XXXVI. Chiara

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Se le hacía raro estar plantada en la puerta de la clínica sin entrar. Aún más estarlo escuchando una playlist de musicales a todo volumen por voluntad propia. Desde que le había preguntado a Violeta con la excusa de tocar en el Holmes, no había parado. Ella solo había tenido que enviarle sus canciones favoritas—que no eran pocas—para armarse una playlist. Una con la que llevaba en bucle dos días enteros.

No se lo iba a admitir a Ruslana, pero tenía razón: los musicales tenían una base melódica y una narración haciendo uso de la música que, a una amante de la misma como a ella, debían de resultarles maravillosos. 

Aunque, lo que de verdad no se veía volviendo a hacer era darle otra oportunidad a Taylor Swift. No recordaba cuál había sido la última canción que había escuchado por voluntad propia, pero había un par de discos que no había dejado de escuchar. No iba a decirle nada a Violeta. Al menos, por ahora.

Podía ver a través del cristal, limpio como una patena, a Esther mirándola de vez en cuando. Con una curiosidad que rozaba el espionaje obsesivo. Viniendo de la recepcionista no le extrañaba, pero llegaba a incomodarla bastante. Quizá debería haber repetido lo de esperar a la auxiliar en la calle de enfrente, como la primera vez que habían quedado al recogerla del trabajo. Solo por librarse del escrutinio de la recepcionista.

Miró al cielo, completamente despejado después de los oscuros nubarrones que habían envuelto la ciudad durante toda la semana. Ahora los colores que lo pintaban eran los tonos cálidos del atardecer. Un tono parecido al de las ascuas de una hoguera, mezclado con el azul oscuro que anunciaba la noche. La señal de que Violeta ya no iba a tardar mucho más en salir por la puerta. Empezaban a alargarse los días, pronto llegaría la primavera. Y también su cumpleaños y el de Álex.

Tenía muchas ganas de verla. De volver a hacerlo de frente, en tres dimensiones, cerca de ella; y no a través de una pantalla. De escuchar su voz y su musical carcajada con la naturalidad que ofrece la cercanía que no da una nota de voz. Y de ver los hoyuelos que se formaban en las comisuras de su boca cuando sonreía. Le gustaba demasiado cuando sonreía.

Y de disculparse. Sobre todo, de eso. Era lo primero que pensaba hacer en cuanto saliera por la puerta. Lo había ensayado frente al espejo durante dos días seguidos para no ponerse nerviosa.

—¡Por supuesto que no!

Le llegó su voz desde el interior de la clínica, provocando que dejase de mirar al cielo para enfocar su mirada en la recepción. Violeta, que estaba firmando unos papeles que debía de haberle dado Esther, volvió a reírse por algo que había dicho la recepcionista. Al girarse hacia la puerta, alzó la mano al verla. No se había cambiado todavía de ropa, seguía llevando el uniforme de color azul con el que ya se había acostumbrado a verla.

Pasaron alrededor de dos minutos más hasta que abrió la puerta que comunicaba con la calle y salió ya cambiaba. Se le iluminó el rostro nada más verla. Chiara se apresuró a quitar la música y dejó los auriculares reposando sobre su nuca, mientras la pelirroja se acercaba.

—Dime que no llevas demasiado esperando.

—Me dijiste que salías a las siete. —Dio un paso que la acercó más a ella—. Perdona, Violeta.

Llevaba tanto tiempo deseando decir esas palabras que prácticamente las vomitó.

—La que tendría que pedir perdón soy yo. Que siempre te hago esperar cada vez que quedamos.

—No, no... Por lo del otro día. Debería haberlo hecho antes, pero quería que fuera cara a cara. Me porté como una idiota...

—Ah, dices lo de las distracciones—Violeta asintió—. Me molestó un poco, pero se me pasó enseguida. Entiendo que necesitas aprobar esos exámenes, que tienes un calendario programado que sigues a rajatabla... No te preocupes, boba.

Until I see you againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora