El poder del amor

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El hospital infantil los recibió con el murmullo habitual de voces infantiles y el ir y venir de médicos y enfermeras. Mientras Vladimir se dedicaba a estrechar manos y conversar con el personal médico, la atención de Isabella fue capturada por un niño pequeño que se encontraba sentado solo en un rincón de la sala de juegos. Su carita, delicada reflejaba una tristeza que le encogió el corazón.

Con un gesto instintivo, Isabella se acercó a el, dejando a Vladimir atendiendo sus responsabilidades presidenciales. "¿Hola, pequeño", la saludó con una sonrisa cálida. "¿Cómo te llamas?".

El niño la miró con recelo, sus ojos grises como el cielo nublado. "¿Eres... eres la esposa del presidente?", preguntó con un hilo de voz.

Isabella se arrodilló frente a el, colocándose a su altura. "Sí, lo soy", respondió con dulzura. "Pero también puedo ser tu amiga, si me dejas".

Una sonrisa vacilante iluminó el rostro del niño, como un rayo de sol atravesando las nubes. "¿De verdad?", susurró, con un destello de esperanza en la mirada.

"Claro que sí", aseguró Isabella, tomándole la mano con delicadeza. "¿Cómo te llamas?".

"Alexei, pero me dicen Alex", respondió el pequeño, aferrándose a la mano de Isabella como si fuera un salvavidas.

"¿Y dónde están tus papás, Alex?", preguntó Isabella, su corazón encogiéndose al ver la tristeza que volvía a nublar la mirada del niño.

"Mis papás están en el cielo", respondió Alex, con voz temblorosa. "Y mis abuelos... mis abuelos no me quieren". Las lágrimas asomaron a sus ojos, brillando como diamantes sobre su piel pálida. "Dicen que soy... que soy un estorbo. Y ahora... ahora estoy en este lugar, con muchos niños que tampoco tienen papás".

Isabella sintió un nudo en la garganta. No podía imaginar el dolor que debía estar soportando esa pequeña alma, abandonada a su suerte a tan corta edad. "¿Y cuántos años tienes, Alex?", preguntó, con un nudo en la garganta.

"Cinco", respondió el niño, mostrando cinco pequeños dedos.

Desde la distancia, Vladimir observaba la escena con una mezcla de admiración y ternura. Había algo mágico en la forma en que Isabella conectaba con la gente, especialmente con los niños. Su calidez, su empatía, su capacidad de infundir esperanza incluso en las situaciones más difíciles... era una de las muchas cosas que lo habían enamorado de ella desde el primer momento.

Vladimir se acercó a ellos, una sonrisa dibujada en sus labios. "¿Con que tenemos un nuevo amigo?", preguntó, inclinándose para quedar a la altura de Alexeis.

El niño lo miró con los ojos muy abiertos, asombrado. "¿Eres... eres el presidente?", preguntó con un hilo de voz.

"En persona", respondió Vladimir con una sonrisa divertida. "Y tú, ¿eres amigo de mi esposa?

Alexeis asintió tímidamente, aferrándose con más fuerza a la mano de Isabella. "¿De verdad es tu esposa?", preguntó, con una mezcla de incredulidad y admiración en la mirada.

"Lo es", confirmó Vladimir, su voz resonando con orgullo y amor.

Alexeis se quedó pensativo por un momento, observándolos a ambos con una seriedad que contrastaba con su corta edad. "Tienen suerte", dijo finalmente, con una sabiduría que sorprendió a Vladimir. "Ella es muy linda".

Vladimir rio entre dientes, complacido por la perspicacia del pequeño. "Tienes toda la razón, Alexeis. Soy muy afortunado de tenerla a mi lado".

Isabella, conmovida por la situación del pequeño, decidió regalarle un pequeño obsequio. Se quitó la cadena de oro que llevaba al cuello, con un delicado dije de corazón, y se la colocó con cuidado alrededor del cuello de Alexeis.

"Pronto vuelvo", dijo con dulzura. "Y cuando vuelva me lo regresas".

Los ojos de Alexeis brillaron con una mezcla de sorpresa y alegría. "Es hermosa", susurró, tocando con delicadeza el dije. "Gracias".

"No tienes que agradecerme nada, pequeño", respondió Isabella, abrazándolo con cariño. "Y no te preocupes, pronto volveré a verte".

De vuelta en el auto presidencial, Isabella le contó a Vladimir la historia de Alexeis con más detalle, su voz llena de emoción. La injusticia de la situación, la tristeza de un niño privado del amor y la protección de una familia, la llenaba de impotencia y rabia.

Vladimir la escuchó con atención, su expresión seria y concentrada. "No te preocupes, mi amor", dijo al final, tomándole la mano con firmeza. "Me ocuparé personalmente del caso de Alexeis. Y no sólo del suyo, sino del de todos esos niños que se encuentran en una situación similar. Nadie debería crecer sin el amor y la protección que se merecen".

Isabella le sonrió con gratitud, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. "Gracias, Vladimir", susurró, apoyando su cabeza en su hombro. "Gracias por ser tan... tan maravilloso".

Vladimir la estrechó entre sus brazos, besándole la frente con ternura. "No tienes que agradecerme nada, Isabella", murmuró contra su cabello. "Tú eres mi prioridad, y tu felicidad es mi mayor recompensa. Pídeme lo que quieras, mi amor, y moveré cielo y tierra para hacerlo realidad".

El murmullo constante de la actividad política llenaba el despacho de Vladimir en el Kremlin. Desde su regreso del hospital, la imagen de Alexeis, con su mirada triste y su fragilidad conmovedora, no abandonaba sus pensamientos. Mientras revisaba informes y firmaba documentos, su mente se desviaba una y otra vez hacia al pequeño.

Isabella, como si pudiera leer sus pensamientos, entró al despacho con su andar elegante y decidido. Vladimir, absorto en un informe sobre la situación económica del país, no notó su presencia hasta que sintió la calidez de sus brazos rodeándolo por detrás.

Una sonrisa se extendió por su rostro al instante. El aroma de Isabella, una mezcla de jazmín y vainilla, siempre tenía el poder de calmarlo, de traerlo de vuelta a la orilla cuando las turbulencias del poder amenazaban con arrastrarlo.

Depositó el informe sobre el escritorio y, girándose en su sillón, tomó la mano de Isabella entre las suyas. "¿En qué piensas, mi amor?", preguntó, observándola con atención. Había un atisbo de tristeza en sus ojos color azules que le preocupó.

Isabella, sin decir palabra, se sentó en su regazo, apoyando la cabeza en su hombro. "En Alexeis", respondió con un suspiro. "No puedo dejar de pensar en el, en lo solo que está en ese hospital. Es tan pequeño... Necesita amor, cariño, un hogar".

Una oleada de ternura recorrió a Vladimir al escucharla. La compasión de Isabella, su enorme corazón, eran algunas de las cualidades que más admiraba en ella. "Mi amor", dijo con suavidad, acariciando su cabello con delicadeza. "Entiendo tu preocupación, pero no podemos llevarnos a todos los niños a casa. Ya tenemos suficiente bullicio con nuestra propio equipo".

Isabella lo miró con ojos suplicantes. "Lo sé, gordo, lo sé", dijo, utilizando el apodo cariñoso con el que solía referirse a él en la intimidad. "Pero Alexeis es diferente. Está solo en el mundo, sin nadie que lo quiera. He pensado en trasladarla a mi clínica, podría recibir la mejor atención médica y... y yo podría visitarlo todos los días. Pero no sería lo mismo. El necesita un hogar, una familia".

Vladimir vio la tristeza reflejada en el rostro de Isabella y comprendió que no descansaría hasta encontrar una solución. Se inclinó y la besó con ternura. "Está bien, mi amor", dijo con una sonrisa. "Haremos lo que sea necesario para que Alexeis venga a casa con nosotros. Por lo menos hasta que se recupere y... y ya veremos qué pasa después".

Esa misma tarde, aprovechando la discreción que les permitía el ocaso, Vladimir e Isabella regresaron al hospital. El corazón de Isabella latía con fuerza en su pecho, una mezcla de emoción y nerviosismo la embargaba.  

Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De InglaterraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora