Capítulo 3

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Antonella:

Trato de controlar los temblores de mis manos. Azov salió hace diez minutos de mi habitación y todavía estoy temblando.
Le deseo, le deseo como nunca, nunca lo había deseado tanto, ni siquiera cuando comenzó nuestra relación. Siento un calor constante, cuando lo veo se me olvida por completo porque lo odio, porque lo alejo, solo deseo que me toque, que explore mi cuerpo y me consuma.

Mis primas dicen que seguramente es porque llevo más de un año sin tener sexo. No he dejado que Azov me toque desde que descubrí su mentira, tres meces después de nuestra boda.

Puedo contar las ocasiones que tuvimos sexo con la palma de una mano, era virgen, siquiera había besado a un hombre y Azov me dio el tiempo que necesitaba. Era joven solo tenía dieciocho, lo comprendía. Me apoyó, esperó a que estuviera lista, ni en nuestra noche de bodas lo exigió.

Tiene que ser, tiene que ser la falta de sexo, lo deseo, deseo su cercanía, su olor y por dios la forma en la que me besó, tan destructiva, exigente, no hubo delicadeza, solo necesidad y una obsesiva posesión. 

Ya cambiada bajo, no creo soportar sus manos en mi cuerpo una vez más, estoy siendo paranoica, noto su cuerpo cambiado, más fornido, musculoso, duro, incluso más grande. Tengo unas increíbles ganas de que me cubra por completo, que su cuerpo me posea, incluso que me domine. Sentir su temperatura, verlo completamente desnudo, su piel parece estar más blanca de lo habitual.

Trago fuerte cundo se gira, su rostro, su preciso rostro me deja en el lugar, mandíbula cuadrada, pómulos altos, labios rosados, nariz cincelada y ese metro noventa de altura embutido en un traje de tres piezas como si fuese lo más normal del mundo, con ese aire arrogante como si el mundo le perteneciera. Me examinan desde arriba, con una maliciosa sonrisa torcida que nunca había visto, sus lentes de sol me impiden ver sus ojos.

-No debiste bajar sola-niego.

- ¡Estoy bien! -su cercanía nuevamente acelera mi libido sexual, nunca antes había estado tan ansioso, tan hambriento, doy un paso atrás- nana iremos a llevar a las chicas, tomaron de más y tienen trabajo que hacer en casa. 
Ellas en cuento descubrieron que Azov venia se invitaron solas. Saben de nuestros problemas y no querían dejarme a su merced, mas cuando le dije que traía compañía.

-No se demoren, estoy haciendo tarta de manzanas, tú preferida-las chicas resoplan.

-Alda no es justo, a nosotras también nos gusta-replica Chiara que le encanta los dulces de nana y por más que come no engorda, en eso sí que la envidio. Estoy tan harta de las dietas, llevo años soñando con comerme un tarro de crema de cacao entero.

-No se quejen, siempre les dejo, Antonella como menos que un pajarito-iba a responder, pero los brazos de Azov me rodean levantándome del suelo. 

-Puedo caminar-le reprocho con un claro disgusto que no poseo, jodidamente me encanta sentirlo- no duele-niega.

-Reposo absoluto, además a partir de ahora a comer más, estás muy delgada-acaricia el lunar de mi labio aturdiéndome la respuesta. No es nadie para ordenarme, pero es que esos movimientos circulares solo provocan unos latidos dolorosos en mi intimidad y me sonríe con una malicia que me hace estremecer.

Me deja delicadamente en unos de los asientos traseros del todoterreno, con mis primas a cada lado y Klaus en el asiento de copiloto, con una botella de agua en la mano dándole traguitos constantes.

- ¿Klaus eres banquero como Azov? -pregunta Paula con curiosidad, está interesada en el chico, pero el solo habla animadamente con ella, es uno de esos hombres atentos y carismáticos, pero nada más. Además, es mejor así, los hombres suelen enamorase de Paula, a ella solo le gusta coquetear y hacerlos sufrir, es como si no lo controlase, es su estado natural, los aplasta con sus tacones de Christian Louboutin, como si no valiesen nada.

Egeo (Mares)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora