XLIV. Chiara

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Finales de febrero, el mes más corto del año. A ella se le había pasado bastante lento en comparación a su hermano, que iba a su lado en el metro, charlando por teléfono. En apenas una semana, su relación con Violeta había dado un giro inesperado. Todavía le parecía estar sentada en la silla de aquella cafetería, haciéndole la mayor cobra de su vida—al menos eso supuso al hacerlo—y absolutamente acojonada por haberla cagado con su inseguridad. Podría haber dejado que la besara, se moría de ganas desde hacía mucho. Y de repente estaba tan cerca, podía sentir su aliento... Y se echó hacia atrás como una boba. ¿De qué había tenido miedo? Violeta no era como sus otras parejas, ella era paciente y la comprendía. Como volvió a demostrarle cuando su respuesta a seguir como hasta ahora, fue afirmativa.

<<Solo quiero estar contigo.>> Se había repetido aquella frase sin parar, emocionada. Al final su hermano siempre había tenido razón: le gustaba a Violeta.

—De verdad, yo tampoco me puedo creer que no se hayan mudado juntas, adoptado un gato y jurado amor eterno. ¿No se supone que así funcionan las relaciones sáficas?

Chiara rodó los ojos. Desde hacía una semana, tenía que enfrentarse a otro problema. Y ni siquiera meterse con Álex, por lo tontorrón que estaba a causa de haber vuelto con Denna, era suficiente para pararlo. Su hermano y el compañero de piso de Violeta, habían empezado a cotillear sobre ambas. Les daba igual que estuvieran delante, ellos no se cortaban nada.

—Pues sí... —Álex se echó a reír tapándose la boca con una mano.

Desconectó de la conversación, poniéndose sus cascos. Era mejor escuchar música o uno de los miles de audiolibros que tenía en la app, que a su hermano marujeando sobre su relación. Todavía no podía creerse que Martin hubiera sido el tío que le pidió salir a su hermano en el gimnasio, y mucho menos que ya se conocieran de antes.

<<Lo sé, otra coincidencia más en nuestra relación.>>

Le había dicho Violeta, hacía un par de días, cuando se lo contó. Ya que ella lo sabía mucho antes.

—Explícame otra vez qué haces aquí conmigo.

Su hermano la arrastró por el centro comercial con las manos posadas sobre su chaqueta vaquera de color negro. El gigantesco centro comercial estaba atestado de gente incluso un jueves por la tarde. Menudo agobio.

—Crear el outfit perfecto para la boda de tu jefe. Doña Puri el otro día se enteró de que era gay, ¿te lo he contado?

—Estoy empezando a preocuparme por ti, hermanito. Pasas demasiado tiempo con Martin y pareces una vieja del visillo.

—Causas sociales como meterme contigo, Keeks. —Se defendió su hermana entrando en una tienda al azar. —Además, soy el único que sabe lo que va a llevar Violeta a la boda.

—Deja de recordármelo—bufó por debajo de la horrible música que estaba sonando.

Violeta se había negado a enseñarle lo que llevaría a la boda, para su desgracia. Quería saberlo, quería ver lo preciosa que iría y no esperar el mes que faltaba para poder hacerlo.

Su hermano examinó un burro repleto de blazers de todos los colores existentes. Se quedó cerca, le siguió por toda la tienda, mirando sin mucho interés todas las prendas que la rodeaban. Cada vez que su hermano le probaba algo sobre la ropa, negaba con la cabeza y lo dejaba en el mismo sitio. Entraron en cuatro sitios más antes de que Álex asintiera, orgulloso de su trabajo, y la empujase en dirección al probador.

La hizo probarse varios trajes, algunos de corte más femenino que quedaron bastante descartados nada más vérselo puesto. Un mono en color verde oscuro que la favorecía muchísimo y que le recordó a la conversación en la cafetería. Realmente, Chiara observó que los colores que predominaban eran el verde y el negro. El probador (bastante amplio, ya que cabían ambos) estaba hecho una pena, con toda la ropa tirada y hecha un ovillo sobre un pequeño banco en la esquina.

—Ese top te queda genial, Keeks.

—Álex, es una boda al aire libre en marzo. Hará frío.

—Hermanita, tú nunca tienes frío. Además—cogió una de las blazers descartadas y se la colocó encima—, te pones esta chaqueta encima y arreglado. O también... —Se estiró para coger una blusa en la misma tonalidad verde que el top—. Puedes ponerte esta para que Violeta no se caiga al verte la tabletilla.

—¿Qué dices? —Se cubrió el estómago—. No tengo nada de eso, solo se me marcan los músculos de lo espárrago que estoy.

—Pero se te marcan. Algo me dice que a la pelirroja le encanta. Y tus tatuajes.

—¿Te ha dicho algo? —Se interesó de repente.

—Nada. Simple intuición. Venga, nos llevamos el top, la blusa y la blazer.

—Comprar ropa que solo voy a ponerme una vez. Me parece un gasto innecesario, Álex.

Su hermano empezó a coger prendas y a colocarlas en sus respectivas perchas al final del pasillo de probadores.

—Bueno, pues te la pones para mi boda.

—¡Qué! Alejandro, dime que es una broma.

—Pues claro. Acabo de volver con Denna. Y, aparte, ¿te crees qué me casaría antes de los 25? Bueno, en nada cumplimos 23 y los 25 se cuelan rápido—el 23 de marzo—, pero me sigue pareciendo una idea... Quita, quita... Primero tendría que irme a vivir con ella. Es importante que funcionemos en la convivencia...

Su hermano siguió hablando, pero Chiara desconectó. Lo hizo porque, de repente, pensar en su hermana yéndose a vivir con Denna, le generó un sentimiento de ausencia gigante. Álex y ella nunca se habían separado. Literalmente, convivieron durante nueve meses en el útero de su madre. En habitaciones separadas, pero en el mismo útero, al fin y al cabo. Llevaba viviendo con él toda su vida, salvo en los seis meses que pasó su hermano de erasmus y el mes de intercambio. Pero entonces, Chiara tenía a su madre. Luego, su madre se marchó con su nuevo marido y los niños a Menorca, tras ampliar su cadena de hoteles, y ella se quedó con su hermano. Viviendo en la misma casa a la que se habían mudado los tres cuando ambos cumplieron quince años. Siendo compañeros de piso en un espacio familiar y seguro para Chiara. De repente, sintió mucho terror a quedarse sola.

—Keeks, ¿me estás escuchando?

No solo no la estaba escuchando, sino que había entrado tantísimo en piloto automático que ni siquiera se había dado cuenta de que iba en piloto automático. Estaban haciendo la cola para pagar y ella no se había dado cuenta.

—No. Perdona, ¿qué decías?

—Nada, que para irme todavía falta mucho.

—¿De verdad? —Su hermano dibujó una sonrisa en sus labios.

—Lo es. No tengas miedo, Kiki. Aunque me mude, siempre estaremos juntos.

El vínculo mental entre mellizas de la que había hablado su madre toda su vida. Álex debía de haber adivinado lo que estaba pasando por su cabeza.

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⏰ Última actualización: 7 hours ago ⏰

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