La Nueva Primera Dama

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Las risas y conversaciones animadas de los invitados, que momentos antes llenaban el jardín del Palacio de Buckingham, ahora se veían reducidas a un murmullo expectante. La luna, alta y plateada en el cielo nocturno, bañaba la escena con un halo de irrealidad. 

 Isabella y Vladimir, de pie frente al monumental pastel de bodas, se miraban a los ojos. 

El cansancio de la larga jornada se reflejaba en ambos, pero era eclipsado por la intensidad del momento. El aire a su alrededor parecía vibrar con una energía eléctrica, un presagio de los cambios sísmicos que su unión prometía desatar en el escenario mundial. 

 "Es nuestro turno", murmuró Vladimir, su voz apenas audible por encima de la suave brisa que acariciaba las hojas de los centenarios robles del jardín. 

Sus dedos, fríos y fuertes, se cerraron sobre la mano de Isabella, enviando una descarga inesperada a través de su cuerpo. 

 Ella asintió, sintiendo una mezcla de emoción y aprensión que la dejó sin aliento. El cuchillo ceremonial, con su empuñadura de plata deslustrada por el paso del tiempo, parecía pesar una tonelada en sus manos. "¿Lista?", preguntó Vladimir, sus ojos grises brillando 

"Más que lista", respondió Isabella.

En ese instante, decidió que no se dejaría intimidar, ni por él ni por las enormes expectativas que recaían sobre sus hombros.Juntos, hundieron el cuchillo en el pastel. La capa blanca y prístina de glaseado cedió con un suave crujido, revelando el bizcocho esponjoso y las capas de crema y frutas confitadas.

 El aroma dulce e intenso, como un recuerdo de la infancia, llenó el aire, mezclándose con el perfume embriagador de las rosas que adornaban el jardín.

 Vladimir cortó una generosa porción y, con una sonrisa pícara, se la ofreció a Isabella. "Para la nueva primera dama", dijo, su voz cargada de un doble sentido que no se le escapó a ella.

 Isabella aceptó el bocado, sus dedos rozando deliberadamente los de él. "Para el comienzo de nuestra nueva vida", respondió, su voz apenas un susurro en la noche. 

 Las cámaras de los fotógrafos dispararon sin cesar, capturando cada gesto, cada mirada, cada sonrisa tensa. Era el final de la boda, pero solo el principio de su historia. 

 Una historia que, a partir de ese momento, se escribiría con letras doradas en los anales del poder y la pasión.

Las brillantes explosiones de color que iluminaban el cielo nocturno marcaban el final de una velada mágica. Los fuegos artificiales, orquestados a la perfección, creaban un espectáculo deslumbrante sobre el Palacio de Buckingham, poniendo un broche de oro a la boda de Isabella y Vladimir.

La música y el bullicio de la fiesta se fueron apagando poco a poco, dando paso a una atmósfera de calma y satisfacción. Eran casi las once de la noche, y los invitados, con el corazón repleto de bellos recuerdos, comenzaban a despedirse.

En medio de ese ambiente mágico, Isabella y Vladimir, aún con la emoción a flor de piel, se abrazaron mientras los últimos fuegos artificiales iluminaban sus rostros.

—Ha sido perfecto —susurró Isabella, apoyando su cabeza en el pecho de Vladimir.

—Perfecto y mágico, como tú —respondió él, depositando un suave beso en su frente.

Cuando se disponían a abandonar la fiesta, los invitados, en un gesto espontáneo y lleno de cariño, formaron un pasillo humano a la salida del jardín. Una lluvia de pétalos de rosa cayó sobre los recién casados mientras avanzaban tomados de la mano, sonriendo conmovidos por esa última muestra de afecto.

Vladimir, con la galantería que lo caracterizaba, ayudó a Isabella a subir al coche. Un elegante automóvil los esperaba para llevarlos lejos del bullicio y la expectación, hacia la intimidad de su nueva vida juntos.

El coche comenzó a alejarse lentamente del Palacio de Buckingham, dejando atrás el brillo y la majestuosidad de la fiesta. A través de la ventanilla, Isabella y Vladimir se despidieron con la mano de los últimos invitados que aún permanecían en la entrada, sus siluetas recortándose contra la luz dorada que emanaba del palacio.

En el interior del vehículo, un silencio cómodo y cargado de expectación reinaba entre los recién casados. Vladimir, aún con el elegante traje de novio, conducía con la atención puesta en la carretera, mientras que Isabella, sumergida en sus pensamientos, miraba por la ventanilla el paisaje nocturno que desfilaba ante sus ojos.

Vladimir, percibiendo la inusual quietud de Isabella, le puso una mano en la pierna, atrayendo su atención.

—¿Te encuentras bien, mi amor? —preguntó con cariño, sin apartar la vista de la carretera. —Te noto un poco pensativa.

Isabella suspiró, y girándose hacia Vladimir, una mezcla de nervios y emoción se reflejó en su rostro.

—Es solo que... bueno, estoy un poco nerviosa por esta noche —confesó, con un ligero rubor en las mejillas.

Vladimir sonrió con complicidad, comprendiendo a la perfección los pensamientos de su flamante esposa.

—Isabella, mi amor, no tienes de qué preocuparte —dijo con ternura, deteniéndose un instante en un semáforo  para poder mirarla a los ojos—. Confía en mí. Esta noche será mágica, te lo prometo. Solo disfruta de cada instante, de nuestro comienzo como marido y mujer.

Isabella, tranquilizada por las palabras y la mirada de Vladimir, sintió cómo sus nervios se calmaban. Él tenía razón. No debía dejar que el miedo o la inseguridad empañaran un momento tan especial.

—Tienes razón —respondió ella, con una sonrisa sincera—. Confío en ti.

 Vladimir, retomando la marcha, se inclinó hacia Isabella y le dio un beso cargado de ternura y promesa.

—Eres hermosa, esposa mía —murmuró, con la voz ronca por la emoción—. Esa palabra... "esposa"... Suena tan bien. Desde hoy, es mi palabra favorita en el mundo.

Isabella rio, encantada por la sinceridad y la pasión que transmitían las palabras de Vladimir.

—Y tú, "esposo mío", no te quedas atrás —respondió ella, con un guiño pícaro—. Aunque debo confesar que "Señora Putin" también tiene su encanto, ¿no te parece?

Vladimir rio entre dientes, y mientras el coche se adentraba en la noche, rumbo a la nueva vida que los esperaba, ambos se sintieron agradecidos y afortunados por haber encontrado en el otro al compañero perfecto para recorrer, mano a mano, el maravilloso y a veces complicado camino del amor.

Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De InglaterraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora