La Presión de la Boda

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La tarde transcurría en los jardines de Novo-Ogaryovo con una luz dorada, creando un juego de luces y sombras entre los árboles. En un banco apartado, lejos del bullicio de la familia, Vladimir e Isabella se encontraban sentados en un cómodo silencio. Ella, con la cabeza apoyada en su hombro, mientras él, rodeándola con un brazo protector, observaba el ir y venir de un petirrojo que picoteaba migajas en el suelo. 

El silencio, lejos de ser incómodo, era un remanso de paz en medio del torbellino que se había apoderado de sus vidas desde el anuncio de su compromiso. La vorágine de la planificación de la boda, la atención mediática, las expectativas de dos países, todo eso se desvanecía en la calidez de su mutua compañía. 

Sin embargo, una sombra de preocupación empañó la mirada de Isabella, que hasta ese momento se había mantenido fija en el vuelo errático del petirrojo. "Vladimir",  dijo, con un ligero suspiro. 

Él giró la cabeza hacia ella, sus ojos  reflejando la luz dorada del atardecer. "¿Sí, mi amor?

"A veces pienso que esto de la boda se nos ha ido de las manos",  confesó ella,  con un deje de frustración en la voz.  "Si hubiera sabido que organizar una simple ceremonia era tan complicado... Nos hubiéramos casado anoche a escondidas, en la capilla del palacio del Kremlin, solo con los testigos."

Vladimir soltó una carcajada, el sonido cálido y profundo resonando en el silencio del jardín. "Mi pequeña princesa rebelde",  dijo,  inclinándose para besarle la frente.  "Siempre con ideas locas."

Isabella esbozó una sonrisa irónica.  "Loca sería casarme contigo con esta pantomima diplomática alrededor",  pensó para sí misma.  Sin embargo, en voz alta dijo:  "Es que no puedo evitar sentirme abrumada.  Todos tienen una opinión sobre cómo debe ser nuestra boda, desde el color de las flores hasta el menú de la cena.  Siento que estoy organizando la boda de otra persona, no la mía.

Vladimir la escuchó con atención, acariciándole el brazo con un gesto tranquilizador.  Comprendía sus sentimientos mejor de lo que ella podía imaginar.  Él también había pasado por innumerables ceremonias, recepciones y banquetes a lo largo de su carrera política, eventos meticulosamente planificados en los que cada gesto, cada palabra, cada sonrisa, estaba calculada al milímetro.   Sabía lo fácil que era sentirse como un títere en manos de un protocolo implacable. 

"Isabella,  mi amor", dijo, tomando su mano entre las suyas.  "Entiendo que esto te resulte agobiante.  Pero quiero que sepas que tienes mi apoyo incondicional.  Si quieres simplificar las cosas, podemos hacerlo.  Podemos reducir la lista de invitados, elegir un lugar más pequeño, incluso cancelar la ceremonia religiosa y optar por una boda civil."

Hizo una pausa, observando su reacción.  "Lo que realmente me importa es que te sientas cómoda, feliz.  Que este sea un día especial para ti, no una obligación protocolaria."

Isabella lo miró con los ojos llenos de gratitud.  "Gracias, Vladimir",  susurró,  apoyando la cabeza en su pecho.  "Sabes que no pretendo ser una diva caprichosa.  Es solo que...  bueno, supongo que estoy un poco asustada."

Vladimir la estrechó entre sus brazos,  besándole el pelo con ternura.  "Asustada, ¿por qué?",  preguntó,  su voz llena de preocupación. 

"Por todo",  confesó ella.  "Por la boda, por la prensa, por el futuro...  Por no estar a la altura de las circunstancias."

Él levantó su barbilla con un dedo, obligándola a mirarlo a los ojos.  "Escúchame bien, Isabella",  dijo, con una intensidad que la hizo estremecer.  "Eres una mujer increíble:  inteligente, valiente, compasiva.  No tienes que demostrar nada a nadie,  y mucho menos a un grupo de periodistas o a la vieja guardia de la corte."

Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De InglaterraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora