X. Chiara

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Apuntó en la agenda de su teléfono la cita para Moose en la clínica. Su gato maullaba, deseando salir del trasportín, a sus pies.

—Mira que eres quejica.

—Es natural, no le gusta estar encerrado—rio Esther escuchando los maullidos.

—No está tanto tiempo, si vivo a veinte minutos andando de aquí.

Esther parpadeó con un brillo de curiosidad en la mirada.

—¿Y teniéndonos tan cerquita lo llevabas a otra clínica?

Chiara odiaba dar explicaciones, detestaba hacerlo aunque fuera necesario. Y Esther le parecía un poco metomentodo al usar aquel tono algo paternalista para preguntarle las circunstancias de elegir llevarlo a una clínica y otra.

—Lo encontré abandonado en una cubeta, medio muerto y la clínica más cercana fue a la que lo llevé.

Había contestado con demasiada dureza en la voz, la recepcionista arrugó el ceño.

—Tranquila, no te pongas así. Era simple curiosidad.

—Ya, bueno. Nos vemos el viernes que viene.

No había porque alargar más la conversación sobre su gato, y menos si se dirigía de aquella forma a ella. Esther parecía agradable, eso no lo negaba. Al fin y al cabo, trabajar de cara al público te obliga a ello. Pero la curiosidad que había mostrado por las circunstancias de Moose y la clínica habían rozado la barrera de lo invasivo.

Al menos a ojos de Chiara.

...

Moose salió del trasportín, deseoso de estirar las patas, como una gacela, en cuanto Chiara le abrió la puerta. Se sentía bastante mal por cómo había reaccionado. Esther solo intentaba entablar una conversación amigable con ella, como había hecho el primer día. Y ella, como ya era habitual, había reaccionado a la defensiva.

Se dejó caer en su cama, mirando las estrellas fluorescentes que todavía seguían pegadas en el techo desde que las había colocado ahí de pequeña. La mayoría de ellas ya descoloridas por el paso de los años. Necesitaba relajarse, porque sabía que no iba a poder ponerse a estudiar tal como tenía la cabeza en ese momento. Su bajo, guardado en su funda apoyada en la pared, la llamaba como un salvavidas en mitad del océano.

Chiara tenía dos maneras de relajarse. Una era dibujar en el pequeño bloc que siempre llevaba. Garabateaba sin seguir un mapa mental, tan solo se guiaba por la brújula que era su mano. Matar el estrés o la ansiedad que la invadiera, o simplemente matar el tiempo. Otras, recreaba lo que la rodeaba: edificios, animales, farolas, escaparates de tiendas.... La otra era coger el bajo que había adquirido de segunda mano por Wallapop y tocar. A la primera le dedicaba más tiempo. Si tenía un descanso para comer durante el trabajo, la mitad del mismo lo pasaba dibujando; si tenía que esperar unos minutos a que la atendieran en algún comercio local, alcanzaba el lápiz de su oreja y un papel cualquiera y trazaba líneas que, a veces, se convertían en algo más. A la segunda, sin embargo, le dedicaba menos horas, pero algo más de implicación, pues se sacaba unos eurillos tocando en un bar con dos amigas. No era demasiado, y eran amateurs, pero el dinero le venía muy bien.

El bajo la ayudó a evadirse durante una hora y media, que se le pasó volando. Moose, curioso por el sonido, la acompañó tumbándose sobre la alfombra donde ella misma estaba sentada con las piernas cruzadas. Así fue como los encontró Álex al llegar del trabajo.

—Nada mal. ¿Improvisando? —Se interesó apoyándose en la puerta abierta de la habitación.

—Algo así. Al principio he buscado algunos covers por YouTube, pero me aburrí de seguir tutoriales vacíos.

Se levantó para guardar el instrumento, despertando al gato.

—¿Llevas mucho? —le preguntó agachándose para alcanzar a Moose, que se frotaba contra sus pantorrillas entre maullidos—. Veo que la cita en la clínica ha ido bien.

—Llevo... la verdad es que no tengo ni idea—resopló—. La clínica...

—¿Qué ha pasado?

Su madre siempre les decía a ambos que tenían un sexto sentido, un vínculo mental. Uno que solo compartían ellas al ser mellizas (o quizá era telepatía). Podían saber perfectamente cuando a la otra le dolía algo, por ejemplo. Aunque, en este caso, su hermano debía de haber notado que algo iba mal por el tono de su respuesta.

—He sido una borde de mierda con la pobre recepcionista. Es que se parece a ese tipo de gente metomentodo que... —Se mordió el labio, frustrada—. En fin, ya sabes a qué me refiero.

—Te ha dicho algo para que estallases...

—Ni siquiera he llegado a hacerlo en realidad. Solo le he contestado de la peor forma posible, sin llegar a alzar la voz. Cuando he llegado aquí he querido volver y pedirle disculpas. He pensado en calmarme un poco antes y por eso he cogido el bajo.

—Ay, Keeks... ¿Quieres que te acompañe?

—¿Como cuando éramos pequeños y te comías mis broncas también? Da igual, Alejandro. Cuando lleve a Moose para la intervención me disculparé, no importa—le robó el gato de los brazos a su hermano, hundiendo la cara en su pelaje para repartir mil besos. Él ronroneó, encantado.

—Bueno, está bien.

—También lo trabajaré con Denna en la sesión de esta semana—comentó de pasada el nombre de su psicóloga.

—Vale...

Moose se revolvió en sus brazos y no tuvo más remedio que soltarlo.

—Le hablo muy bien de ti...

—No empieces...

Chiara soltó una carcajada, persiguiendo a su hermano por el pasillo hasta la entrada. Quizá otra forma de evadirse era meterse con los líos amorosos de su mellizo. Se lo contaban absolutamente todo, por lo que la relación de casi tres meses con su psicóloga no era ningún secreto. Una relación, corta e intensa, que Álex mantuvo antes de que se convirtiera, de hecho, en su psicóloga.

—Todavía está loquita por ti, ya lo sabes.

—No deberías contármelo.

—Ella puede guardarse lo que hablamos en las sesiones porque es su trabajo, pero yo te puedo contar que me pregunta por ti.

Su hermano agarró una sartén del montón bajo un mueble y la amenazó con ella.

—Tranquila, Rapunzel.

—Pues cierra la boca. Lo de Denna es... pasado.

—Dímelo cuando no la mires como lo haces cuando vienes a buscarme a la consulta y te creeré. —Se cruzó de brazos, enarcando una ceja.

Álex solo había ido a buscarla un par de veces después de la terapia, ya que era la única de los dos que tenía coche, y para Chiara era evidente que quedaban resquicios todavía.

—Pasó hace un siglo.

—¡Fue este verano!

—Suficiente tiempo—gruñó su hermano cortando las verduras para el sofrito.

Según la pizarra, a él le tocaba preparar el almuerzo para el día siguiente y a ella la cena.

—Donde hubo fuego...

—Veo que estás mejor. ¿Por qué no me ayudas?

—Uy, que tengo una lavadora que tender... —Fingió recordar la lavadora quese había dejado puesta antes de marcharse a la clínica. Una que cuando sacó había cogido un olor a humedad notorio.

Menudo desastre.

Until I see you againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora