El león ruge y el Oso También

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Harry intentó interponerse, con la voz temblorosa.  "Padre, por favor, tranquilízate.  No sé qué te habrán contado, pero estoy seguro de que Meghan no..."

"¡Cállate!", lo interrumpió Carlos, fulminándolo con la mirada. "Tú eres tan culpable como ella. Te has dejado manipular por su sed de protagonismo, por su ambición desmedida. Te amo porque eres mi hijo, Harry, pero esto se acabó. No permitiré que sigan envenenando a esta familia con su amargura".
— Carlos... — musitó Meghan, su voz cargada de un nerviosismo inusual al ver la expresión del príncipe.

Carlos desprendía furia contenida, como un volcán a punto de erupcionar. Sus ojos, normalmente cálidos y acogedores, se habían transformado en dos pozos de hielo.

_"¿Cómo se atreve a hablarle así a mi hija, en su propia casa?",_ pensó, con la sangre hirviendo en sus venas.

— Meghan — comenzó, su voz peligrosamente baja —, no voy a tolerar ni una sola palabra más. Tu comportamiento es completamente inaceptable.

— Yo... solo estaba... — tartamudeó Meghan, su seguridad habitual desmoronándose bajo la mirada glacial del príncipe.

— Estabas intentando humillar a Isabella — la cortó Carlos, su voz sonando como un trueno en la habitación silenciosa —. Envenenando este día con tu amargura y resentimiento.

— No es eso... — intentó replicar Meghan, pero Carlos no se lo permitió.

— ¡Claro que sí! — exclamó, incapaz de contenerse por más tiempo —. No soportas ver a Isabella feliz, radiante, comenzando su vida matrimonial rodeada del amor y el respeto que tú... que tú echaste a perder con tus propias manos.

Las palabras golpearon a Meghan con la fuerza de un huracán. Su rostro, antes sonrojado por la indignación, palideció hasta volverse del color de la nieve recién caída.
Meghan, con el rostro encendido por la humillación,  se giró sobre sus talones, decidida a huir de la mirada acusadora de todos.

Sin embargo,  antes de que pudiera escapar,  la voz grave y gélida de Carlos resonó en la habitación, deteniéndola en seco. 

— ¿A dónde vas,  Meghan? — inquirió el príncipe,  con una tranquilidad que no presagiaba nada bueno.

Meghan se giró lentamente,  obligándose a esbozar una sonrisa tensa.

—  Yo...  creo que iré a tomar un poco de aire fresco.  El ambiente aquí dentro está un poco...  cargado. 

Sus palabras goteaban veneno,  y Carlos no se dejó engañar ni un segundo. 

_"¿"Aire fresco"?  Lo que necesitas es una buena dosis de realidad, Meghan"_, pensó,  conteniendo a duras penas su furia.

—  Quédate donde estás  —  ordenó,  con una voz que no admitía réplica —.  Aún no hemos terminado de hablar. 

Meghan se encogió bajo su mirada glacial.  

—  Carlos,  por favor...  —  balbuceó,  sintiéndose repentinamente pequeña e insignificante. 

—  No me llames Carlos  —  la interrumpió él,  con la mandíbula apretada —.  Soy Su Alteza Real el Príncipe de Gales para ti.  Y exijo una explicación a tu comportamiento. 

—  Yo...  yo solo estaba... 

—  ¿Intentando humillar a mi hija?  —  la acusó Carlos,  sin dejarla terminar la frase —.  ¿Recordándole a todos tu propio...  desliz en el protocolo? 

Meghan palideció.

—  No era mi intención... 

—  ¿Ah,  no?  —  la ironía en la voz de Carlos era palpable —.  Porque a mí me ha parecido bastante claro.  Y déjame decirte algo,  Meghan:  Isabella tiene todo el derecho del mundo a casarse vestida de blanco.  Es una mujer joven,  pura,  que se entrega a su marido por primera vez.  Algo que tú,  con tu historial...  deberías entender.

Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De InglaterraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora