Una Videollamada Nocturna

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Las calles de Moscú desfilaban ante los ojos de Isabella como en un sueño. Aún embriagada por la felicidad del compromiso, no podía apartar la mirada del anillo que ahora adornaba su dedo anular, un diamante que brillaba con la promesa de un futuro juntos.

Isabella y Vladimir iban en el auto, recorriendo las calles de la ciudad, rodeados del murmullo de la vida urbana. El ruido del tráfico se desvanecía mientras el interior del vehículo se envolvía en una atmósfera cargada de emoción.

Vladimir, al volante, llevaba una mirada concentrada, pero se permitía robarle a Isabella unas furtivas miradas por el rabillo del ojo. Ella, por su parte, tenía su atención fija en el anillo de compromiso que llevaban sus dedos. El resplandor del oro y el brillo de la piedra eran hipnotizantes.

-Mi amor, tienes toda una vida para ver el anillo -dijo Vladimir con una sonrisa pícara, tratando de romper la trance de Isabella.

Isabella, levantando la vista de la joya, lo contempló con ojos brillantes. -Es que es hermoso, -respondió, no solo refiriéndose al anillo, sino también al momento que compartían. Su corazón latía con fuerza mientras pensaba en lo que significaba esa joya en su dedo, en su vida y en su futuro juntos.

En ese instante, el auto se detuvo en un semáforo en rojo. Vladimir decidió aprovechar la pausa. Se giró hacia Isabella, acercándose un poco más, y la besó suavemente. El toque de sus labios era cálido y familiar, pero siempre encendía una chispa nueva en su interior. La intensidad del momento hizo que el tiempo pareciera detenerse; su beso era un susurro de promesas compartidas.

-Tú eres la hermosa -murmuró Vladimir mientras sus labios se separaban, su mano se deslizó suavemente sobre la pierna de Isabella. La sensación de su toque encendió un suave rubor en su rostro.

Isabella rió suavemente, un sonido musical que llenó el espacio vacío entre ellos. Sentía la calidez de su amor envolviéndola. -¿Sabes? Siempre soñé con este momento. -Confesó, dejando que su sinceridad fluyera.

El semáforo cambió a verde, y Vladimir tomó el control del auto nuevamente, pero su mano permaneció en la pierna de Isabella, como si estuviera tratando de mantener cerca su esencia. La carretera se extendía ante ellos, y cada kilómetro recorrían juntos parecía simbolizar un paso más hacia un futuro compartido.

Mientras conducía, comenzaron a hablar de sus sueños, de cómo se imaginaban su vida juntos. Isabella describió su deseo de tener una boda en un pequeño pueblo rodeado de naturaleza, con flores silvestres y la música suave del viento como telón de fondo.

Al llegar a su apartamento, cerca de la medianoche, la euforia del momento seguía palpitando en el aire. Vladimir, con una sonrisa serena y la mirada llena de ternura, observaba a su prometida, contagiado por su alegría.

"Vamos a la cama, mi amor", susurró, atrayéndola hacia sí en un abrazo que la envolvió en una burbuja de seguridad y felicidad.

Pero Isabella, incapaz de contener la emoción que la desbordaba, detuvo en seco sus pasos.

"Tenemos que contárselo a mi familia", exclamó, con los ojos brillantes de entusiasmo. "No puedo esperar a que se enteren".

Vladimir, consciente de que eran más de las doce de la noche, intentó razonar con ella.

"Isabella, mi amor, es muy tarde. Mañana les llamaremos con calma y celebraremos todos juntos".

Sin embargo, Isabella ya tenía el teléfono en la mano, la determinación brillando en sus ojos color azul. "No seas aburrido, Vladimir. ¡Es una ocasión especial! Seguro que nos lo perdonarán", respondió, con una sonrisa pícara que a él le resultaba imposible resistir.

Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De InglaterraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora