El Torbellino de Isabella

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Isabella sentía que vivía en un torbellino. La remodelación de su nuevo hogar en Moscú avanzaba a trompicones, la presión por graduarse con honores como ginecóloga la mantenía encadenada a los libros, y a eso se sumaba el peso de su título de princesa y la atención mediática que generaba su relación con Vladimir Putin. "Un día a la vez", se repetía, mientras repasaba mentalmente los puntos clave de su discurso de graduación. A pesar del cansancio, una sonrisa se dibujaba en sus labios. Cada esfuerzo valdría la pena.

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El frío penetrante de enero se colaba por las rendijas de las ventanas de la oficina, contrastando con la calidez que emanaba de la taza de té que Isabella sostenía entre sus manos. El apartamento de Moscú, habitualmente lleno de vida y calidez, parecía reflejar el estado de ánimo de Isabella en aquellos momentos: frío, silencioso y envuelto en una atmósfera de incertidumbre. El eco de sus palabras, cargadas de frustración, resonaba aún en el aire mientras la nieve caía con obstinación al otro lado de la ventana.

Hacía apenas unas horas que había regresado de Inglaterra, tras pasar las fiestas de año nuevo con su familia.

La fecha límite para la entrega de su tesis doctoral, la culminación de años de esfuerzo y sacrificio, se acercaba inexorablemente.

—Es imposible... no puedo más... —murmuró para sí misma, dejando caer la cabeza sobre la montaña de papeles que inundaba su escritorio.

En ese instante, sintió una presencia cálida y familiar a su lado. Dos manos fuertes y gentiles se posaron sobre sus hombros, transmitiéndole una oleada de confort y seguridad.

—No te rindas ahora, mi amor —susurró Vladimir, su voz grave y profunda resonando cerca de su oído. —Sé que es difícil, pero eres más fuerte de lo que crees.

Isabella se giró hacia él, buscando refugio en la calidez de su mirada azul.

—Vladimir —suspiró, su voz cargada de agotamiento—, estoy agotada... no puedo pensar con claridad... la tesis... todo...

Él la atrajo hacia sí, envolviéndola en un abrazo protector. Isabella se aferró a él con la fuerza de un náufrago que encuentra una tabla de salvación en medio de la tormenta. Sus brazos, fuertes y cálidos, eran el único refugio que necesitaba en ese momento.

—Shhh... tranquila —murmuró él, acunando su cabeza contra su pecho—. Estoy aquí contigo... todo va a salir bien.

Isabella cerró los ojos, aspirando el aroma familiar de su perfume, una mezcla embriagadora de sándalo y tabaco que siempre conseguía tranquilizarla. Con un movimiento instintivo, deslizó sus manos por debajo del abrigo de Vladimir, buscando el calor adicional de su cuerpo. Él pareció comprender su necesidad y la estrechó aún más contra sí.

—Te amo, Isabella —susurró él, su aliento cálido acariciando su cabello—. Nunca lo olvides.

Aquellas palabras, tan simples y a la vez tan cargadas de significado, fueron como un bálsamo para su corazón. En ese abrazo, rodeada por el amor incondicional de Vladimir, Isabella encontró la fuerza que necesitaba para seguir adelante.

La tesis podía esperar... al menos por un momento.

El calor que emanaba del cuerpo de Vladimir se filtró a través de las capas de ropa, llegando hasta el corazón de Isabella, infundiéndole una dosis de serenidad que no había sentido en semanas. Sus palabras, cargadas de amor y apoyo incondicional, resonaban en su interior como un mantra, apaciguando la tormenta de dudas e inseguridades que amenazaba con arrastrarla.

Sin embargo, la realidad, terca e ineludible, la esperaba al otro lado de aquel abrazo protector. La tesis, ese Everest de hojas impresas y conocimientos médicos que se alzaba desafiante ante ella, no se escribiría sola.

Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De InglaterraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora