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Alan

Tomé aire profundo, sintiendo cómo el peso de la situación se apoderaba de mi pecho. No podía ser cierto. Tener al reino de Pete como mediador para comercializar y manejar las fronteras nos había dado un respiro en medio de la tormenta. Si él cortaba relaciones, sería la ruina para mi reino ya agonizante. Mi gente... mi gente moriría. Había estado luchando incansablemente para mantener a mi reino a flote en medio del conflicto, sin escatimar esfuerzos para aliviar la tensión en la frontera. La idea de perder a nuestro único aliado era devastadora, como ver un barco hundirse lentamente en un mar embravecido.

El salón estaba sumido en un silencio tenso, solo roto por el crujido ocasional de la madera bajo nuestros pies. Las antorchas en las paredes proyectaban sombras danzantes, creando un ambiente casi irreal. Pete, con su porte regio, se levantó y habló con una voz firme, aunque una nota de urgencia se filtraba en sus palabras.

—Les haré una proposición —dijo, y el ambiente se volvió tan tenso que podría cortarse con un cuchillo—. No están obligados a tomarla. También pueden sugerir ideas siempre y cuando sean así de buenas.

Charlie, el joven príncipe heredero de Eldoria del Norte, se adelantó. Sus ojos brillaban detrás de sus lentes, reflejando la luz de los candelabros. Había una mezcla de curiosidad y cautela en su voz cuando preguntó:

—¿Qué propone su alteza?

Pete dejó que sus palabras resonaran en la sala antes de responder.

—Matrimonio. Propongo una unión entre sus reinos que asegure que los ataques pararán.

Winner, con incredulidad y desdén en su voz, espetó:

—Eso es... es absurdo.

Pete lo miró fríamente, su mirada fija en el joven príncipe.

—No, no lo es, príncipe Winner. Propongo un matrimonio que reinicie relaciones entre sus reinos, dé la confianza para abrir las fronteras y acabe con el absurdo conflicto. Será político, sí, pero un reino no podrá atacar al otro si sus miembros están unidos en algo tan sagrado como el matrimonio. La unión que propongo será entre el príncipe Jeff de Eldoria del Norte y el príncipe Alan de Eldoria del Sur. Esto con el fin de garantizar el linaje y la fuerza del mensaje al pueblo.

El silencio volvió a caer sobre la sala, más pesado que antes. Podía sentir la tensión en el aire, casi palpable.

Mientras las palabras resonaban en la sala, mi mente se llenó de pensamientos contradictorios. Por un lado, comprendía la lógica detrás de la unión; un matrimonio podría ser la clave para la paz y la estabilidad que tanto necesitábamos. Pero, por otro lado, la idea de casarme por razones políticas, sin amor ni elección personal, especialmente con uno de nuestros enemigos; me resultaba profundamente perturbadora. Dirigí mi mirada al pequeño príncipe y pude notar que su rostro había perdido todo color, y su mirada lucía perdida, aferrándose con más fuerza al brazo de su hermano.

Charlie, con la voz temblando a pesar de su intento de sonar firme, dijo:

—Acabo de perder a uno de mis hermanos, no voy a entregar al otro.

La desesperación se filtraba en cada palabra, como un río desbordado. El salón, iluminado por candelabros dorados, parecía más oscuro ante la tensión que se respiraba. Las sombras danzaban en las paredes, reflejando la incertidumbre y el miedo de los presentes.

—¿Estás insinuando que perdiste a tu hermano por nuestra culpa? —replicó Babe a la defensiva, su voz cargada de indignación—. Se hicieron investigaciones y se comprobó...

—¡Suficiente! —interrumpió Pete, su voz resonando con autoridad—. Sé que para ambos reinos es muy difícil, pero es la solución más fiable. Yo apoyaría completamente a Eldoria del Norte si algo le llegase a ocurrir a Jeff. Es más que obvio que con esa unión, Eldoria del Sur tendría todas las de perder. Y estando Jeff en Eldoria del Sur, no permitiría que atacaran a Eldoria del Norte. Será un mensaje para su pueblo. Si los gobernantes de ambos reinos se pueden amar, ¿por qué ellos no podrían tratar de conciliar sus diferencias? Sé que es una decisión difícil, por lo que les daré exactamente un mes para pensarlo. Durante ese tiempo podrán proponer ideas, pero si ninguna mejora mi propuesta y no se deciden, cortaré relaciones sin previo aviso al culminar la fecha. He dicho.

—¿Amar? —preguntó Winner con desdén y burla—. Obviamente en el caso hipotético de que se llegara a aceptar, sería un matrimonio político, no por amor. Todos lo sabrían.

—¿Por qué deberían de saberlo? —espetó Pete con calma helada—. Nada convence más a las masas que una historia de amor, especialmente si es entre dos supuestos enemigos. Le da un aire romántico, que si se sabe manejar detendrá cualquier atisbo de resistencia.

¿Y de paso... debíamos fingir amor? Pensé incrédulo. Es imposible. Entre nosotros es imposible.

—¿Y si nos negamos? —preguntó Winner, su voz cargada de desafío, sus ojos brillando con una mezcla de ira y altivez.

—Entonces, Eldoria del Norte y Eldoria del Sur quedarán aislados —respondió Pete con firmeza, su mirada fija en los líderes reunidos—. Mi reino no puede seguir siendo un peón en su guerra interminable. Deben encontrar una solución, y rápido.

—Esto es una locura —murmuró Charlie, mirando a su alrededor en busca de apoyo, su voz temblando ligeramente como una hoja en el viento—. No podemos simplemente casar a nuestros príncipes como si fueran piezas de ajedrez.

—No es una locura, es una oportunidad —dijo Pete, suavizando su tono, intentando infundir esperanza en sus palabras—. Una oportunidad para demostrar a sus pueblos que la paz es posible. Que el amor y la unión pueden superar el odio y la división.

—Entiendo la lógica detrás de su propuesta, su alteza —dije, dirigiéndome a Pete—. Pero esto no es una decisión que pueda tomarse a la ligera. Necesito tiempo para considerar todas las implicaciones y hablar con mi familia. La paz es nuestro objetivo, pero no a cualquier costo.

Pete me observo con una mirada que mezclaba comprensión y determinación. Sabía que la propuesta no era fácil de aceptar, pero también entendía que el tiempo era crucial. Con un suspiro, suavizó su expresión y asintió lentamente.

—Entiendo tus reservas, príncipe Alan —dijo Pete, su voz más calmada pero aún firme—. Esta no es una decisión que se tome a la ligera, y respeto tu necesidad de tiempo para considerar todas las implicaciones. Sin embargo, quiero que todos comprendan que el tiempo es un lujo que no tenemos en abundancia. Cada día que pasa, más vidas están en riesgo.

Pete hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran en los presentes. Luego, continuó con un tono más conciliador.

—Mi intención no es forzar una solución, sino encontrar una que beneficie a todos. La paz y la estabilidad de nuestros reinos dependen de nuestra capacidad para tomar decisiones difíciles. Confío en que, con reflexión y diálogo, podremos llegar a un acuerdo que asegure un futuro mejor para todos.

En ese momento, la reina Helena, que había permanecido en silencio, se adelantó. Se levantó de su silla con una gracia imponente, su mirada fija en Pete, evaluando cada palabra que había dicho. Su presencia era como una tormenta contenida, poderosa y peligrosa.

—Un mes —repitió la reina, su voz suave pero cargada de autoridad, como el susurro de un viento helado—. Muy bien, Pete. Consideraremos tu propuesta. Pero no creas que aceptaremos sin más. Este matrimonio debe ser beneficioso para ambos reinos.

Pete inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto.

—Lo entiendo, su majestad —respondió, su voz firme pero respetuosa—. Espero que encuentren una solución que traiga paz a todos.

Luego dirigiendo su mirada a todos los presentes, reafirmo.

—Tienen un mes —repitió Pete, su voz más suave pero aún firme, como el eco de un trueno lejano—. Ni un día más. No solo para pensar en mi propuesta, sino que también tienen la opción de presentar nuevas propuestas. Esperaré por la decisión que tomen.

Hizo una pausa, su mirada recorriendo el rostro de cada persona en la sala. Luego, con una sonrisa que iluminaba su rostro y sus ojos brillando con una mezcla de expectativa y algo más que no lograba identificar, añadió:

—Oh, una cosa más —dijo, su voz resonando con suavidad—. Como regalo por mi ascensión, quiero pedirles un obsequio conjunto de ambos reinos. Una muestra de su buena disposición.

Babe y yo intercambiamos miradas intrigadas, preguntándonos qué podría desear ahora, después de la bomba que nos había lanzado. Especialmente con esa sonrisa en este ambiente de tanta tensión.

—Que me ayuden a cerrar la noche con un baile —continuó, su voz resonando con suavidad—. Un baile entre Jeff y Alan.

Corazones en guerra (AlanxJeff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora