— Dianaaa.
Tan de mañana escucho la voz de Keneth. ¿Dios, por qué?
— ¿Qué quieres Keneth?
— ¿Me ayudas con los ejercicios?
Dí un suspiro pesado.
— Está bien. ¿A cuál no le entendiste?
Él tomó su cuaderno y movió sus ojos por toda la página en la cuál había escrito la clase de hoy.
Luego alzó su vista y soltó una risita nerviosa.
— A todos.
Puse una mano sobre su hombro y señalé hacia la maestra.
— Mira, allá está la profesora, que ella te explique.
— ¡No seas mala! Por un momento pensaste en ayudarme.
— Pero es que te mandas, ¿cómo no vas a entenderle siquiera a uno?
— Es que el frío me entume el cerebro.
Entrecerré los ojos.
— ¿Será que tienes?
— Qué fina... ¡Vamos, explícame!
Su cara de ruego me estaba incomodando, así que simplemente me resigné a darle un poco de ayuda.
— Agh... Está bien. Cállate y presta atención.
— Ajá.
Abrí mi cuaderno, y él se sentó a mi lado.
— Escucha, primero debes obtener los datos, luego sacar la masa, y ya después la divides entre el número de hidrógenos en la solución... ¿Vas entendiendo?
Pregunté mientras le veía.
Él carraspeó.— ¿Quieres la verdad?
— Sí.
— No le entiendo un carajo.
— Era de esperarse.
Me encogí de hombros.
— Y ya siendo honesto, nada más vine para hablar contigo, así que... dime bebé~ ¿te gusta el pan?
— Si es así entonces vete, yo sí quiero trabajar y me estorbas.
— Uh, eso sí que dolió.
Tocó su pecho haciéndose el ofendido.
— Ve a la enfermería, ahí seguro te dan calmantes.
— Siempre con tu sarcasmo, ¿eh?
— No es sarcasmo, en serio me gustaría que te fueras.
— Ah.
Rascó su nuca.
— Oye, y hablando de helado...
— No estábamos hablando de eso.
— Como sea, ayer fue muy divertido estar contigo. ¡Fue genial cuando derramaste la malteada sobre el mesero, jaja!
Enseguida me sonrojé al escuchar eso.
Maldición, ¿tenía que hablar sobre ese tema? Se nota lo imprudente que es este chico.
— ¿Es necesario mencionarlo? ¿Acaso no ves que me avergüenza? Además, llegué a casa toda empapada por tu culpa. Tarado.
Le miré molesta y él se sobresaltó.
— ¡Oye! No fue mi culpa, ¿acaso yo hice que lloviera?
— Estoy empezando a creer que sí.
Chasqueó la lengua.
— Demonios, ¡descubrieron que ahora hago hechizos vudú!
— Lo sabía...
Ambos reímos.
— Pero no te resfriaste, ¿o sí?
— No... Gracias por preguntar.
— No es nada, cualquiera se preocupa por su amiga. Por cierto, te veías bonita aún estando empapada, sólo para que lo sepas.
Codeó mi brazo y ladeó una sonrisa, provocándome nervios.
— Ya cierra la boca y ponte a estudiar.
— Diana, ¿estás rojita?
— ¡Claro que no!
— ¿Tienes fiebre, cierto? ¡Yo sabía que estabas resfriada! Por aquí tengo pastillas...
Empezó a hurgar en su mochila.
— La próxima vez dime la verdad.
Lanzó un paquete de cápsulas, el cuál tomé en el aire.
— ¿Lo... decías por eso?
— ¿Eh? ¿A qué te refieres?
— No... Nada.
Empecé a abrirlo.
— ¿Diana?
— ¡Sí! ¡Me enfermé! Ya déjame en paz.
Desvié la vista.
Él rió para sí.— Oye y... ¿cuándo saldremos de nuevo?
Preguntó en tono alegre.
— Cuando los cerdos vuelen.
— ¿El anuncio de Red Bull cuenta?
— No.
— ¿Entonces?
— Nunca.
Hizo un puchero.
— Malota...
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Jamás pensé decir "Hola" (Editando)
Short StoryUna amante de los libros, poco sociable. Esa es Diana. Solitaria, e ignorada por todos... Excepto por un chico. Un simpático chico, al cuál han transferido de salón. Ese es Keneth. Ella lo ha visto un par de veces. Él la conoce más de lo que debe...