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Jeff

Apenas cubierto por las suaves sabanas, mi cuerpo estremecido y extenuado, temblaba mientras Alan seguía el camino de mis extremidades con la yema de sus dedos, manteniendo la cara muy cerca, como si estudiara cada milímetro de mi piel.

—Buenos días, Nu— Susurro, podía sentir su aliento cálido en mi piel, enviándome pequeñas corrientes eléctricas que recorrían mi cuerpo.

Sonreí y lo contemplé mientras me miraba con devoción, su sonrisa irradiaba una ternura tan profunda que me enternecía el corazón. El entorno a nuestro alrededor parecía desvanecerse, dejándonos solo a nosotros en un mundo propio. La luz del amanecer se filtraba por las cortinas, bañando la habitación en un resplandor dorado que hacía que todo pareciera mágico.

Allí donde sus dedos pasaban, se borraban mis defectos y la inseguridad. Sentía que cada centímetro de mi ser era valioso cuando él lo analizaba con esa sonrisa y mirada que me desarmaban por completo. Su toque era suave, casi etéreo, pero cargado de una intensidad que me hacía sentir viva.

Dentro de mí, una tormenta de emociones se desataba. La mezcla de amor, asombro y una pizca de incredulidad me abrumaba. ¿Cómo era posible que alguien como él pudiera ver algo especial en mí? Cada vez que sus ojos se encontraban con los míos, sentía que podía ver directamente en mi alma, desnudando mis miedos y mis sueños más profundos.

—No puedo más. ¿De verdad eres humano? — musité, masticando las palabras y sintiendo mi voz un poco ronca. Lo observé como quien observa aquello que desea con todas sus fuerzas, algo que creía que nunca sería posible.

Sus comisuras formaron esa curva preciosa de la que estaba perdidamente enamorada, y yo no pude evitar reproducirla. Su sonrisa era contagiosa, una chispa de alegría que encendía mi alma. En ese momento, sentí una conexión tan profunda que casi me asustaba. Era como si nuestras almas estuvieran entrelazadas, destinadas a encontrarse.

—Un humano perdidamente enamorado— respondió en un susurro suave, su voz era como una melodía que acariciaba mis oídos. Sus palabras resonaron en mi corazón, llenándolo de una calidez indescriptible.

Nos quedamos así, mirándonos, compartiendo un momento que parecía eterno. El mundo exterior dejó de importar, y en ese instante, supe que había encontrado algo verdaderamente especial. Dentro de mí, una paz y una felicidad que nunca antes había experimentado se asentaron, y supe que, pase lo que pase, este amor sería una parte de mí para siempre.

Para ese día teníamos programado el viaje al norte, pero estaba tan cansado que simplemente no podía levantarme de la cama. Alan, diligente y amoroso, me cuidó con una ternura y devoción que me hicieron sentir una mezcla de gratitud y vergüenza. Se atrevió incluso a... a bañarme. Al menos no intentó nada más. Era tan dulce y amoroso que por momentos me perdía en sus ojos, olvidando la verdad. Era su culpa. Él no había tenido ni un poco de misericordia. Nunca volvería a regalarle algo así. Nunca. Para la próxima, aprendería a bordar o le haría algo. Cualquier otra cosa.

Al final, Pete se adelantó para ayudar a Charlie y Way se resistió a ir con él, alegando que me esperaría y que estaba preocupado por mi salud. Pero yo sabía la verdad, Way lo estaba evitando, pensando que Pete terminaría con él si hablaban o algo por el estilo.

Fijamos el viaje para un día antes del festival. Lo dicho, Alan siempre se salía con la suya. Siempre.

En las mañanas despertábamos abrazados, con los cálidos rayos del sol acariciando nuestras pieles. Comíamos juntos, mucho más cerca que antes. Y por las tardes, nos escapábamos a los jardines que rodeaban el palacio para tocarnos y sonreír sobre los labios del otro, donde el aire puro entraba a nuestros pulmones y la vida nos rozaba la piel con devoción. Éramos parte de los árboles, de las flores, nos fusionábamos con el almizcle de la tierra y el sonido del canto de los pájaros. Los bichos y los pájaros se adaptaban al sonido de nuestras risas.

Corazones en guerra (AlanxJeff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora