Soy Isabella Mountbatten-Windsor

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El aroma a tacos al pastor se extendía por el comedor de la casa de Victoria Ruffo en Ciudad de México. Era una noche cálida, el aire lleno del bullicio familiar que siempre caracterizaba las reuniones en casa de la matriarca. Alrededor de la mesa se encontraban Victoria y Omar, su esposo, compartiendo la cena con sus hijos: José Eduardo, acompañado de su novia, y los mellizos, Anuar y Vicky. Isabella, la protegida de Victoria, ocupaba un lugar especial junto a ella, como un miembro más de la familia.

Las conversaciones fluían animadas, anécdotas familiares, planes para el futuro, bromas compartidas que arrancaban carcajadas a los presentes. En un momento, la novia de José Eduardo, con una sonrisa juguetona en los labios, se dirigió a Victoria.

"Victoria, una pregunta un poco indiscreta... ¿Isabella está incluida en el testamento?"

Un silencio incómodo se apoderó del ambiente. Los cubiertos se detuvieron en el aire, las sonrisas se congelaron, y todas las miradas se posaron en Victoria, quien intentaba encontrar las palabras adecuadas, una respuesta diplomática que no generara un conflicto.

Ante el silencio de Victoria, Isabella, con la voz teñida de frustración y un toque de sarcasmo, rompió la tensión. "Dios mío, ella está más sana que todos nosotros, ni siquiera tiene gripe y ya están preguntando por el testamento. Esperen a que se enferme y fallezca por lo menos, aunque ojalá y no sea todavía", exclamó con molestia, dejando entrever la rabia que se escondía tras sus palabras.

La novia de José Eduardo, sin embargo, lejos de retractarse, añadió leña al fuego con un comentario desafortunado: "Lo que pasa es que tú no eres su hija y me imagino que quieres herencia".

Las palabras de la joven cayeron sobre Isabella como una bofetada, desatando una tormenta de emociones en su interior. La rabia, la indignación y una profunda tristeza se apoderaron de ella. ¿Era esa la imagen que proyectaba? ¿Una oportunista buscando sacar provecho de la generosidad de Victoria?

Isabella, con la elegancia que la caracterizaba, pero sin ocultar su molestia, respondió con una serenidad gélida. "Te equivocas. Sí, no soy hija biológica de Victoria, pero ella me ha tratado como tal desde el primer día. Y no, no necesito la herencia de nadie, ni siquiera la de mi padre biológico. Por si no lo sabes, soy Isabella Mountbatten-Windsor, princesa de Inglaterra, hija del príncipe Carlos y Diana, nieta de la reina Elizabeth o Isabel II como la conocen aquí en Latinoamérica."

La sola mención de su linaje real bastó para silenciar cualquier duda sobre su posición y fortuna. Pero Isabella no había terminado.

Su voz, aunque serena, tenía un tono de firmeza que no admitía réplica. "Y como si eso no fuera suficiente, soy la novia del presidente de Rusia, Vladimir Putin. Todo lo que me regalan o gano con mi sueldo como miembro activo de la familia real no es ni la cuarta parte de lo que obstento. Soy dueña y fundadora de la primera clínica internacional universitaria en Moscú, con sede en Londres.

Describió con detalle su clínica, una obra maestra de la medicina moderna, equipada con la última tecnología y con un equipo de profesionales de renombre internacional. "Contamos con todas las especialidades médicas", explicó "y cubrimos desde la investigación y la inteligencia artificial hasta la docencia. Tenemos las mejores mentes de ambos países trabajando juntas y ofrecemos becas de intercambio para que los estudiantes puedan formarse en el extranjero con todos los gastos pagados".

Isabella observó a los presentes, desafiándolos con la mirada. Quería que entendieran que su vida, su éxito, era fruto de su esfuerzo, de su dedicación, no

Isabella hizo una pausa, su mirada recorrió a los presentes, dejando que sus palabras se asentaran. "La clínica me permite viajar, comprar lo que me plazca y vivir como vivo, y apenas tengo 25 años. Podría dejar de trabajar ahora mismo y mantener mi estilo de vida, incluso asegurar el futuro de mis hijos y nietos. Tengo propiedades en varios países de Europa, una colección de autos de lujo, ropa diseñada exclusivamente para mí, zapatos de marca y puedo utilizar 10 pares al día y aun así no repetirlos durante años, joyas de diamantes... incluso un jet privado... lo único que no tengo es un yate, pero no porque no pueda permitírmelo, sino porque no me gustan los barcos", añadió con una sonrisa irónica. ¿Y sabes por qué no tengo casas ni autos aquí en México? Porque este país es demasiado peligroso."

Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De InglaterraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora