Promesa Rota

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Entraron en la habitación de Alexeis en silencio. El pequeño, acurrucado en la cama, jugaba con el dije de corazon que Isabella le había dado. Al escucharlos entrar, levantó la vista y una sonrisa radiante iluminó su rostro.

"¡Isabella!", exclamó, dejando de jugar con la cadena para correr a abrazarla.

"Te prometí que volvería a verte", dijo Isabella, correspondiendo al abrazo con ternura. "Y esta vez traigo una sorpresa".

Alexeis la miró con los ojos muy abiertos, expectante. "¿Qué sorpresa?", preguntó con una mezcla de curiosidad e ilusión en la voz.

Vladimir, que había permanecido en silencio observando la escena con una sonrisa, se adelantó un paso. "Vas a venir a vivir con nosotros, Alexeis", anunció con una sonrisa.

El niño se quedó paralizado, sin poder creer lo que estaba escuchando. "¿De... de verdad?", balbució, sus ojos grises brillando con lágrimas de felicidad.

Vladimir asintió, con una seguridad que no dejaba lugar a dudas. "Sí, Alex. Vas a venir a vivir a nuestra casa, con nosotros".

Con un grito de alegría, Alexeis se lanzó a los brazos de Vladimir, abrazándolo con fuerza. "¡Gracias, gracias, gracias!", repetía sin cesar, su vocecita llena de emoción.

Vladimir, visiblemente conmovido por la reacción del pequeño, lo levantó en brazos. Alexeis apoyó la cabeza en su hombro, con una sonrisa de felicidad que borró de golpe la tristeza de sus ojos.

Isabella, con el corazón rebosante de alegría, observaba la escena con un nudo en la garganta. Ver a Vladimir, el hombre más poderoso de Rusia, convertido en una figura paterna para aquel niño abandonado, la llenaba de orgullo y ternura.

El trayecto de regreso a la casa transcurrió entre risas y anécdotas. Alexeis, sentado entre Vladimir e Isabella, no paraba de hablar, contándoles con entusiasmo sus juegos favoritos, los dibujos que hacía en el hospital, sus sueños de convertirse en bombero.

Al llegar a la casa, Alexeis se quedó boquiabierta. "¿Aquí es... aquí es donde viven?", preguntó con incredulidad, sus ojos grises recorriendo con asombro la fachada de la casa.

"Es nuestra casa", confirmó Isabella con una sonrisa. "Y a partir de ahora, también es la tuya".

Alexeis se aferró a la mano de Vladimir, un poco intimidado por la grandiosidad del lugar. Vladimir, percibiendo su nerviosismo, se arrodilló a su altura. "No tengas miedo, pequeño", dijo con dulzura. "En esta casa hay mucha gente que te querra. Y muchos niños con los que podrás jugar".

Efectivamente, en cuanto entraron en la casa, una multitud de niños de todas las edades corrió a recibirlos. Eran los hijos y nietos de Vladimir, que pasaban gran parte de su tiempo libre en la casa principal.

La presentación de Alexeis fue un éxito rotundo. Los niños, con la espontaneidad propia de su edad, lo acogieron como a uno más del grupo, compartiendo sus juguetes y mostrándole con entusiasmo sus rincones favoritos de la casa.

Esa noche, mientras Vladimir e Isabella se relajaban en el salón después de una agotadora jornada, Alexeis apareció en la sala, con los ojos llenos de lágrimas.

"¿Qué te pasa, campeón?", preguntó Vladimir con preocupación, abriendo los brazos para recibirlo.

Alexeis corrió hacia él y se acurrucó en su regazo, sollozando. ¡Papá, he... he tenido una pesadilla", balbució. "He soñado... he soñado que se iban y... y me dejaban solo".

Vladimir lo abrazó con fuerza, meciendo su pequeño cuerpo con suavidad. "Tranquilo, campeón", susurró, besándole el pelo con ternura. "Eso sólo ha sido un sueño. Nosotros nunca te dejaríamos solo".

Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De InglaterraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora