquí —decía con voz suave y tierna, mientras tomaba un poco en el palillo y me decía—: Di ahhh.

—No, por favor, otra vez no —pensé.

Miré por el rabillo del ojo a los sirvientes que nos observaban. ¿Qué debería hacer?

—Anda, no me rechaces —me decía con un puchero lastimero—, solo una, por lo mucho que me amas.

Él... lo estaba haciendo a propósito. Se estaba vengando.

—Pero... —intenté decir.

—¿Es... no me amas? —preguntó de forma tan lastimera que hasta yo empecé a dudar que realmente estaba actuando.

Tomé aire profundo cuando acerco el bocado a mis labios y me obligué a comerlo. Al hacerlo, vi en su mirada, que antes lucía triste, un atisbo de diversión que se amplificaba mientras trataba de tragarlo. El muy malvado me obligó, con su forma dulce y lastimera, a comerme todo el plato.

Con cada bocado sentía que vomitaría, pero definitivamente no le daría el gusto. Su actuación solo mejoraba y mejoraba, y yo me veía incapaz de rechazarlo sin que eso significara que ahora lo estaba amando un poco menos. ¡Manipulador! ¡Rencoroso! Le gritaba en mi corazón.

—Ahhhhhh —me tiré a la cama mientras gritaba contra mi almohada.

Lo odiaba. Siempre se salía con la suya.

—¿Todo bien, su alteza? —preguntó Pean cuando entró y me vio en esa posición.

—Sí... por favor dile al cocinero real que a partir de mañana nada de zanahorias —le dije sin sacar mi cabeza de la almohada. Me sentía tan frustrado. Desde que lo conocí, nada me salía bien. Aunque si quería salir de su encanto, lo había conseguido.

Levanté la cabeza y vi a mi alrededor. Esta habitación estaba impregnada del aroma de Alan. Ni siquiera parecía mía. Parecía... parecía nuestra. Pensaba mientras hundía mi rostro de nuevo en la almohada. Instantes después me di cuenta. No era nuestra. ¿Cuánto tiempo había pasado? Me levanté de un brinco mientras Pean preparaba la mesa para el té de la tarde.

—¿Seguro se encuentra bien, su alteza? —preguntó Pean, confundida por mi comportamiento.

—¿Cuánto tiempo llevamos aquí?

—¿Tiempo? Alrededor de un mes, su alteza.

Y la verdad me golpeó de frente. Alan continuaba quedándose todos los días. Por eso no parecía solo mi cuarto. Él... él no estaba cumpliendo con lo que me dijo.

Esa noche, lo esperé. Bueno, en realidad nunca era capaz de quedarme dormido hasta que lo sentía entrar y acomodarse en el sofá. Era como si estuviera alerta hasta ese momento y, cuando él entraba, todas mis alarmas se apagaban y el cansancio me vencía.

El sonido de la puerta abriéndose en la penumbra me sacó de mis pensamientos. Luego, sus pasos resonaron suavemente mientras acomodaba con cautela las sábanas en el sofá. ¿No le estaba matando ya la espalda después de un mes? Me preguntaba. Él ya no era tan joven, después de todo.

Tomé aire profundo e inicié por primera vez una conversación entre nosotros.

—Alan...

—Oh, lo siento, ¿te desperté, Nu? —preguntó en un susurro suave.

—No... no me llames así. ¡No soy un niño! —espeté molesto. Pean me había dicho que "Nu" era una forma adorable de llamar a un niño.

—Sí... sí... —respondió restándole importancia mientras se recostaba en el sofá—. ¿Pasa algo?

—Ya... ya pasó un mes —le dije, apretándome con más fuerza a la manta.

Pasaron unos segundos que se hicieron eternos. ¿Por qué... por qué no responde?

—Lo sé... —respondió al fin—. Pero... parece que lo alargaré unos días más. Para dar más confianza a nuestra historia. Si ya empezamos, debemos hacerlo bien, ¿cierto?

—Pero dijiste...

—Sí, pero las cosas pueden cambiar en el camino... Pensé que ya... ya no te molestaba tanto —me dijo en un hilo de voz.

—Tu... tu aroma no me deja dormir bien —espeté a la defensiva, abrazándome más a la cobija. Y escuché su risa ligera. ¿Se estaba... se estaba burlando? Me pregunté frunciendo el ceño.

—Por favor, sopórtalo solo unos días más.

—¿Cuántos?

—No estoy seguro... Que tengas lindos sueños, Nu —me dijo de forma ligera.

Él no estaba planeando irse pronto, ¿verdad? ¿Lo estaba haciendo para molestarme?

Eran los últimos días de mi reposo impuesto por Alan, cuando al fin bajé al jardín en compañía de Pean. Me hacía falta aire puro y me perdí en los jardines que se encontraban en flor mientras Pean subía a buscarme un abrigo.

Me senté bajo la sombra de un frondoso árbol, me coloqué mis audífonos y me olvidé del mundo. Llevaba un rato cuando percibí a través del aroma que se acercaban unas personas. Me quité los audífonos y los escuché hablar.

—No puedo creer lo rápido que crece, tal cual como una mala hierba.

—Sí, qué bueno que me di cuenta. De paso estaba cerca de las flores, si alguien lo toca por accidente no me imagino la reacción que pudiera causarle.

—Pica mucho, ¿cierto?

—Más que mucho. Aunque depende de cada persona. Solo un leve contacto es suficiente. Las dejaré aquí para buscar la carretilla de basura. No quiero que se mezcle con mis flores —decía el más anciano mientras la joven asentía y se retiraban.

Así que pica mucho, ¿eh? Me pregunté mientras mi mente se iluminaba con una idea traviesa.

Si Alan se resistía a abandonar mi habitación, no me quedaría de otra que hacer que se fuera.

Corazones en guerra (AlanxJeff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora