33.5 - Miedo al rojo (parte II)

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Caían

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Caían.

Y luego se detuvieron.

Cuando la oscuridad les envolvió, lo que les recibió solo unos segundos después fue un doloroso suelo de roca fría.

Nevan fue presa de un instante de pánico al recordar que había vivido algo similar en el séptimo juicio, cuando un pasaje de sombras se abrió bajo sus pies para tragarle, y también cuando el acantilado donde lucharon contra Yovat se hizo pedazos.

Ahora él y su grupo fueron arrinconados por el mismo truco, pero contrario a sus temores la caída fue tan breve como un par de segundos, y al aterrizar se vieron transportados a un lugar completamente diferente a donde estaban antes.

Para empezar estaban bajo tierra. Nevan pudo ver claramente una capa de roca a decenas de metros de altura sobre ellos.

El espacio en el que estaban era inmensamente amplio, y por alguna razón también estaba muy bien iluminado.

—Nevan —la voz del enlace Balnok se escuchó apretada y muy cerca suyo—. Pesas.

—¿Huh? ¡Oh!

Solo ahí vio que había aterrizado encima de su amigo.

Nevan se bajó de encima suyo y vio con alivio que Merath y el comandante estaban también con ellos, aún recuperándose del golpe y la sorpresa de la caída tan repentina.

Luego miró a su alrededor, notando que cayeron entre unas cuantas formaciones rocosas uno o dos metros de altura. Parte de la luz en el lugar provenía de cristales y hongos resplandecientes brotando de la tierra o las paredes, pero el mago no alcanzó a ver más cuando algo se movió por el costado de su visión, y antes de entender lo que sucedía, ya estaban rodeados.

Primero vio sombras negras sin forma moverse a velocidad inhumana, después unas extrañas líneas que destellaron por una fracción de segundo, y en un solo parpadeo, horribles esqueletos negros aparecieron alrededor de ellos.

Nevan fue incapaz de reaccionar a tiempo. Solo escuchó el chasquido de metal contra metal a su izquierda, pero no pudo ver qué sucedió porque tenía el filo de una larga cuchilla a solo centímetros de su rostro.

Sin embargo nada más sucedió.

Escuchó algunos gruñidos, una frase entrecortada de alguien a quien no pudo identificar, y la cuchilla que parecía provenir del brazo del esqueleto negro flotante temblaba ligeramente, sujeta a la fuerza por una mano enguantada ajena.

Guantes oscuros que llevaban a una larga manga de una túnica roja como la sangre. Había una capucha del mismo tono, y bajo esta, un rostro enmascarado y cerámica blanca marcada por delgadas líneas negras.

—No se muevan —dijo aquella persona.

Pasando su vista a través del filo de la extraña cuchilla, Nevan quedó paralizado al ver que delante suyo, un hombre vestido de rojo sujetaba el brazo del esqueleto oscuro, su postura parecía relajada a pesar de que el esqueleto en cuestión se movía, tratando de sacudirse del agarre, temblando como si le sacudiese el viento.

La Balanza de Itier | El Legado Grant IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora