29 - Por el bien de la paz

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Mjiern y Mirenea demoraron dos días en llegar a Erindir

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Mjiern y Mirenea demoraron dos días en llegar a Erindir.

Normalmente les habría tomado una tarde montando en un ulkhos, pero con el miasma expandiéndose por los bosques el número de espectros menores aumentó más de lo que imaginaron, y en más de una ocasión se vieron obligadas a luchar y esconderse.

Pero cuando los altos muros de Erindir asomaron en la distancia, ambas muchachas suspiraron con alivio.

—Aquí todo parece normal, Daem —murmuró la druida.

—Al menos por ahora, pero es seguro que no durará. Al menos aún tenemos tiempo para prepararnos.

Mjiern agitó las riendas del ulkhos y aceleraron el paso, pero aunque todo indicaba que estaban por fin a salvo, ella no bajó la guardia.

No podía decir qué precisamente estaba mal, pero su instinto le gritaba que algo a su alrededor no andaba bien. Quizás fuese la calma en sí, o la forma en que, a pesar del brillante sol sobre la capital, todo parecía más frío de lo usual.

Cualquiera le diría que estaba imaginando cosas, pero Mjiern ya no podía darse el lujo de descartar nada.

Así, tras una silenciosa cabalgata, las dos muchachas atravesaron las enormes puertas Erindir y se adentraron en la ciudad.

Alrededor de ellas las hojas caídas de los árboles de plata se arremolinaban a su alrededor a medida que el ulkhos avanzaba. A su vez las calles de la capital estaban vivas y animadas con gente yendo y viniendo en todas direcciones, todos preocupados de sus propios problemas; una calma perfecta e ideal.

Quizás demasiado.

Entonces Mjiern sintió varios golpecitos suaves en uno de sus hombros, señal de que Mirenea le pedía que se detuviese.

—¿Qué sucede?

—Daem Mjiern, puede dejarme aquí.

Avanzaron una calle más a medida que el animal que cabalgaban bajaba la velocidad, deteniéndose del todo al costado de un sitio donde poca gente transitaba.

Sin esperar más Mirenea se bajó del ulkhos de un salto, tambaleando un poco por la inestabilidad de la pierna protética que tuvo que hacer a medias días atrás.

—¿Qué harás ahora? —le preguntó Mjiern.

—Me reuniré con mis hermanos del ejército para informarles de lo ocurrido en el lago y prepararnos. No estoy segura de qué es lo que se avecina, pero... Es malo, ¿verdad?

La joven druida le dedicó una sonrisa nerviosa, un gesto que buscaba que le confortaran, que le brindasen aunque sea un poco de seguridad, pero Mjiern fue incapaz de ello. Por eso solo puso asentir.

—Trataré de convencer a mi padre de convocar una reunión de emergencia del alto consejo lo más pronto posible. Es seguro que me pidan pruebas o un testigo. ¿Puedo contar contigo para eso?

La Balanza de Itier | El Legado Grant IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora