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Jeff

Me destrozaba tanto el corazón, que intenté olvidar lo que había ocurrido. Sentía como si una mano invisible me apretara el pecho, dificultando cada respiración. Cada latido era un recordatorio punzante del dolor que me consumía. Mis pensamientos eran un torbellino de emociones, una mezcla de tristeza, desesperación y una profunda sensación de pérdida. Era como si una parte de mí se hubiera roto en mil pedazos.

Alan y yo desayunamos en la posada, envueltos en nuestra aparente burbuja de felicidad, mientras el sol de la mañana se filtraba a través de las ventanas, bañando la habitación con una cálida luz dorada. Luego, iniciamos el regreso a casa, con el paisaje verde y montañoso deslizándose lentamente a nuestro alrededor.

"Jeff..." intentó decir Alan, su voz apenas un susurro en el silencio del carruaje.

"Dijiste que..." lo interrumpí sin dejar de mirar a través de la ventanilla, bloqueando y escondiendo todo lo que sentía en esa caja que ya estaba llena, escondida en el fondo de mi corazón. "Es más, prometiste que no mencionaríamos nada de lo que ocurriera en la cita."

"Es... es cierto," respondió en un hilo de voz tembloroso, sin volver a emitir palabra. Alan siempre... siempre era demasiado amable.

El viaje de regreso se tornó interminable, cada kilómetro recorrido parecía alargar el dolor que sentía en mi pecho. La carretera serpenteaba entre las montañas, y el paisaje parecía borroso con mis ojos nublados.

Volvimos sin mencionar nada de lo que había ocurrido. Tomados de la mano, sonreíamos a los que nos miraban pasar, aunque nuestras sonrisas eran frágiles máscaras que ocultaban la tormenta interna. Después de ello, la brecha que sentíamos antes de la cita se amplió. Todo seguía igual, pero al mismo tiempo era diferente.

Comíamos juntos todos los días, hablando de todo y de nada. Nos tomábamos de la mano cada vez que estábamos cerca, ya como una necesidad inconsciente, casi como lo era respirar. Alan dejó de dormir en mi habitación todos los días. Iba cada dos días y se quedaba en el sofá. Siempre al segundo día, ambos teníamos unas oscuras ojeras bajo nuestros ojos. Solo en el momento en el que él entraba a mi habitación y sentía su aroma, era capaz de conciliar el sueño de forma profunda. Parecía como si... como si a él le pasara lo mismo.

Dejamos de practicar el paso 3. Cuando de vez en cuando nos dábamos uno que otro beso, dependiendo de la situación, eran apenas ligeros roces en los labios. Era demasiado peligroso si nos dejábamos llevar un poco más. Y definitivamente esa noche no dormía en mi habitación.

Alan se enfrascó en el trabajo y yo empecé a participar en pequeñas reuniones y actividades enfocadas en el turismo u organizaciones benéficas, guiado por Way. "Necesitas dejar de estar encerrado y empezar a abrirte al mundo. Al menos, poco a poco" me había dicho. Y así pasaron casi dos meses.

Ese día, me encontraba en el baño tomándome un descanso. Todavía me costaba un poco llevar el ritmo de estas reuniones, aunque cada vez lo llevaba mejor. Me daba ánimos diciéndome que estaba haciendo cosas que valían la pena. Estaba allí, perdido en mis pensamientos, cuando esas personas entraron.

"Oh, ¿lo viste? ¡Los niños lo adoran!" dijo una voz alegre.

"Es cierto, es que el príncipe Jeff se ve tan tierno como un niño, será que lo reconocen," respondió otra voz con una risa suave.

"Pero, ¿no te parece raro?" preguntó la primera voz, ahora con un tono de curiosidad.

"¿Qué?"

"Dicen que él y el príncipe Alan están profundamente enamorados, pero ya van, ¿cuánto? Casi medio año de casados y nada que dan las buenas nuevas."

Corazones en guerra (AlanxJeff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora