Al concluir la cena, la familia comenzo a dispersarse, cada uno dirigiéndose a sus respectivas habitaciones. Isabella y Vladimir se quedaron en la sala, donde la luz cálida de la lámpara creaba una atmósfera acogedora.
Vladimir, notando el cansancio de Isabella, se inclinó hacia ella con ternura.
—¿Tienes algo más en mente? —preguntó, su tono suave y comprensivo.
Isabella suspiró y se recostó en su pecho, buscando el refugio que solo él podía ofrecerle.
—Estoy cansada, Gordo —murmuró, cerrando los ojos por un momento.
Vladimir la abrazó con fuerza, sintiendo cómo su estrés se desvanecía poco a poco.
—Te amo, amo tus abrazos —continuó ella, entrelazando sus dedos con los de él. —Me siento segura y amada contigo. Tus besos, tus ojos, y todo de ti...
Las palabras de Isabella resonaron en el corazón de Vladimir. Sentía una mezcla de emoción y gratitud; en medio de tantas tensiones familiares y responsabilidades, esos momentos de conexión eran su bálsamo. La forma en que se entregaban el uno al otro, en esas pequeñas pero significativas interacciones, solidificaba el vínculo que habían cultivado a lo largo de los años.
—Yo también te amo, Isabella. Eres mi fortaleza —respondió, acariciando su cabello con suavidad—. Siempre estaré aquí para ti.
Ambos permanecieron en silencio, disfrutando de la paz que les brindaba la compañía mutua. En ese instante, todo lo demás se desvanecía: las preocupaciones, los preparativos de la boda y la efervescencia familiar. Solo existían ellos dos, el abrazo reconfortante y la promesa de un amor que se sentía interminable.
Isabella mantuvo su cabeza reposando en el pecho de Vladimir, mientras él la acariciaba suavemente. La calidez de su abrazo la hacía sentir como si estuviera en el lugar más seguro del mundo. A través de la ventana, la luna brillaba intensamente, iluminando suavemente la estancia y creando un ambiente casi mágico.
—A veces me pregunto cómo hacemos para sobrellevar todo esto —confesó Isabella, levantando la vista hacia él. Sus ojos reflejaban una mezcla de vulnerabilidad y determinación—. La boda, los preparativos, todas esas expectativas... A veces siento que podría desbordarme.
Vladimir asintió, comprensivo. Sabía que Isabella, aunque fuerte, llevaba una carga considerable al ser parte de una familia real.
—Es natural sentirse así, amor. Pero recuerda que estamos en esto juntos. No tienes que cargar este peso sola —respondió él, apretándole suavemente las manos—. Siempre puedes contar conmigo.
Isabella siguió mirándolo, buscando en sus ojos la certeza de que todo iba a salir bien. La idea de compartir su vida con él durante la boda y más allá le llenaba de alegría.
—Tú siempre sabes cómo calmar mis preocupaciones —dijo, sonriendo levemente—. No sé qué haría sin ti.
—Y no tienes que averiguarlo —replicó Vladimir, sonriendo—. Cada desafío que enfrentemos será más llevadero porque estamos juntos.
En ese momento, Isabella se apartó un poco para observar a Vladimir con más detenimiento. Apreciaba cada rasgo, cada línea en su rostro que contaba historias de amor y sacrificio. Esa conexión tan profunda le daba fuerza.
—A veces te veo tan involucrado con las niñas, jugando con los niños, ocupado en tu trabajo, con los preparativos de la boda... ¿No te preocupa tener que lidiar con todas las ideas y opiniones de tus hijas? —preguntó, sabiendo que el entusiasmo de ellas podía ser abrumador.
Vladimir soltó una risa suave, su mirada iluminada por el entendimiento.
—Es parte de ser padre. Pero quizás lo más importante es recordar que cada una también tiene su voz. Estoy aprendiendo a escuchar sus deseos, como lo hiciste tú al apoyar nuestra relación y mi rol en sus vidas.
Isabella sintió un cálido nudo en el estómago; sabía que la relación entre Vladimir y sus hijas no solo se trataba de amor, sino también de respeto mutuo.
—Te amo por eso, por tu capacidad de escuchar y valorar a todos —susurró ella, volviendo a abrazarlo, buscando su calidez.
—Y yo te amo por permitirte ser parte de mi mundo. Eres un pilar fundamental no solo en mi vida, sino en la de mis hijos y nietos —contestó Vladimir, acariciando su mejilla.
—Prometamos no perder de vista lo que realmente importa mientras la boda se va acercando —sugirió Isabella, separándose un poco para mirarlo con sinceridad.
—Prometido. Siempre seremos el refugio del otro, sin importar el caos que nos rodee —respondió Vladimir con firmeza.
Isabella sonrió, y el brillo en sus ojos reflejaba la renovada esperanza que sentía. Se sintieron más unidos que nunca, con la seguridad de que juntos podían enfrentarlo todo. Le dio un suave beso, uno lleno de promesas y amor.
—Ahora, ¿qué te parece si hacemos un pequeño viaje a la cocina? Tengo ganas de un poco de ese pan que hornearon esta tarde —comentó, rompiendo la tensión con un toque de ligereza.
La idea de disfrutar de unos momentos más de intimidad y dulzura simple trajo una sonrisa a los labios de Vladimir.
—Eso suena perfecto, mi amor. Vamos a celebrarlo juntos —dijo, al levantarse y tenderle su mano.
Ambos se dirigieron hacia la cocina, donde el aroma del pan y galletas recién horneados seguía llenando el aire. La unión de los dos les reafirmaba una vez más que la verdadera esencia de la vida estaba no solo en los grandes eventos, sino en esos pequeños momentos compartidos. Isabella se movió con gracia hacia la encimera, donde el pan dorado reposaba, aún caliente.
—Mira lo que han hecho —dijo, levantando una rebanada del pan con una sonrisa triunfante—. ¡Espero que esté a la altura de nuestras expectativas!
Vladimir se acercó, observando con admiración. —Se ve increíble. No puedo esperar para probarlo.
Isabella cortó un par de rebanadas y las colocó en un plato. Mientras lo hacía, sus manos se rozaron, y ambos sintieron una chispa de conexión.
—¿Te gustaría un poco de mantequilla? —preguntó ella, mientras buscaba el tarro en el refrigerador.
—Claro, pero solo si prometes compartirlo conmigo —respondió Vladimir con una sonrisa traviesa.
Ella rió y le lanzó un vistazo juguetón. —Por supuesto. Pero solo si prometes no comerte todo el pan.
Ambos rieron, disfrutando de la ligereza del momento. Mientras untaba la mantequilla sobre el pan tibio, Isabella sintió que esos instantes simples eran lo que realmente construía su relación: risas, complicidad y amor compartido.
—¿Sabes? —dijo ella mientras le ofrecía una rebanada—. A veces creo que estos momentos son más importantes que cualquier celebración grande.
—Tienes razón —asintió Vladimir, tomando un bocado—. La vida está hecha de estos pequeños placeres. Y contigo, cada uno es aún más especial.
Isabella se sintió llena de calidez al escuchar esas palabras. Mientras disfrutaban del pan, se sentaron en la mesa de la cocina, hablando de sus sueños y esperanzas para el futuro.
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Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De Inglaterra
RomanceEn los salones dorados del Palacio de Buckingham, donde las sombras esconden intrigas y los retratos de antiguos monarcas observan en silencio, se forja una historia prohibida. La princesa Isabella, cuarta en línea de sucesión al trono de Inglaterra...