26 - Una máscara familiar

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Muved tarareó una cancioncilla cuando llegó al frente de un portal

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Muved tarareó una cancioncilla cuando llegó al frente de un portal.

Había llegado hasta allí tras recorrer un camino innecesariamente complicado, lleno de trampas que más bien parecían juegos infantiles, y se sorprendió de que aquel sendero secreto no hubiese cambiado ni un poco desde que memorizó toda la ruta hace más de cien años, cuando aún era un niño.

Ah, casi extrañaba esos tiempos, de no ser porque se remontaba a la época en la que aún creía en las mentiras de los dioses.

<<Ha sido una vida larga.>>

El elfo suspiró y miró el portal oscuro ante él con curiosidad, pero no se detuvo mucho en eso y lo cruzó de un salto.

Cuando volvió a abrir los ojos se encontró en una amplia y espaciosa caverna, quién sabe a cuántos metros bajo el suelo, iluminada por múltiples cristales de colores variados adheridos a las paredes, uno que otro hongo resplandeciente, y una única lámpara de aceite colgada con cadenas de una barra metálica.

Muved sonrió de buena gana, tomó la lámpara para examinarla y de pasó soltó una breve carcajada.

—¿Sabes? —dijo él al aire—. Es un poco ofensivo que intentes hacerme caer en esta clase de trampas, pero lo tomaré como una bienvenida.

Entonces el elfo lanzó la lámpara al suelo, y al derramarse el aceite en su interior prendió fuego rápidamente, revelando con sus llamas una línea de diminutos y alargados cristales rojos en el suelo, como mil agujas naciendo del suelo esperando por una víctima.

—Tch.

Una segunda persona chasqueó la lengua desde un lugar desconocido.

Muved pasó por encima de las agujas de cristal con un saltito y en el momento que dio su segundo paso cuatro figuras borrosas le detuvieron en el acto.

No le atacaron inmediatamente, y Muved se dio el lujo de examinarlos con atención. Se trataba de cuatro figuras esqueléticas, carecían de la parte inferior del cuerpo, pero estaban suspendidas en el aire y estaban cubiertas con capas raídas y malgastadas que les daban una apariencia más bien fantasmagórica.

Además de eso los esqueletos eran completamente negros, como si hubiesen carbonizado sus huesos en una hoguera por horas solo para darles ese color, y extendían sus manos esqueléticas hacia él, cuyos dedos eran antinaturalmente largos y afilados como si fuesen cuchillas.

—Qué muñecos tan extraños tienes aquí —dijo el elfo con una sonrisa.

E inmediatamente después pasó entre medio de estos sin ponerles más atención. Aunque más de uno se movió de forma amenazadora ante él, ninguno le atacó.

Muved avanzó hacia el centro de la gran caverna, con su vista fija en algo enorme en lo alto de esta, que emitía un brillo casi enceguecedor de múltiples colores.

La Balanza de Itier | El Legado Grant IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora