Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De Inglaterra

el rugido del oso

El silencio en el salón del trono era denso, opresivo. La amenaza apenas velada de Vladimir, la furia contenida que emanaba de su figura imponente, mantenía a todos los presentes al borde de sus asientos. Hasta ese momento, Carlos había permanecido en silencio, debatiéndose entre su deber como futuro rey, su amor por su hija y el temor a la reacción de Vladimir. Sin embargo, la súplica muda de su madre, un leve movimiento de cabeza, fue suficiente para impulsarlo a actuar.

Respiró hondo, intentando infundir calma a su voz antes de hablar. "Vladimir," comenzó, con un tono conciliador, "entiendo tu enojo, tu preocupación por Isabella. Créeme, todos aquí compartimos esos sentimientos. "

Sus ojos se posaron en Meghan, la reprimenda tácita en su mirada era innegable. "Lo que Meghan dijo estuvo fuera de lugar, eso está claro, y te aseguro que ya hable con ella y Harry en privado sobre esto. "

Vladimir se mantuvo impasible, sus ojos clavados en Carlos como si evaluara la sinceridad de sus palabras.

"Isabella es parte de esta familia", continuó Carlos, su voz ganando seguridad. "Y como tal, la protegemos. Puedes estar seguro de que haremos todo lo que esté en nuestras manos para que se sienta segura y respetada."

Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas para apaciguar la ira del oso sin humillarse a sí mismo ni a su familia. "Entiendo que quieras protegerla, Vladimir, y te aseguro que no estás solo en esta batalla. Pero te pido que confíes en nosotros, en que resolveremos esto de la manera correcta. No es necesario llegar a más."

La última frase la pronunció con firmeza, recordándole a Vladimir, y a todos los presentes, que él también era un hombre de poder, el futuro rey de Inglaterra. El destino de dos países, pendía de un hilo, y Carlos no permitiría que la arrogancia de Meghan pusiera en peligro el frágil equilibrio que con tanto esfuerzo habían construido.

La tensión en el salón era palpable, como una cuerda de violín a punto de romperse. Vladimir, con la mirada fija en Carlos, evaluaba sus palabras con la frialdad de un estratega militar. La ira aún ardía en su interior, como brasas incandescentes bajo una capa de hielo, pero las palabras de Carlos, pronunciadas con sinceridad, habían logrado abrir una grieta en la armadura de su furia.

- Carlos, - respondió finalmente, su voz aún gélida pero con un atisbo de mesura -, respeto tu posición, tu deseo de proteger a tu familia. Entiendo que aquí las cosas se manejan de otra manera...

Su mirada se posó en Meghan por un instante, y un escalofrío recorrió la espina dorsal de la mujer ante la amenaza implícita en esos ojos grises como el cielo que anuncia una tormenta.

- Pero no te equivoques, - continuó Vladimir, su voz resonando con fuerza en el silencio expectante -. Mi paciencia tiene un límite. Y cualquiera que se atreva a herir a Isabella lo pagará. No me importa su título, su linaje o su supuesta inmunidad. Lo he dicho, y no repetiré mis palabras.

En ese momento, Isabella, que hasta entonces había permanecido en silencio, se puso de pie. Su rostro, aunque pálido, irradiaba una determinación que sorprendió a todos los presentes. Con un movimiento suave, tomó la mano de Vladimir y, con una sonrisa tierna, se dirigió a él en un susurro que solo ellos dos pudieron escuchar.

- Vladimir, mi amor, cálmate. Mira, me estás apretando la mano.

Vladimir, como si despertara de un trance, puso su mirada en ella y sintió cómo la tensión que le atenazaba el pecho se aflojaba un poco. La calidez de su mano, la preocupación en sus ojos, actuaron como un bálsamo sobre su furia.

- Isabella, yo... - tartamudeó, incapaz de articular una frase coherente.

- Shh... - lo interrumpió ella -. No quiero que te preocupes por esto. Estoy bien, de verdad. Lo que importa es que estamos juntos, ¿verdad?