Isabella suspiró, dejando escapar el cansancio acumulado durante la guardia. En los brazos de Vladimir, el mundo exterior, con sus exigencias y presiones, parecía difuminarse, dejando espacio solo para la calidez de su abrazo y la tranquilidad que él le transmitía.
"Me encantaría escapar de todo por un tiempo", pensó, la imagen de un paisaje tranquilo inundando su mente. "Un lugar sin batas blancas, sin libros de texto, sin el pitido constante de las máquinas...".
—Vladimir... —murmuró, jugueteando distraída con el botón de su camisa— ¿Recuerdas aquella cabaña junto al lago? La que el gobierno tiene para uso del... bueno, ya sabes.
Vladimir sonrió, comprendiendo al instante a qué se refería. La cabaña, un remanso de paz en medio de un bosque de pinos centenarios, era uno de los secretos mejor guardados de la élite política. Un lugar donde, al menos por unas horas, podían despojarse del peso del protocolo y la formalidad para disfrutar de la simpleza de la naturaleza.
"¿Cómo no iba a recordarla?", pensó, evocando el recuerdo de su último viaje a ese lugar mágico. "Las risas de Isabella bajo la lluvia, la calidez de su cuerpo junto al fuego, la dulzura de sus besos con sabor a vino tinto..."
—Claro que la recuerdo —dijo, acariciando su cabello con ternura—. Pasamos un fin de semana increíble allí. Recuerdo que te negabas a salir del agua, a pesar de que estaba helada. Decías que querías nadar hasta el otro lado del lago.
—Y tú, tan precavido como siempre, insistías en que me pusiera el chaleco salvavidas —dijo Isabella, sonriendo al recordar la escena—. Juraría que en ese momento te odié un poquito por cortarme el rollo.
—Hey, alguien tenía que velar por la seguridad de la futura ginecóloga más brillante y primera dama del país —respondió Vladimir, fingiendo indignación—. Imagina que te hubieras ahogado por culpa de mi imprudencia. ¿Qué habría sido del mundo sin tus talentos, y te imaginas a tus padres? Me hubieran matado.
Isabella rió, un sonido cristalino que disipó cualquier atisbo de tensión en la habitación.
—Eres un exagerado, Vladimir. Sabes nadar. Además, no estaba tan lejos de la orilla.
—Detalles, detalles —dijo Vladimir, con un guiño cómplice—. Lo importante es que al final te convencí para que volvieras a tierra firme, y lo conseguí sin necesidad de recurrir a la fuerza bruta. Aunque confieso que me tentó la idea de tener que rescatarte.
Isabella lo golpeó suavemente en el brazo, fingiendo indignación.
—Eres imposible —dijo, aunque sus ojos brillaban con picardía—. Pero a lo que iba... ¿crees que podríamos volver? A la cabaña, me refiero. Necesito escapar de la ciudad, del hospital, de todo... Un par de días de aire puro, de tu compañía... y prometo no intentar cruzar el lago a nado esta vez.
Vladimir la observó en silencio por un instante, conmovido por su vulnerabilidad, por esa necesidad palpable de escapar del ruido del mundo para refugiarse en sus brazos.
—Por supuesto que podemos volver —dijo, con una seguridad que no dejaba lugar a dudas—. De hecho, lo organizaré todo para este mismo fin de semana. ¿Qué te parece? ¿Viernes por la tarde?
—Suena perfecto —susurró Isabella, sintiéndose inmensamente agradecida por la facilidad con la que él siempre parecía leer sus pensamientos, por su capacidad para convertir sus deseos en realidad.
"Este hombre me conoce demasiado bien", pensó, apoyándose en su pecho con una mezcla de gratitud y amor incondicional. "Es increíble cómo, a pesar del cansancio, de las presiones, de la vorágine en la que a veces se convierte la vida, un simple abrazo suyo tiene el poder de devolverme la calma, de recordarme lo afortunada que soy de tenerlo a mi lado".
______—Vladimir, ¿estás seguro de que puedes hacer esto? —preguntó Isabella, con un dejo de preocupación en su voz, mientras observaba a Vladimir reajustar su agenda. Estaban en su despacho, el epicentro usual del poder y las decisiones que afectaban a millones de personas, ahora convertido en una improvisada oficina de viajes.
—Tranquila, mi amor —respondió él, una sonrisa tranquilizadora curvando sus labios—. La nación puede sobrevivir sin mí un par de días. Además, —añadió con un guiño cómplice—, ya le dejé instrucciones precisas a mi gabinete. Si hay una emergencia nacional, que me contacten por paloma mensajera.
Isabella rió, contagiada por su buen humor. Vladimir, a pesar de las responsabilidades inherentes a su cargo, tenía una habilidad especial para restar importancia a los problemas, para encontrar el lado positivo incluso en las situaciones más complejas.
—Muy gracioso —replicó ella, aunque en el fondo admiraba su capacidad para delegar, para confiar en su equipo y permitirse esos pequeños momentos de respiro—. ¿Y a qué hora salimos hacia el paraíso?
—Saldremos a las cuatro en punto —dijo Vladimir, finalmente dejando a un lado la tablet y volviendo toda su atención hacia ella—. ¿Qué te parece si te recojo en el hospital a las tres y media? Así podemos almorzar algo rápido por el camino. ¿Tienes alguna preferencia culinaria, Madame la Doctora?
—Mmm... déjame pensar —respondió Isabella, fingiendo reflexionar profundamente—. Conozco un lugar cerca de la clínica que hace unos sándwiches de pollo increíbles. Y tienen una tarta de manzana que... bueno, digamos que podría competir con la del chef del Kremlin
Vladimir se echó a reír, encantado con su entusiasmo.
—Trato hecho —dijo, poniéndose de pie y rodeando el escritorio para acercarse a ella—. Sándwiches de pollo y tarta de manzana serán. Considera tu deseo concedido, mi amor.
Isabella sonrió, sintiéndose inmensamente afortunada de tenerlo en su vida. Vladimir, a pesar de su posición, de su agenda siempre repleta, de las presiones constantes, nunca dejaba de hacerla sentir especial, de demostrarle con pequeños gestos que ella era su prioridad.
—¿Y qué hay del itinerario? —preguntó ella, poniéndose de pie para recibirlo con los brazos abiertos—. ¿Algún plan en particular para este fin de semana de desconexión total?
—Absolutamente ninguno —respondió él, atrayéndola hacia sí en un abrazo cálido y reconfortante—. Nada de agendas, ni reuniones, ni llamadas telefónicas. Solo tú y yo, la naturaleza, y todo el tiempo del mundo para disfrutar de la compañía del otro.
Y en ese abrazo, en medio del silencio del despacho presidencial, ambos supieron que aquel fin de semana sería inolvidable.
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Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De Inglaterra
RomanceEn los opulentos salones dorados de los Palacios de Buckingham y el Kremlin, donde las sombras susurran secretos y los retratos de antiguos monarcas observan con desdén, se forja una historia prohibida que desafía las normas del amor y la política...