Un amor a prueba

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Vladimir, con el corazón latiéndole a un ritmo frenético, observó a Isabella alejarse hacia el interior de la casa, cada paso que daba resonando como un eco de la distancia que se abría entre ellos. La impotencia lo atenazaba, la rabia por la injusticia de la situación lo ahogaba.

Quiso detenerla, tomarla de la mano, obligarla a escuchar su verdad. Pero las palabras se agolpaban en su garganta, incapaces de articular una defensa coherente ante la avalancha de dolor y reproche que emanaban de los ojos de Isabella.

Se quedó allí, de pie en medio de la terraza, contemplando el cielo estrellado que ahora le parecía una burla cruel a su desdicha. El silencio de la noche, antes sereno y reconfortante, se había tornado opresivo, cargado de la amenaza de una tormenta que se cernía sobre su amor.

"No te preocupes, camarada", parecía susurrarle una voz cínica en lo más profundo de su ser, "¿Acaso no estás acostumbrado a las traiciones, a las puñaladas por la espalda?".

Pero esta vez era diferente. Esta vez no se trataba de un juego de poder, de una estrategia política, de un enemigo al que vencer. Se trataba de Isabella, la mujer que había deshelado el hielo que aprisionaba su corazón, la única capaz de hacerlo sentir vulnerable, humano.

La idea de perderla, de que la semilla de la duda echada por una fotografía robada envenenara su amor, le resultaba insoportable. Tenía que hacer algo, y tenía que hacerlo rápido.

Decidido a luchar por su amor, Vladimir sacó su teléfono y marcó un número que conocía de memoria.

— Nikolái, necesito que vengas a Novo-Ogaryovo inmediatamente. Es urgente —dijo con voz tajante, dejando claro que no aceptaba un no por respuesta.

Mientras esperaba la llegada de su jefe de seguridad, Vladimir repasó mentalmente cada detalle de la velada en la que se había tomado aquella fotografía. Recordaba perfectamente a la mujer, con la que había intercambiado apenas un par de palabras protocolares.

Tenía que haber una explicación lógica, una manera de demostrar a Isabella que todo era un malentendido, una mentira urdida por la prensa sensacionalista. Tenía que haber una manera de recuperar su confianza, de reconstruir el puente que la fotografía había destruido.

La llegada de Nikolái, puntual como siempre, lo sacó de sus cavilaciones. Con la premura de quien se enfrenta a una crisis de estado, Vladimir le explicó la situación, la angustia que lo carcomía, la necesidad imperiosa de demostrar a Isabella que todo era una farsa.

—Necesito que encuentres al fotógrafo que tomó esa imagen, Nikolái—ordenó con la voz gélida que solo utilizaba en situaciones extremas—. Necesito saber quién le paga, quién está detrás de esta farsa. Y lo necesito para ayer.

Nikolái, acostumbrado a la intensidad de su jefe, asintió con la cabeza, sus ojos reflejando la tormenta que se avecinaba. No hacía falta decir nada más. Ambos sabían que se libraba una batalla por la verdad, por el amor, y que no descansarían hasta ganar.

Los días previos a Navidad fueron para Isabella un torbellino de compromisos ineludibles. Galas benéficas, recepciones diplomáticas, visitas oficiales... cada evento, cada sonrisa protocolaria, cada palabra amablemente vacía, se le antojaban una carga insoportable en su camino de regreso a Moscú.

La imagen de Vladimir con aquella mujer, como un espectro vengativo, se interponía entre ella y cualquier atisbo de alegría navideña. Las explicaciones que su mente racional intentaba construir, los argumentos que la lógica le susurraba al oído, se estrellaban contra el muro de celos y desconfianza que la fotografía había erigido en su corazón.

Sin embargo, una fuerza más poderosa que la duda la empujaba hacia Vladimir. Era el recuerdo de su mirada, de sus caricias, de la pasión compartida en la intimidad de sus encuentros, lo que la impulsaba a regresar a Moscú, a enfrentarse a sus miedos y luchar por un amor que se negaba a dar por perdido.

Amor Diplomático: Vladimir Putin Y La Princesa De InglaterraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora