Dentro de la majestuosa Catedral de San Pablo, mientras el eco de los murmullos se mezclaba con la música de órgano que anunciaba la inminencia del enlace, Vladimir se enfrentaba a una batalla interna. En el altar, rodeado de la magnificencia de la arquitectura y bajo la atenta mirada de cientos de invitados, el futuro esposo de Isabella luchaba por mantener la compostura, aferrándose a la calma aparente que el protocolo le exigía.
Cada segundo que transcurría se estiraba como una eternidad. El tic-tac del viejo reloj de la catedral, se había transformado en un martilleo rítmico que resonaba en sus oídos, recordándole la espera interminable, la agonía dulce de la anticipación.
A su lado, el príncipe Guillermo, con la serenidad que da la experiencia, parecía ajeno a la tensión que embargaba a su cuñado. O tal vez, pensó Vladimir con una mueca interna, era simplemente un maestro en el arte del disimulo.
"Tranquilo", le había dicho el príncipe unos minutos antes, con una palmada en el hombro. "Ella ya está en camino. Y créeme, la espera vale la pena."
Vladimir asintió, forzando una sonrisa que no llegó a sus ojos. Quería creer en las palabras del príncipe, quería convencerse de que la ansiedad que lo carcomía era normal, un rito de paso obligado para cualquier hombre a punto de dar el paso hacia el matrimonio.
Pero la verdad era que, debajo de la impecable fachada de serenidad que se esforzaba por proyectar, un volcán de emociones amenazaba con entrar en erupción.
Se sentía como un náufrago a la deriva, zarandeado por un mar de dudas e inseguridades. ¿Y si Isabella cambiaba de opinión en el último momento? ¿Y si todo aquello, la boda, el amor que les unía, no era más que un espejismo, un sueño destinado a desvanecerse al contacto con la realidad?
Intentó apartar esos pensamientos negativos de su mente, concentrándose en la imagen de Isabella. Recordó su sonrisa, la calidez de su mirada, el sonido de su risa, y una oleada de ternura inundó su corazón. No, Isabella no era un espejismo. Su amor era real, tangible, una fuerza poderosa que lo había transformado por completo.
En ese instante, un murmullo recorrió la catedral. Vladimir sintió un escalofrío que le recorrió la espina dorsal. Levantó la vista hacia la entrada, su corazón latiendo con la fuerza de mil tambores.
Era ella.
El auto real se detuvo frente a la escalinata de la catedral, cuyas imponentes puertas de madera parecían guardar en su interior un silencio expectante. Isabella, con el corazón latiendo a un ritmo desenfrenado, sintió una oleada de emociones contradictorias: alegría, nerviosismo, emoción... Era el día de su boda, el día que había soñado desde niña, y ahora, a punto de cruzar el umbral de la catedral, la realidad superaba cualquier fantasía.
"Respira hondo, Isabella", susurró el príncipe Carlos a su lado, percibiendo el leve temblor en las manos de su hija. "Todo va a salir bien."
Isabella asintió, inspirando profundamente el aire fresco de la mañana londinense. A través de los cristales, podía sentir la expectación de la multitud agolpada en las inmediaciones de la catedral. Un mar de rostros anónimos, unidos por un mismo sentimiento de alegría y admiración, la saludaban con entusiasmo. Ella, con una sonrisa un poco forzada, respondió al saludo, consciente de que cada uno de sus gestos, cada parpadeo, quedaría inmortalizado por las cámaras que la apuntaban desde todos los ángulos.
Al bajar del auto, asistida por su padre, la visión de su madre, esperándola al pie de la escalinata con lágrimas de emoción en los ojos, estuvo a punto de hacerla derrumbar. Pero se contuvo, recordando que debía ser fuerte, que ese día no era solo suyo, sino también de su familia, de su país, de todas las personas que veían en ella un símbolo de esperanza y felicidad.
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Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De Inglaterra
RomanceEn los salones dorados del Palacio de Buckingham, donde las sombras esconden intrigas y los retratos de antiguos monarcas observan en silencio, se forja una historia prohibida. La princesa Isabella, cuarta en línea de sucesión al trono de Inglaterra...