34 - Lo que trae la neblina

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Cuando Mjiern volvió a su hogar tras la desastrosa reunión con el alto consejo, lo hizo en completo silencio

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Cuando Mjiern volvió a su hogar tras la desastrosa reunión con el alto consejo, lo hizo en completo silencio.

Ni ella ni su padre intercambiaron una sola palabra tras abandonar el templo central, y al llegar fue escoltaba por un grupo de sirvientes hasta su cuarto, del cual no podría salir hasta nuevo aviso.

A la mañana siguiente se corrió el rumor de que la joven heredera sería escoltada hacia una mansión del clan Ar'Farith en el norte del territorio, donde debería meditar hasta que su padre le ordenase regresar. Y esa misma tarde un carruaje partió rumbo al norte de Andaluvan Mael.

Viendo el carro desaparecer colina abajo, el patriarca Mjiethen Ar'Farith salió de su oficina y se fue rumbo a la casona central, atravesando largos pasillos y un jardín hasta llegar a una casa de huéspedes en la zona más interna de la finca.

Un par de guardias y otros dos sirvientes le abrieron el paso y le dejaron solo en un pasillo que llevaba a una sola puerta. Sin detenerle el elfo giró la perilla, entró y cerró de un portazo.

Aquella era una habitación amplia pero simple, con todas las comodidades para que una persona pudiese estar allí sin problemas, y aunque no había pasado ni un día entero desde que pusieron a su ocupante ahí, el lugar era un desastre.

Como si hubiese pasado un tornado, las mantas y almohadas de la cama estaban en el suelo, varios muebles estaban volteados o fuera de lugar, y el único sitio medio intacto era la mesa y silla donde una joven dama completamente carente de modales comía usando sus manos.

—¿Estabas aburrida? —dijo él, pero lo que recibió como despuesta fue una sonrisa bobalicona.

—¿Y bien? —preguntó Mjiern, metiéndose un bollo en la boca.

—Estamos libres. Andando.

Ella se puso de pie de un salto y salió tras su padre dando zancadas.

Mjiern ajustó su ropa, el uniforme de la guardia del clan Ar'Farith, que contaba con una capucha para esconder su cabello trenzado. Quien les viese desde lejos no pensaría nada raro sobre el patriarca siendo escoltado por uno de sus guardias, y no querían llamar la atención más de lo necesario.

—La distracción acaba de salir rumbo al norte —dijo Mjiethen—. Tenemos poco tiempo.

—Padre, ¿estás seguro que se lo creerán? —preguntó ella.

—Incluso si no lo hacen, tendrán que esperar a que el carruaje llegue al norte antes de tener confirmación de que sigues aquí, y para entonces ya habremos hecho nuestra movida.

Mjiern contuvo una carcajada, pero no así escondió su sonrisa.

Pocos días atrás, tras la desastrosa reunión con los demás patriarcas, Mjiern había sido obligada a inclinarse por la mano de su propio padre. Sin embargo, mientras la mantenía así a la fuerza, Mjiern le escuchó murmurar con claridad a su lado: "Viejas luces".

La Balanza de Itier | El Legado Grant IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora