Palomitas, Princesas y Despedidas

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El reloj de la oficina marcaba las ocho de la noche. Vladimir, inmerso en un mar de documentos oficiales, suspiraba con resignación. Dos semanas. Solo faltaban dos semanas para la boda y la montaña de trabajo parecía crecer en lugar de disminuir. A pesar de la emoción que le embargaba al pensar en su futuro junto a Isabella, la presión por dejarlo todo listo, tanto en el ámbito político como en el personal, amenazaba con desbordarlo. 

Isabella, consciente de la tensión que embargaba a Vladimir, decidió intervenir. Se había acostumbrado a su ritmo de trabajo frenético, a las llamadas telefónicas a deshoras y a las reuniones de último minuto que interrumpían sus veladas. Pero esta noche, con la boda tan cerca, anhelaba compartir un momento de intimidad, de complicidad, con el hombre que le había robado el corazón.

"¿Vladimir?", preguntó con dulzura, acercándose a su escritorio y depositando un beso fugaz en su mejilla. "¿Te parece si hacemos una pausa y vemos una película? Preparé palomitas", añadió con una sonrisa pícara, sabiendo que su prometido no era muy aficionado a ese tipo de "caprichos", como él los llamaba. 

Vladimir, sin apartar la vista de los documentos, sonrió con ternura.  La sola presencia de Isabella en la habitación, con su energía vibrante y su sonrisa contagiosa, tenía el poder de disipar cualquier rastro de cansancio o preocupación. 

"Sabes que no me gustan esas cosas, mi amor", respondió, fingiendo severidad.  

"Lo sé, lo sé", replicó ella con un guiño cómplice.  

Vladimir, incapaz de resistirse a sus encantos, cedió. "De acuerdo, de acuerdo. Una película. Pero que no sea muy larga, mañana tengo un día complicado", advirtió, mientras cerraba el último expediente y se ponía de pie, estirando los músculos contraídos por las largas horas sentado frente al escritorio.

Isabella, triunfante, lo tomó de la mano y lo condujo hacia la sala de cine privada de la casa.  Una vez instalados en los cómodos sillones de cuero, con una manta compartida y el aroma a palomitas recién hechas flotando en el aire, Isabella anunció su elección: "La bella y la bestia". 

Vladimir, con una mezcla de sorpresa y diversión en la mirada, soltó una carcajada. "¿En serio, Isabella? ¿No crees que estás un poco grande para esas películas?". 

Isabella, sin inmutarse, se acurrucó a su lado y respondió con una sonrisa pícara.  "Tal vez. Pero eso no significa que no pueda disfrutarlas. Además, ya sabes lo que dicen: 'Nunca se es demasiado viejo para un cuento de hadas'".

Y así, rodeados por la magia del cine y la calidez de su amor, se dejaron llevar por la historia de Bella y la Bestia, una historia que, a pesar de ser un clásico infantil, escondía un mensaje universal sobre la fuerza del amor verdadero, capaz de romper cualquier hechizo, de transformar incluso al corazón más endurecido. 

Durante la película, Isabella, en un gesto cariñoso, intentó en varias ocasiones darle a probar a Vladimir una palomita, pero él, fiel a sus principios, se negaba con una sonrisa. Hasta que, vencido por la insistencia de su prometida, cedió y aceptó probar una.  

La expresión de sorpresa en el rostro de Vladimir al sentir el sabor salado y crujiente de la palomita en su boca, seguido de una tímida sonrisa de aprobación, llenó a Isabella de felicidad. Era una pequeña victoria, un gesto insignificante a ojos de cualquiera, pero que para ella significaba mucho más que la simple aceptación de un alimento.  Era la señal de que Vladimir, poco a poco, estaba abriendo su corazón a nuevas experiencias, a nuevas formas de disfrutar la vida junto a ella. 

Al finalizar la película, mientras Vladimir se preparaba para regresar a su residencia oficial en Novo-Ogarevo , Isabella le propuso que llevara sus cosas a la casa y las fuera acomodando en su vestidor. "Tengo que viajar a Londres el lunes para ultimar detalles de la boda y luego... ¡despedida de soltera!", anunció con una sonrisa pícara.

Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De InglaterraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora