Una escapada

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El aroma a madera de pino y a tierra húmeda envolvió a Isabella en cuanto puso un pie fuera del auto. El sol del atardecer se filtraba entre las copas de los árboles, tiñendo el bosque con pinceladas doradas y rojizas. El lago, sereno como un espejo gigante, reflejaba la quietud del cielo, creando una postal de ensueño.

—Es perfecto —susurró, inspirando profundamente el aire puro y fresco

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—Es perfecto —susurró, inspirando profundamente el aire puro y fresco.  Las tensiones de la semana, las largas horas en el hospital, los exámenes pendientes... todo parecía desvanecerse como por arte de magia.

Vladimir, con la satisfacción del deber cumplido reflejada en su mirada, rodeó sus hombros con un brazo, atrayéndola hacia sí.

—Te dije que te gustaría —murmuró, depositando un beso en su cabello—.  Aquí no hay clinicas, ni guardias, ni pacientes, ministros...  Solo tú y yo,  y la inmensidad del lago.

Isabella se acurrucó en su abrazo, sintiendo el calor de su cuerpo como un bálsamo para el alma.  Tenía razón:  ese era el lugar perfecto para desconectar,  para recargar energías,  para simplemente ser ella misma, sin máscaras ni pretensiones.

La cabaña, construida en madera y piedra, se integraba al paisaje con la naturalidad de un nido en un árbol. Una chimenea humeante prometía calidez para las noches frescas, y el porche, con vistas al lago, invitaba a la contemplación y al descanso.

Vladimir, previsor como siempre, había ordenado que llenaran la despensa con delicias locales:  quesos artesanales,  pan recién horneado,  mermeladas caseras...  Y,  por supuesto,  no podía faltar una botella de vino tinto,  el favorito de Isabella,  esperando pacientemente en la nevera.

—No te has olvidado de nada,  ¿verdad?  —bromeó Isabella,  al tiempo que depositaba un beso en la comisura de sus labios—.  Eres demasiado perfecto. 

—Solo lo mejor para la mejor compañía  —respondió Vladimir,  correspondiendo a su beso con ternura—.  Y ahora,  ¿qué te parece si dejamos las maletas a un lado y damos un paseo?

Isabella no necesitó que se lo repitiera dos veces.  Tomando la mano de Vladimir,  se dejó llevar por el sendero que serpenteaba entre los árboles,  dispuesta a disfrutar de cada instante,  de cada susurro del viento,  de cada caricia del sol en su piel, Isabella le tomaba muchas fotos a Vladimir.

Vladimir, con paciencia infinita,  se dejaba fotografiar entre risas y comentarios jocosos.

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Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De InglaterraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora