Una casa digna de un rey

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El Ilyushin Il96-300 , símbolo del poderío aéreo ruso, descendía majestuosamente sobre Moscú, dejando a su paso un rastro de nubes. En su interior, Isabella, princesa de Gales, cerraba los ojos, intentando aquietar el torbellino de emociones que la embargaba.  Había dejado atrás su hogar, su familia, su vida tal y como la conocía, para embarcarse en una aventura incierta, llena de promesas y desafíos a partes iguales. 

Un mes. Solo faltaba un mes para que se convirtiera en la esposa del presidente Vladimir, un hombre al que amaba con la intensidad de un rayo, pero al que aún estaba aprendiendo a conocer en la intimidad, en la cotidianidad que trasciende las cenas de gala y los bailes imperiales.

El acuerdo prenupcial, meticulosamente negociado por ambos bandos, le garantizaba mantener su título real, sus obligaciones con la Corona Británica, un espacio propio en un mundo ajeno a sus costumbres y tradiciones. Y lo más importante, le aseguraba a sus futuros hijos la libertad de elegir su propio camino, de abrazar o renunciar a su legado real cuando llegara el momento, y poder elegir sus nombres y su apellido. 

Vladimir, consciente de las dudas y temores que la asaltaban, la esperaba en la pista de aterrizaje con una sonrisa que iluminaba su rostro, haciéndolo aún más atractivo. La recibió con un ramo de rosas, y un beso en la frente cargado de ternura y respeto.

"Bienvenida a casa, mi amor", murmuró, mientras la guiaba hacia la limusina blindada que los esperaba.

Isabella se apoyó en su pecho, aspirando su aroma a cuero y pino siberiano, una fragancia que la transportaba a un mundo de bosques nevados y noches estrelladas.

"Aún no he visto la casa", murmuró Vladimir, con un deje de timidez en la voz.  

"Lo sé, mi amor.  Te encantará, lo prometo.  Es nuestro refugio, nuestro nido de amor", respondió Isabella.

El viaje hasta las afueras de Moscú, donde se ubicaba la residencia privada que compartirían, transcurrió entre confidencias susurradas y silencios cómplices, mientras el paisaje urbano daba paso a extensos bosques de abedules y lagos cristalinos. 

La casa, una imponente construcción de estilo rustico moderno, se alzaba majestuosa en medio de un parque de quince hectáreas, rodeada de jardines exuberantes.  Vladimir se quedó sin aliento al contemplarla, la magnitud de la construcción, la belleza del entorno, superaban cualquier expectativa. 

"Es

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"Es... impresionante", susurró Vladimir, mientras descendía de la limusina, con la mano entrelazada con la de Isabella.

"Me alegra que te guste", respondió ella, con una sonrisa de satisfacción. "Te prometí un hogar, un lugar donde pudieras ser tú mismo, sin protocolos ni presiones.  Este es nuestro espacio, nuestro refugio del mundo".

Isabella acompañó a Vladimir en un recorrido por la casa, mostrándole con orgullo cada detalle, cada rincón diseñado con mimo para crear un ambiente cálido y acogedor. Las diez habitaciones, cada una con su propio baño y vestidor, estaban decoradas con un gusto exquisito, combinando la elegancia clásica con toques modernos y personales. La cocina, amplia y luminosa, era el sueño de cualquier chef, con electrodomésticos de última generación y varias islas centrales perfecta para compartir momentos especiales. El comedor, con capacidad para dieciocho comensales, se abría a una terraza con vistas al jardín, un espacio idílico para disfrutar de cenas al aire libre en las cálidas noches de verano. 

Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De InglaterraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora