El eco de los tacones de Isabella resonaba en el silencioso pasillo del último piso de la clínica. Se había quedado hasta tarde, como de costumbre, inmersa en el análisis de unos informes médicos y de la clínica. Su bata blanca, aún con el nombre "Dra. Isabella Mountbatten-Windsor" bordado, le sentaba con una naturalidad que contrastaba con los vestidos que lucía.
La puerta se abrió sin previo aviso y una sonrisa espontánea iluminó el rostro de Isabella. Vladimir, con el cansancio del día reflejado en su mirada pero la ternura de siempre en sus ojos, entró en la oficina con la familiaridad de quien conoce cada rincón de su mundo.
— Vladimir —exclamó, una sonrisa espontánea iluminando su rostro—. ¿Qué haces aquí a estas horas? Te dije que te fueras a la casa, y descansaras que no me esperaras despierto —dijo Isabella, sin poder evitar que una sombra de reproche y colara en su voz.
—Y yo te dije que vendría a verte, así tuviera que escalar la muralla de la clínica —respondió Vladimir, acercándose a ella con la seguridad de un conquistador que conoce el terreno.
Se besaron con la complicidad de quienes han tejido un lenguaje propio a través de los años, un lenguaje donde las palabras sobran y los silencios se llenan de significado.
—Estás hermosa —murmuró Vladimir, contemplándola con una mezcla de admiración y orgullo—. Esa bata te queda mejor que cualquier vestido de diseñador.
—No digas tonterías —respondió Isabella, sintiendo que el rubor le subía a las mejillas. —Llevo horas aquí metida, revisando análisis y firmando papeles. Apuesto a que huelo a desinfectante y a café frío, Llevo más de veinte horas despierta, he asistido a dos partos y me he tomado más café del que debería. Apuesto a que parezco un zombie con bata blanca.
—Y aún así, eres la mujer más irresistible del planeta —insistió Vladimir, robándole un beso fugaz—. ¿Y bien, cómo va la clínica? ¿Algún parto complicado esta noche?
Isabella, encantada de que él siempre mostrara interés en su carrera, incluso en los detalles más técnicos, se acomodó en el pequeño sofá que había en un rincón de la oficina, invitándolo a sentarse a su lado.
—De todo un poco —dijo, con una mueca—. Un parto prematuro un poco complicado, pero al final todo salió bien. La madre, una chica jovencita, casi se desmaya de la emoción al escuchar el llanto de su bebé, pero todo tranquilo por el momento —dijo Isabella, agradecida por el interés que él siempre mostraba en su trabajo—.
Aunque nunca se sabe cuándo puede sonar el teléfono y tener que salir corriendo a atender una emergencia. Es parte de la magia de esta profesión.
—Una magia que tú dominas a la perfección —afirmó Vladimir, depositando un beso en su cabello—. Estoy muy orgulloso de ti, ¿sabes? De la mujer en la que te has convertido, de la pasión que pones en todo lo que haces.
Isabella suspiró, dejando que las palabras de Vladimir penetraran en lo más profundo de su ser. A pesar de la distancia, de los desafíos, de las dudas que a veces la asaltaban, siempre había encontrado en él un refugio, una fuente inagotable de apoyo y comprensión.
—Había momentos —confesó, apoyando su cabeza en el pecho de Vladimir— en los que pensé que no podría con todo esto. La carrera, la clínica, la distancia, la presión de ser quien soy... a veces me sentía como si estuviera nadando contracorriente.
—Pero nunca te rendiste —dijo Vladimir, acariciándole el cabello con ternura—. Siempre encontraste la fuerza para seguir adelante, para superarte a ti misma. Y mírate ahora, Isabella. Eres una doctora excepcional, una líder nata, Isabella, aún cobijada en su abrazo, sonrió con un dejo de incredulidad.
—No puedo creer que solo falte un año para graduarme —dijo, su voz cargada de una mezcla de emoción y nostalgia—. A veces siento que fue ayer cuando empezaba la carrera, llena de miedos e inseguridades.
—Y mírate ahora, a punto de convertirte en una de las ginecólogas más jóvenes y brillantes del país —dijo Vladimir, con un orgullo que traspasaba cualquier protocolo o formalidad—. Siempre supe que lo lograrías, Isabella. Tienes la inteligencia, la determinación y la pasión necesarias para dejar tu huella en el mundo.
—Te amo, Vladimir —murmuró Isabella, con la voz ahogada por la emoción. —Y no habría llegado hasta aquí sin ti. Tu apoyo, tu amor... han sido mi brújula en los momentos de oscuridad.
—Y tú has sido mi luz, Isabella —respondió Vladimir, con la voz cargada de emoción—. La luz que ilumina mis días y le da sentido a mi existencia.
Esas palabras significan mucho para mí, viniendo de ti —dijo Isabella, mirándolo a los ojos con una intensidad que lo desarmaba por completo—. Hubo momentos, sobre todo al principio, en los que pensé que no podría con todo. La clínica, los estudios, nuestra relación... a veces sentía que llevaba una vida doble, que no podía dedicarme a nada ni a nadie al cien por cien.
—Pero siempre encontraste el equilibrio, Isabella —la tranquilizó Vladimir, acariciándole la mejilla con ternura—. Nunca descuidaste tus responsabilidades, ni como médica,como estudiante, ni como princesa. Y mucho menos... como la mujer que amo.
—Es que tú... —murmuró Isabella, sintiendo que las palabras se agolpaban en su garganta— tú me has enseñado el verdadero significado del compromiso, de la entrega. Me has demostrado que el amor no es un obstáculo para alcanzar nuestros sueños, sino el motor que nos impulsa a ser mejores cada día.
—Y tú, mi amor —respondió Vladimir, atrapando su mirada en la suya—, me has enseñado la importancia de la paciencia, del respeto, del apoyo incondicional. Gracias a ti he aprendido que el amor verdadero no busca poseer, sino complementar, impulsar, hacer brillar al otro con luz propia.
—A veces —confesó, con un ligero temblor en la voz— me pregunto cómo puedo soportar la carga emocional de esta profesión. Ver el dolor, el miedo en los ojos de las mujeres... sentir que tengo en mis manos la vida de dos seres humanos... es una responsabilidad enorme.
—Lo sé, mi amor —dijo Vladimir, abrazándola con más fuerza—. Pero también sé que tienes la fuerza, la compasión y el talento necesarios para ayudar a esas mujeres, para aliviar su dolor y traer nueva vida al mundo.
—Espero no defraudarte nunca —susurró Isabella, con la voz cargada de emoción.
—Jamás podrías hacerlo —aseguró Vladimir, besándola en la frente con infinita ternura—. Eres una mujer increíble, Isabella. Y te amo con todo mi corazón.
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Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De Inglaterra
Roman d'amourEn los salones dorados del Palacio de Buckingham, donde las sombras esconden intrigas y los retratos de antiguos monarcas observan en silencio, se forja una historia prohibida. La princesa Isabella, cuarta en línea de sucesión al trono de Inglaterra...