IV.Chiara

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Había un escándalo de ladridos en aquella clínica cuando entró y pudo acercarse al mostrador. Notaba un ligero dolor en las cervicales, seguramente por el rato que había pasado en una mala postura mientras estaba atrapada en un atasco.

—Hola.

—Buenos días. —Le contestó la recepcionista, retirando los ojos, tras unas gafas verdes de pasta, de la pantalla del ordenador. Según su identificación se llamaba Esther.

—Querría pedir cita para mi gato si es posible.

—Claro, por supuesto. Deja que mire algún hueco y te diré. ¿Qué le ocurre?

Chiara se apoyó en el mostrador, a la altura del 1,60, resbalando con un par de folios que había. Los apartó Esther, con una disculpa camuflada en los ojos, colocándolos sobre su mesa. El mostrador era de dos alturas.

—Oh, nada alarmante. Solo quiero esterilizarlo y castrarlo. Está a punto de cumplir los seis meses y no quiero retrasarlo mucho. Lo llevaba a otra clínica, pero ha cerrado repentinamente y me he visto un poco con el agua al cuello. Una compañera me habló de la vuestra y he decidido traer a Moose aquí.

Se sentía un poco idiota dando explicaciones del cambio de veterinario. Al fin y al cabo, qué más les daba, si iban a cobrar igual. Se mordió la lengua para evitar seguir añadiendo información irrelevante.

—No habrá problema...

—Chiara. —Se presentó.

Si a la recepcionista le pareció extraño su nombre, no dio muestras de ello.

—Le haré una ficha a Moose, pero tienes que traerlo antes para que uno de mis compañeros lo vea antes de poder castrarlo. ¿Tienes su cartilla de vacunación al día? —Asintió, despegándose del mostrador—. Vale, entonces... ¿te parece bien el día 23 a las 12:40?

—¿Me dejas un minuto para que consulte mis horarios? —Preguntó sacando su móvil del bolsillo—. Los tengo rotativos y unos días estoy de mañana y otros de tarde.

—No hay problema.

La sonrisa de Esther era relajada, capaz de calmar a las fieras. A Chiara le resultó gracioso que trabajase como recepcionista en una clínica veterinaria.

—Puff. El día 23 imposible. El 24 me viene mejor.

—Un segundito que mire...

Mientras Esther tecleaba en el ordenador, ella analizó la clínica. Al menos lo que se veía, que eran la recepción de paredes verdes apagadas con cuadros de animales—fotografías y pintados a mano—, suelos de baldosas grises con pegatinas de huellas pegadas y un par de advertencias de enfermedades; luego estaba la puerta cerrada por la que se accedía a las consultas. En las sillas apostadas al fondo de la sala, a la derecha, había gente esperando con transportines, jaulas o perros a los que trataban de calmar. No era demasiado diferente a la clínica donde había llevado a Moose durante los dos meses que llevaba con él.

—¿El 24 de noviembre a las 17:30? También te puedo dar a las 18:00 que el doctor Sota acaba de cancelar una.

—Me vale cualquiera de las dos, tengo el día libre.

—Estupendo entonces. Te apunto para checkeo a Moose, gato de seis meses, a las 18:00 ¿de acuerdo? La ficha te la hago cuando el doctor me diga.

—Genial, pues muchas gracias. Nos vemos el miércoles que viene.

Se despidió empujando la puerta.

—Que vaya bien, hasta luego.

Until I see you againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora