Primera parte: Lo cotidiano.
Salió de la cama con unas ojeras hasta la mandíbula y el pelo hecho un nido, maldiciendo la fiesta de la noche anterior. Menudo inicio de noviembre había tenido. Maldijo también, en el camino hasta la puerta, el maldito puente y sus tiernos 23 años que parecía que no soportaban ya una resaca.
—Voy, voy... —habló tras la puerta con el último timbrazo.
La cara de mala hostia se le cambió al instante cuando se topó con la repartidora de Amazon sosteniendo un paquete. Se frotó el ojo izquierdo, llevándose los restos del rímel de la noche anterior.
—¿Violeta Hódar...?
—Sí. —Se apresuró a contestar, deseando que le diera el libro que guardaba aquel envoltorio de cartón, y desapareciera antes de que se pusiera más nerviosa.
Le pidió que le echase una firma antes de darle el paquete.
—Aquí tienes. Adiós.
No dijo nada, se limitó a sonreír—completamente incómoda—antes de cerrar la puerta.
Lo primero que apreció de la repartidora era que había vuelto a cambiarse el pelo. Ahora lo llevaba más corto y levantado en algunas zonas al rozar con los hombros. Lo segundo, que tenía menos ojeras que de costumbre. Lo tercero, que le había sonreído.
Algo que no hacía desde la primera vez que había pasado por su casa a llevarle Las atolondradas aventuras de una veinteañera—lo recordaba demasiado bien— en una fría mañana de febrero de ese mismo año.
Aquel día, para no variar, había abierto la puerta con los cortos mechones pelirrojos despeinados, una camiseta gigantesca de propaganda de Fanta que tenía al menos veinte años y el bajo de los pantalones metido por dentro de unos calcetines de aguacates. Violeta quiso pensar que la repartidora había sonreído al verla de esa guisa. Tampoco le dio demasiadas vueltas, porque el encuentro duró menos de dos minutos. Lo que tardó en contestarle que era ella la que debía de recibir el paquete, firmar y decirse adiós.
La primera vez que escuchó su verdadera voz, ya que la fría mañana de febrero la repartidora estaba casi afónica, sucedió apenas un mes más tarde. Fue aquel día cuando Violeta grabó el timbre suave y un tanto roto que poseía aquella chica por voz. Tan diferente a la imagen que daba por entonces, con el pelo negro largo hasta casi la cintura y la piel tan pálida, pasando por un vampiro gótico. Además, por las mangas de su camisa arremangada, asomaban algunos tatuajes y uno de ellos era una calavera con un bajo eléctrico. Se fijó bien. Demasiado, a decir verdad.
Desde entonces, normalmente, era aquella chica la encargada de repartir los libros que pedía por Amazon. Los que no compraba en la librería de su barrio, claro. Por supuesto, debía de saberse su nombre a la perfección, tras tantos libros como le había entregado. Pedía demasiados, estaba a punto de declararse en bancarrota. Su compañero de piso, Martín, estaba agotado de repetirle que tuviera más cuidado con el dinero, que no crecía en los árboles. Violeta, como siempre, pasaba de él. Leía a un ritmo vertiginoso, no podía evitarlo. Cuando acababa un libro, ya tenía otro en la mano. Su lista no hacía más que aumentar, libro que veía, libro que no tardaba demasiado en caer.
Abrió la caja y sacó el thriller que había pedido hacía pocos días, justo antes del puente, para colocarla en la gigantesca estantería de su habitación. Más que una habitación, ya era una biblioteca de vivos colores entremezclados en baldas y baldas de color caoba. Todavía tenía libros pendientes antes de ponerse con ese, pero no tardaría en caer.
Dado que se le había pasado el sueño y que Martin se había ido a pasar el puente a casa de sus padres, tenía la casa para ella hasta la hora de irse a la clínica. Se tomó una pastilla para el dolor intermitente de cabeza, cogió una botella de agua y se tiró en el sofá del salón a ver una serie mientras almorzaba. Pensó en seguir con el libro que reposaba en su mesilla, pero el dolor de cabeza era demasiado fuerte como para concentrarse en leer. Seguiría por la noche, aprovechando que continuaría en soledad hasta el día siguiente.
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Voy a contar algo sobre esta historia, porque hay que explicar algunos puntos:
Ojalá pudiera decir que me he inventado toda esta idea para estas dos chiquitas, pero es mentira. Esto lo escribí hace dos años(casi tres) y lo envié a varias editoriales por si me lo publicaban, pero no hubo oportunidad y se quedó en el cajoncito. Luego empezó OT23 y me di cuenta de la cantidad de similitudes que había con esta historia(que iréis descubriendo si os quedáis a leerla, por supuesto), lo hablé con dos amigas y me dieron la razón. Pasaron los meses, acabó OT y yo seguí dándole vueltas a una idea: <<¿y si adapto la romcom a un fanfic de las Kivis?>>. Y nada, aquí estamos jajajaja.
Si eres nuevo en este espacio, aka mi cuenta, no lo sabes, pero yo soy una maldita dramática y mis otros fics eran de llorar y la gente a veces quería asesinarme. Aun con eso nunca me degollaron ni nada, así que no sería pa tanto xd. Esta historia está libre de drama, es de decir <<madre mía, poto azúcar>>. Y eso es justo lo que pretendía cuando me puse a escribirla. Adaptarla a Kivi quizá era su destino dadas las circunstancias.
Y ya, ya me callo porque no es plan de ponerse pesada. Espero que, si os quedáis por aquí disfrutéis de la historia.
😋
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Until I see you again
FanfictionVioleta es una rata de biblioteca que derrocha su sueldo en comprar libros. Quizá, en parte, lo haga porque la repartidora que va con asiduidad a su casa le atrae un poco. Aunque ella no quiera admitirlo, claro. Por otro lado, Chiara tiene la cabeza...