El Secreto del Pasado

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El sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo londinense de tonos dorados y rosados, mientras paseaban por los jardines del palacio. El aroma de las rosas se mezclaba con el perfume sutil que emanaba de Isabella, creando una atmósfera íntima, propicia para la confesión.

Una pregunta, agazapada en lo profundo de su corazón desde hacía semanas, finalmente se abrió paso en los labios de Isabella.

"¿Sabes, Vladimir?", comenzó, su voz apenas un susurro en la quietud del jardín, "siempre me he preguntado... ¿Por qué te divorciastes  de Lyudmila?".

Vladimir se tensó imperceptiblemente ante la pregunta inesperada. La sombra de su pasado, un pasado que había intentado mantener a raya, se cernía sobre ellos.

"Isabella...", comenzó, titubeante.

"Y no me digas que fue por la presión política", lo interrumpió ella con una leve sonrisa. "Sé que no eres hombre que se doblega ante las conveniencias, mucho menos cuando se trata de algo tan personal".

Vladimir suspiró, rindiéndose a la evidencia. La mirada de Isabella, franca y llena de una curiosidad que no pretendía juzgarlo, lo desarmó por completo.

"Tienes razón, no fue por eso", admitió, su voz teñida de un dejo de melancolía. "La verdad... es que Lyudmila y yo nos divorciamos porque... ella me fue infiel."

Isabella se detuvo en seco, su mano volando instintivamente hacia el brazo de Vladimir. La sorpresa se reflejaba en sus ojos, pero también una sombra de compasión.

"¿Infiel?", preguntó en un susurro, como si temiera romper el frágil hilo de la confesión de Vladimir.

Él asintió, su mirada perdida en algún punto indefinido del horizonte. "Sí", confirmó con voz áspera. "Al principio, no lo entendía. Me culpaba a mí mismo, a mi dedicación al trabajo, a mi ausencia constante...".

Los recuerdos, agridulces, inundaron su mente. Las largas noches de trabajo en su despacho, las llamadas telefónicas interminables, los viajes al extranjero que se sucedían sin tregua. Y en medio de ese torbellino, Lyudmila, sola, criando a sus hijas prácticamente en solitario.

"Ella me decía que se sentía sola, abandonada", continuó, su voz cargada de remordimiento. "Que yo estaba casado con mi trabajo, que era ella quien aún sostenía el matrimonio a flote..."

Isabella escuchó en silencio, su mano aún aferrada al brazo de Vladimir, brindándole el consuelo silencioso de su presencia. En su mente, la imagen de Lyudmila, una mujer fuerte pero también vulnerable, cobraba vida. Comprendió que la soledad, el vacío de una vida compartida a medias, podía llevar incluso a la persona más fuerte a tomar decisiones desesperadas.

"La entendí, Isabella", dijo Vladimir, volviendo la mirada hacia ella. "Comprendí que tenía razón. Y por eso, a pesar del dolor, a pesar del fracaso, decidimos divorciarnos."

"Y con Alina... por que no te casates con ella", preguntó Isabella con cautela, temerosa de abrir viejas heridas.

"Con Alina pensé que sería diferente", confesó Vladimir con un deje de amargura. "Pero la historia se repitió. Después del nacimiento de los gemelos, y luego de las gemelas, me volqué en el trabajo aún más si cabe. Necesitaba asegurar el futuro de mis hijos, de mi país..."

Su voz se fue apagando, consciente de que estaba repitiendo los errores del pasado.

"Pero contigo, Isabella, es diferente", afirmó, su mirada capturando la de ella con una intensidad que le robó el aliento. "Tú... tú me has enseñado a encontrar el equilibrio, a comprender que el poder sin amor es un trono vacío. Me has mostrado que se puede ser un líder fuerte sin renunciar a la familia, a la felicidad".

Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De InglaterraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora